Creo que lo mejor que se puede decir de Estado de transmisión es que los elogios que figuran en la portada son verdad. Coincido con Stephen Baxter, “una novela sagaz, con una buena [pueden añadir bastante buena] trama científica llena de detalles, convincente e irresistible que no puedes dejar de leer”. Francamente recomendable.
En esta su primera novela, Moriarty combina transhumanismo, misticismo cuántico a lo Egan y, sobre todo, una bien llevada investigación policial confluyendo sobre un universo literario que, no siendo especialmente innovador, resulta sólido, muy entretenido y verosímil.
Mal principio, potente trama.
El arranque es bastante patético. Tenemos a Catherine Li, entre Ripley y Artemisa, una humanoide coronel de tropas de asalto en una operación mil veces relatada. La operación sale mal y cuando Ripley, perdón, Li se despierta resulta que va de camino a una nueva misión en el planeta Compson. En dicho planeta se extraen cristales de condensados Bose-Einstein, el extraño material orgánico (es como un coral) del que depende la comunicación hiperlumínica entre un conglomerado de orbitales denominado El Anillo y colonias dispersas de mundos terraformados. Aayyy, te dices, la historia de siempre. Tramas de rebeldes, hostias a mansalva en plan Judas Desencadenado y un planeta minero del que depende la estabilidad del statuquo. Como Dune pero en ciberpunk. Pues no.
Allá por la página 50 esta historia tan previsible da un giro. Li deja de ser Ripley y se convierte en Marlowe investigando una catástrofe minera que, en realidad, no encubre sino el asesinato de una científica. La investigación es a la antigua usanza, entrevistando testigos, realizando pruebas forenses, siguiendo a sospechosos, encajando alguna que otra paliza… toda vez que el ambiente se enrarece a medida que la detective se percibe como “la tonta útil” de la historia y ya no sabe de quién fiarse, y lo que es peor, a quién está traicionando.
A mí es la parte que más me ha gustado de la novela. Moriarty utiliza para captar el interés del lector muchas variables. Por un lado el planeta en sí, trasunto de una comunidad minera; dosifica con talento la información sobre el universo, deslizando hábilmente brochazos hard; retrata impecablemente a los actores (que no son sino subdivisiones de la especia humana, genéticos de primera hornada, genéticos clonados cultivados, IAs e hibridaciones de estos tres elementos); alterna fases de la investigación en el planeta Compson con entrevistas en la Realidad Virtual; y por último, nos mete de lleno en una historia de ¿amor? entre una inteligencia artificial y un constructo (clon), que para mí es lo mejor de la novela.
Otro lector podrá decir que en esta parte la historia va algo lenta. Para mí, en cambio, es una gozada levantar una historia futurista sin tortas-láser ni batallas galácticas ni conejos asomando de la chistera. Imaginería que se reserva para el colofón, en el que inevitablemente la historia vuelve a lo previsible. Cosa que por otro lado es casi una condición de posibilidad del género y que, como aficionado, agradezco (¿se imaginan una de vaqueros sin tiros? Pues eso).
Ahora bien, puestos a criticar, señalar que se nota demasiado que Estado de transmisión es una primera novela. La protagonista es plana como una bandeja. Al principio Moriarty juega con puntazos que pretenden perfilar una personalidad atormentada. Es así que en las primeras páginas te dices que las pérdidas de memoria de Li (a cada salto o viaje supralumínico se le borran recuerdos y ni ella sabe muy bien quién es), su déficit de identidad (Li es un constructo, un clon, con el cerebro lleno de extensiones ciberneurales), se convertirán en las ideas fuerza del personaje. Y no. Moriarty las suelta, se toma su tiempo en describirlas, pero luego apenas se notan. Es como si para dar fuerza al personaje le amputo una pierna y le arranco un ojo pero luego le tengo saltando y brincado como un corzo porque resulta un coñazo que cojee todo el rato y del ojo ni me acuerdo. Son errores de novato.
Lo mismo me pasa con algunos aspectos de Compson, el planeta minero. Para pintarnos un entorno de lumpenproletariado –los mineros-, con tecnologías indignas en contraposición al entorno ultrasofisticado del mundo anillo, Moriarty no duda en recurrir a los tópicos del siglo XIX; silicosis a tout plein y hasta niños remolcando carretillas a riñón y palmando antes de los diecinueve. Entrado el relato, de los conmovedores niños mineros ni media palabra. Pero para exceso, utilizar agentes del IRA (sí, sí, del Ejército Republicano Irlandés) al pintar el ambientillo Compson-sábado-noche. Por bisoña, Moriarty te obliga a pasar del siglo veintimuchos a una taberna de Belfast de 1981. Excesivo e ingenuo.
En la misma onda algún gazapo estilístico que, como sea que es más difícil encontrarme por la calle a la autora que al traductor, imputaré a Moriarty, que a fin de cuentas es la que firma el libro. No me resisto a la tentación de ensañarme en uno.
Estás en la página 87 y te sacuden en todos los morros con: “-¿Qué es esto? –añadió Gould en tono de pregunta”. Claro, lo podía haber añadido en tono de afirmación. Otra que añadir a la celebrada “era de noche y sin embargo llovía”.
Ideas fuerza que no lo son, excesiva atonía de la protagonista (compensada, eso sí, por el magnífico Cohen), y alguna pardillada estilística que no debe empañar el buen tono general de la obra.
Apéndice cuántico
Porque, en resumen, estamos ante un más que correcto ciberpunk, con tramas que ya quisiera Egan y una brillante siembra de apuntes filosófico-científicos que harán las delicias del amante a la ciencia ficción. Y estos apuntes teóricos sí que están, a mi entender, bien explicados y mejor empleados.
Tratar de explicar de qué va el condensado Bose-Einstein es exponerme al mayor de los ridículos. Tiene que ver –intuyo- con la necesidad de un estado material tal que las partículas puedan viajar a velocidad superior a la luz sin acumular energía infinita. Imagino que un físico podrá sacarle los colores a Moriarty, pero lo que es a mí casi me convence para gastarme el jornal en acciones del dichoso condensado.
Cuando caracteriza la psique de la IA Moriarty se sale. El miedo de Cohen a backuparse, su compleja relación con otras IAs, su extrañísima identidad, su pasado… Aporta un cúmulo de detalles que convierten lo increíble en verosímil. Me resulta especialmente simpático que, por una vez, las IAs se casen y se divorcien, sean derrochadoras, cínicas y compulsivas fumadoras de cigarrillos. Y lo mismo podríamos decir de la “intrafaz”, de las IA esclavas, de los sindicatos y su mente colmena, y tantos detalles que hacen de la autora una firme candidata a los Hugo o los Nébula (dentro de un par de novelas, eso sí).
Y es que en el fondo, de esto va la ciencia ficción. Lo decía no hace mucho un autor que no logro recordar en un diario que tampoco: “Cuando estás pintando un mundo fantástico tienes que aplicarte con un realismo extremo para que resulte creíble”. Chris Moriarty sale más que airosa de este su primer empeño.
Coincido en que la forma de tratar las IAs es bastante original e interesante. Pero por lo demás, la novela me pareció flojita, flojita. Casi es más una novela sobre minería que una novela de CF. Y, desde luego, lo Hard yo no se lo vi por ningún lado. Y es que no basta con un «quantum» por aquí y un «entaglement» por allá para hacer CF hard…
Hmmmm… La verdad es que el comentario de Elías desanima un poco (o al menos pone en alerta) a la compra de este libro, de la que la reseña me había prácticamente convencido.
En cualquier caso, creo que aprovecharé que está ahora de oferta en Amazon para hacerme con el libro… ¿Qué tal está la continuación?