Arruga

Contempla en el espejo su vientre plano, la suave curva de sus caderas, sus pechos erguidos que parecen escapar del influjo de la gravedad. Se deleita con su cara, enmarcada en una melena rubia demasiado escandalosa para ser natural. Se siente orgullosa de su nívea sonrisa, de la nariz fina adornada con un pequeño brillante a la que rodean dos profundos pozos azul celeste que se ha molestado en realzar con una delicada sombra de ojos…

Entonces se detiene, la boca de labios carnosos deformada en una mueca de terror. Allí, junto a su iris izquierdo se adivina el comienzo de una leve pata de gallo. Salta como un resorte, dispuesta a llegar a la inyección salvadora que guarda en su carísimo bolso de marca, pero es demasiado tarde. La puerta salta del marco, las bisagras reventadas, al tiempo que cuatro comandos cruzan el cristal de la ventana.

Aún tiene tiempo de abrir el bolso antes de que los policías de pétreas barbillas de dios griego la tiren al suelo. La jeringuilla de botox cae dando vueltas al suelo, derramando su precioso contenido al alcanzar su destino. Las lágrimas vuelven su maquillaje un cuadro de Pollock cuando la esposan y le confirman que, por su delito contra la perfección, ha sido expulsada de Edén.

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