Lo peor que puede pasarte con un cactus es ser su compañero de celda. Es una experiencia sumamente perturbadora. En la soledad de la celda el tiempo se ralentiza. Un compañero normal podría ayudarte a romper el tedio, pero los cactus no son muy habladores. Simplemente están allí. Tarde o temprano te giras para ver qué diablos hace. Y ahí está él, impasible, inmóvil. Disfrutando de su férrea voluntad mientras la tuya se doblega. Vuelves a tus divagaciones, pero al poco no puedes evitarlo y lo miras de nuevo. Y él te devuelve la mirada. No sabes cómo, pero te sientes observado. ¿El equivalente vegetal a los ojos está en las espinas? ¿O en esa jodida maceta de barro que lo mantiene erguido? Incapaz de sostenerle la mirada a una planta, le das la espalda. Pero ahora es mucho peor, sientes su mirada clavada en tu nunca. Esperando con infinita paciencia… algo. Te giras de nuevo. ¿Se ha movido? Parece estar un poco más cerca, pero no estás seguro. Giras de nuevo la cabeza y caes en la cuenta de que los cactus también tienen sus necesidades y aunque no seas el equivalente cactus de una conejita Playboy, eres consciente de que la soledad de la cárcel crea extraños compañeros de cama. Empiezas a sentir miedo, sabes que él puede esperar a que bajes la guardia.
Pasan los días y puedes comprobar en sus espinas que su determinación no flaquea. En cambio, tu paranoia aumenta y comienzas a aceptar tu destino. Entonces un día, en la ducha, el cactus deja caer el jabón en la ducha. Un escalofrío recorre tu espalda. El cactus te mira con una petición muda. Sabes que tienes que coger el jabón. El maldito cactus no tiene rodillas, ¿cómo diablos va a agacharse? Así que, a pesar de los temblores que convulsionan tu desnudo cuerpo, te agachas. Y es en ese momento cuando no pasa nada. Recoges el jabón y se lo devuelves. Al parecer tus sospechas eran infundadas.
Así que te despreocupas, bajas la guardia. El cactus te parece hasta majo; casi lo consideras como un amigo poco hablador, por lo que no te importa contarle tus penas, a pesar de que todas sus respuestas son mudas. Poco a poco, vuelves a dormir por las noches. Tu paranoia se desvanece, tu mente se confía. Hasta que un día, en plena noche, despiertas sudoroso. Algo no va bien. Compruebas el camastro de tu compañero y descubres su ausencia. Entonces lo sientes. Está dentro de ti. No sabes cómo, no quieres pensar cómo, pero sus púas arañan tus entrañas con un dolor lacerante. Te sientes dolido, traicionado. Vomitas la cena en el suelo y esperas la muerte.
Original como poco, pero increiblemente inquietante. Creo que no me gustaría para nada quedarme a solas con un cactus y menos en una celda…. ^___^
Curioso y sugerente, Carlos. Por cierto, te propongo otro título, ¿Qué te parece «Encactusado»?
Pues la verdad es que «Encactusado» es mucho mejor. Lo cierto es que no sabía muy bien cómo titular al relato, así que le había puesto un título genérico. Así que lo usaré si vuelvo a hacer algo con el relato. Mil gracias, Fernando.
No hay de qué, compañero.