Soy seguidor y admirador de Rescepto indablog, de Sergio Mars. Destacaría su profundo conocimiento de la ciencia ficción y la literatura, el rigor al analizar cada obra, y muy especialmente, la sinceridad. A golpe de credibilidad, y pese a ser él mismo un autor, Mars ha sorteado tanto las blogociénagas de autoayuda (tú sí que eres bueno, pues anda que tú…), como las cooperativas de prescriptores, que, dicho sea de paso, son de las pocas herramientas que tenemos los autorcetes para publicitar nuestras veleidades literarias.
Mars es un tipo serio.
La mirada de Pegaso da título a dos novelas breves de la más estricta ciencia ficción científica (la de título homónimo que abre el volumen y la “Historia de un watson”), el cuento “Las alas de la crisálida” y, como colofón, un post scriptum donde Mars se explaya en las claves científicas de sus creaciones y que por sí solo ya vale los 15 euros del libro.
Voy a centrarme en “La mirada de Pegaso”. El argumento, y lamento entrar de lleno en los spoilers, es el fin del mundo. El apocalipsis visto desde la tesitura de una bióloga que, recosiendo cadenas de ADN, persigue recuperar el lince ibérico. Estamos en un futuro próximo, el cambio climático ha desecado los humedales, consumido selvas y desgraciado al mundo, que mal que bien empieza a superarlo; la recuperación del lince está llamada a ser un símbolo, un golpe de autoridad para que los tecnocientíficos -chivo expiatorio tras dos siglos de desenfreno ambiental- se laven la cara ante la sociedad. Una nota de optimismo en un universo desmoralizado…
…que, sin embargo, está al borde del colapso. Pues “La mirada” es un cabum de corte clásico cuya originalidad descansa en dos factores. En primer lugar la lectura simbólica; el Apocalipsis a través de los ojos de los neofrankensteins, empeñados en salvar especies en vísperas de su propio final… La estrella que ciega en su estallido al astrónomo que la observa. El segundo factor, de mayor peso en la novela corta, es adentrarnos en la trastienda de una comunidad científica que, a pesar de erigirse en gestores de la racionalidad, reproducen en su día a día los errores de la humanidad; luchas de poder, confrontación de egos, muros de incomprensión y soledad. Hay algo de fatalismo en “La mirada”, como si Mars nos dijera: no podemos evitarlo. Ahí estamos, dando un paso adelante y dos para atrás, insignificantes pulgas del cosmos.
Llegados aquí, no puedo dejar de trazar paralelismos con Cronopaisaje, una novela que recientemente en su blog Mars ensalzaba pese a considerarla “aburrida”. A mi juicio, en cambio, el mejor elogio que se le puede hacer a La mirada de Pegaso es que se parece a Cronopaisaje, solo que en lugar de amor a la física y las matemáticas traspira adoración por la biología y su delicada conexión con el cosmos. En la novela el lector encontrará descripciones de la trastienda del I+D, metódicas superposiciones de la investigación y la sociedad, el sabio y la prensa, la ciencia y la empresa… Personajes bien cincelados y creíbles. Y sí, sé que a muy buenos lectores de ciencia ficción les sobra ese relegar la acción a favor de la descripción de la vida científica. Pero lo que es a mí (y pienso que será cosa de haberme curado de espantos leyendo a Hegel) me resultan la mar de interesantes estos culebrones científicos. De verdad.
Me gustan estas novelas. Especialmente, como es el caso, cuando la factura científica es impecable, ingeniosa y divulgativa. Los tejemanejes socio-familiares de la protagonista son tan verosímiles que cuesta no imputarlos a la experiencia directa del autor. Creo que Mars dosifica sabiamente los elementos documentales de modo que la tensión, la intriga, se mantiene a lo largo del texto. Las obligadas explicaciones científicas o los contextos de los personajes están bien introducidos, convirtiéndose en elementos que lejos de restar interés o complicar la lectura juegan a favor de la historia. Circunstancia que habla de una arquitectónica del relato muy planificada. ¿Cuántas veces no es al revés y el autor, en su afán de explicar al personaje, nos endilga, a traición, tres páginas con la historia de fulano o mengano?
Donde no me encontrarán, en cambio, es en la defensa de la prosa de Mars. Limpia y aliñada es todo lo que puedo decir. Hay anemia expresiva, demasiada perífrasis, y un detallismo que a menudo parece insultar la inteligencia del lector. “[los mails] Habían causado tal alarma que Santiago había tenido que implementar un filtro para interceptarlos y remitirlos automáticamente al cuartelillo de la Guardia Civil bajo cuya jurisdicción se encontraba Bassaverda”. Aquí encontramos, por un lado, demasiados rodeos, y por otro, detalles sobreros que solo obstaculizan la fluidez de la escena. Errores que se repiten en demasía. Otro ejemplo “…Que apenas intercambiaban un saludo cuando se encontraban por los pasillos o el comedor”. Moraleja, cuando una oración circunstancial la quitas y no pasa nada, pues la quitas. Los diálogos pecan también de acartonamiento por exceso de meticulosidad y afectación.
Y es una pena que Mars, que salva inmejorablemente los escollos que plantea la ciencia ficción dura, tropiece en lo más fácil, a saber, que la prosa de una novela debe diferenciarse del paper y transmitir emoción a golpe de fuerza expresiva. Es un vicio fácil de corregir; basta limitarse el espacio para contar una escena. Retarse a sintetizar las oraciones (mejor un “fue” que el “había sido”), el texto que respire, y las adverbiales implícitas en el objeto directo, a la calle… Escribir para el lector, no para el director de la tesis.
Ánimos. Es muy importante que autores como Mars sigan novelando pues son ellos los que están en óptimas condiciones de servir a la noble causa: literaturizar la ciencia.
Te centras en el comentario de la novela que da título a la antología cuando, para mí, es el relato más flojo del volumen, precisamente.
Sí, quizá su idea sea la más «potente» y con más implicaciones, pero en aspectos puramente narrativos me resulta mucho más satisfactoria en todo (estilo, desarrollo, peripecia, personajes) «Historia de un Watson». No tendrá, tal vez, la carga especulativa de «La mirada de Pegaso», pero me parece una narración muy superior.
Pues sí, no puedo negarlo, hay evidentes paralelismos entre «Cronopaisaje» y «La mirada de Pegaso» (salvando los treinta años de lapso y las diferentes infraestructuras científicas). Eso sí, prometo que cuando escribí lo mío aún faltaban casi cuatro años para que me leyera lo de Benford (que, me reafirmo, en la vertiente humana tiende hacia el melodrama telenovelesco).
Muchas gracias, Luis, por tan detallado análisis.
A mí me gustan las dos novelas cortas. Sobre todo en cuanto a fondo, pero la forma no me molesta en absoluto aunque pueda pecar en ocasiones de excesiva meticulosidad. Eso sí, «Las alas de la crisálida» me dejó un poco frío.
Por otro lado, coincido con Luis en su valoración del anexo final. El post scriptum es realmente interesante.
Creo que es un acierto de la mirada. Si el protagonista es un científico, su trasfondo debe ser real. A mí me parece muy acertado entrar en toda esa trastienda. Le da una enorme verosimilitud. Es verdad que para según que lectores, a los que le priva la acción, pues puede ser un freno. Pero ya digo que no es mi caso. De algún modo, cuando cuentas algo inverosimil, fantástico (o en absoluto fantástico como es el caso pero altamente inusual :)), apoyarte en un gran realismo de los detalles es una herramienta que ayuda un montón.