Caricias animales

Una de sus manos siempre se sobrepasaba cuando me creía dormida. Sin llegar a lo inmoral pero rozando lo escandaloso. Sobre mi cintura, sobre uno de mi antebrazos, sobre mi cadera. Un peso leve hecho de piel nidia y suaves ventosas sobre mis escamas, ligeramente fosforescentes tras absorber la luz de los astros durante las horas del día. Era probable que la mayor parte de su cuerpo durmiera mientras lo hacía, y que la caricia sólo se tratara de un reflejo inconsciente en busca de otro cuerpo frío al que sujetarse en mitad de las corrientes. Pobre, pobre solitario cefalópodo.