¡Que viene el meteorito!

Estáis vivos por casualidad. El pasado lunes 2 de marzo estuvisteis a un paso de engrosar la larga lista de especies destruidas por la Vida en su interminable historia evolutiva y lo mejor es que ni siquiera os habéis enterado (aunque lo hayáis leído en la prensa) porque no habéis dimensionado lo que ha estado a punto de ocurrir. Ese lunes un asteroide con un nombre de lo más vulgar (nada de Deus Irae ni Apocalipsis Inmediato, ni siquiera Trueno Rampante…, simple y llanamente: DD45) pasó a sólo 60.000 kilómetros del Océano Pacífico. En principio parece una gran distancia pero es siete veces más cerca de la Tierra de lo que está la Luna, allí arriba codo con codo con nuestro planeta. Si se hubiera desviado sólo un poco más…

El argumento Asteroide Errático + PlanetaTierra + Rumbo de Colisión + ¡Por Dios, hay que Hacer Algo, Lo que Sea! es un clásico de nuestra literatura favorita. La novela por excelencia (por alguna razón desconocida para mí, ya que personalmente me parece demasiado aburrida para ser considerada excelente) acerca de la reacción humana ante una cósmica amenaza de este tipo es El martillo de Dios de Arthur C. Clarke.

Que conste que no soy quién para criticar al por muchos considerado como uno de los Archipopes de nuestro género. De hecho, el nombre de esta columna es un obvio homenaje al ordenador más malo de todos los tiempos, diseñado precisamente por Sir Artie (Daisy, oh Daisy…); pero por poner algún otro ejemplo me parece más divertida El martillo de Lucifer de Larry Niven y Jerry Pournelle. E incluso, ya puestos, incluso El final de la Tierra de Jack Williamson y Frederik Pohl, que suele citarse también en estos casos.

En El martillo de Dios, el protagonista Robert Singh, ex atleta lunar, es el encargado de encabezar una misión de alto riesgo para desplazar a un asteroide bautizado como Kali (la diosa de la muerte hindú, iconográficamente muy poderosa con su cuerpo azul, su boca llena de dientes afilados y su cinturón confeccionado con calaveras humanas) de la ruta de colisión que le conduce directamente hacia la Tierra. Para ello llevará en su nave uno de los característicos cachivaches inventados por Clarke, un impulsor de masa esta vez, que debería servir para desviar el rumbo una vez adosado y asegurado al proyectil espacial.

Lo más interesante de la novela es la subtrama en la que aparece una secta de integristas religiosos denominados crislamistas dispuestos a sabotear la misión porque creen que el asteroide lo ha mandado Dios en persona. Lo del Crislamismo no está muy lejos de la realidad: cualquier teólogo desprovisto de prejuicios posee argumentos suficientes para defender que el Islam en el fondo no es más que un Cristianismo primitivo y que éste se parece al Judaísmo (del que suele decirse, por motivos políticos y económicos más que por otra razón de peso, que son parientes) como un huevo a una castaña, pero me estoy alejando del tema…

El caso es que este tipo de argumentos se puso muy de moda sobre todo a raíz del triunfo de la teoría según la cual los dinosaurios se extinguieron por culpa del meteorito de más de 10 kilómetros de diámetro que impactó hace 65 millones de años en lo que hoy es la península del Yucatán, México. Según los científicos, las consecuencias de esta catástrofe, que se supone provocó una especie de invierno nuclear al proyectar contra la atmósfera una inconmensurable cantidad de polvo que opacó los rayos solares, borraron de la faz de la Tierra a los grandes lagartos (aunque esta teoría siempre me pareció que tenía puntos débiles: ¿por qué desaparecieron los dinosaurios y no los mamíferos, por ejemplo? ¿Por qué desaparecieron también los dinosaurios marinos, que en teoría no resultaban afectados por los cambios atmosféricos? Nadie me quita de la cabeza la idea de que la verdadera causa de su extinción fue…, ¡la apertura del planeta Tierra como coto especial para una raza extraterrestre aficionada a la actividad cinegética!) y en consecuencia un impacto futuro similar podría acabar también con nosotros.

A partir de ahí, nuestros contemporáneos han creído inventar el miedo concreto a que un asteroide nos destruya por el simple expediente de caer encima de nosotros, pero es bien cierto que los antiguos galos (el propio Vercingétorix dixit a César) solían advertir de que lo único a lo que temían en el mundo era a que el cielo se desplomara sobre sus cabezas. Y no eran los únicos: los viejos pueblos mesopotámicos contaban ya en su época con una red de observatorios astronómicos gracias a la cual pudieron reunir un documentadísimo atlas celeste de una perfección inusitada teniendo en cuenta los medios de los que disponían. Igual hicieron los antiguos egipcios y otras culturas hace cientos, miles de años…

Volvamos al presente. En el caso del DD45 que el otro día rozó nuestro planeta, poseía entre 30 y 40 metros de diámetro, con lo que el impacto sobre nuestro planeta no habría sido similar al del que chocó contra la península del Yucatán, pero en todo caso habría tenido consecuencias realmente entretenidas. Con “suerte” habría caído en el agua y de esa manera podría haber desatado el tsunami más potente de la Historia probablemente desde que se hundió la Atlántida o, según los viejos cronicones, la Lemuria, ya que hablamos precisamente de esta zona de Asia. Si lo hubiera hecho sobre la tierra, y a tenor de lo que sabemos sobre impactos de este tipo, mejor no lo pensamos…

Lo cierto es que ningún objeto de ese tamaño o aún mayor había sido visto hasta ahora tan cerca de la Tierra, pero lo más interesante es lo que reconoció Rob McNaught, el científico del observatorio australiano de Siding Spring que reveló al mundo lo ocurrido: a pesar de que los astrónomos calculan que en torno a un millar de asteroides similares clasificados como potencialmente peligrosos han amenazado la Tierra desde que tenemos capacidad suficiente para detectarlos, DD45 fue toda una sorpresa para los expertos que no esperaban que el meteorito se acercara tanto.

¿Eh? ¿No se supone que disponemos de observatorios científicos fiables?

Pero no es la primera vez que sucede. Recuerdo un caso similar durante los ochenta. Aquel otro asteroide sí tenía nombre. Se llamaba Tutatis (como el dios de la guerra galo: Teutates) ya que sus descubridores fueron astrónomos franceses y ellos sí quisieron recordar y homenajear de esta forma las creencias de sus antepasados. Tutatis tiene unos cinco kilómetros de largo y es especialmente peligroso por su caótica trayectoria y porque, entre los que conocemos, es el que tiene un plano orbital más próximo al de la órbita terrestre. Igual que sucedió con DD45, el público en general no supo nada de él hasta que pasó junto a la Tierra y siguió su camino, como un alienígena borracho que no encuentra su portal de teletransporte para volver a casa. Hasta la próxima.

En numerosos relatos de CF, tanto de la literatura como del (últimamente más) cine e incluso del tebeo (me acuerdo ahora de La estrella Misteriosa de Tintín o del mismo Mongo de Flash Gordon) se explica cómo los científicos detectan la llegada del astro en ruta de colisión y advierten al mundo, y las escenas de pánico en todos los rincones civilizados y no civilizados mientras las autoridades diseñan todo tipo de planes y seleccionan a los héroes necesarios para hacer frente a esta contingencia pero…, ¿qué ocurre a la hora de la verdad?

Pues que nadie avisó de lo que se nos venía encima el pasado 2 de marzo. Nos enteramos de que DD45 estuvo a punto de chocar con nosotros dos días después de que la amenaza se extinguiera. En otras palabras: ahora mismo, en este preciso instante, podríamos estar a minutos de resultar impactados por otro asteroide y los científicos –y el Poder- lo sabrían, pero nosotros NO.

¿Tenéis el equipo de supervivencia preparado?

2 comments

  1. También está «Terraformar la Tierra» de Jack Williamson, que a pesar de la mala traducción (parece que usaron un traductor online y luego le dieron una repasada rápida con un estudiante en práctica), es un buen libro, recomendable.

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