Una visión optimista de la ciencia ficción (con perdón)

La denominada Leyenda Negra, la primera gran campaña publicitaria negativa del mundo moderno, tuvo tanto éxito y logró sobrevivir hasta nuestros días gracias a la entusiasta recepción de los propios españoles, en principio destinatarios secundarios de una propaganda diseñada para el resto de europeos en el siglo XVI. Ingleses y holandeses construyeron una imagen deformada y oscura del imperio español con objeto de ayudar a desguazarlo y apoderarse de sus restos. Nuestra legendaria capacidad de autodestrucción hizo el resto alimentando durante siglos las más feroces y absurdas críticas para mantenernos con la cabeza gacha.

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Adiós a Ed Roberts

¿Sería posible la ciencia ficción sin la existencia de ordenadores? Igual sí, a base de mezclar algunos conceptos del más amplio género fantástico con los desarrollos del steampunk…, pero lo que es seguro es que poco tendría que ver con la que conocemos en la actualidad. Supernaves estelares cruzando el universo sin ordenadores de a bordo tecleados por ágiles tripulantes espaciales, robots asesinos sin ordenadores miniaturizados que los dirijan en sus maléficos planes, aventureros ciberpunks que entran y salen en redes informáticas complejas con sus ordenadores muy personales, columnas de opinión en la web sin títulos basados en el nombre de ordenadores manipuladores extraídos de clásicos del cine… Se hace difícil de imaginar, francamente.

Por ello es hoy justo y necesario, nuestro deber y salvación, reconocer la labor y la figura de Henry Edward Roberts, Ed Roberts para los amigos, un tipo desconocido por el gran público (y por el público lector de nuestro género también) al que sin embargo tanto debemos en la ambientación y desarrollo de las historias que más nos gustan, y que falleció a los 68 años de edad, como una broma de mal gusto, el pasado 1 de abril (el Fools Day o Día de los Locos, equivalente anglosajón de nuestro Día de los Santos Inocentes).

Para el que no lo conozca, Roberts sorprendió al mundo con la presentación, en el número de enero de 1975 de la revista Popular Electronics, de un novísimo mecanismo llamado Altair 8800 (en homenaje a la estrella más brillante de la constelación del Águila) que, según rezaba la propia publicación, no era otra cosa que el “primer kit minicomputador del mundo”. O sea, el primer ordenador personal de la historia aunque, eso sí, con menos posibilidades que el teléfono móvil más barato que podamos encontrar en nuestros días. De hecho, su invento funcionaba con un procesador Intel 8080 que le permitía ser programado para varias tareas de cálculo y poco más. Fue su creación más conocida tras muchos años dedicado a trastear con los circuitos.

Si sería importante el artilugio de Roberts, que Bill Gates y Paul Allen, fundadores de Microsoft, publicaron un comunicado a cuatro manos nada más conocer el fallecimiento de este ingeniero y médico nacido en Miami para mostrar sus condolencias con la familia y en recuerdo del que calificaban como “mentor” de su propia obra. Y es que el propio Gates, que en 1975 era un estudiante de la universidad de Harvard, se mudó igual que Allen a Albuquerque, donde se encontraba la empresa de este pionero del PC personal, para trabajar con él en la empresa que había creado con unos amigos, también apasionados de la cacharrería y el cableado: Micro Instrumentation Telemetry Systems (MITS). Con el tiempo, ambos se independizarían de Roberts para fundar su propia compañía, la exitosa Microsoft, pero siempre reconocieron la deuda intelectual con el lenguaje de computación empleado en el Altair 8080.

En 1977, Ed Roberts se cansó de la informática y vendió su parte en MITS para dedicarse a otra de sus grandes pasiones: la medicina. Tras graduarse en la Universidad de Mercer, en 1986 comenzó a ejercer como médico rural en el Estado de Georgia, donde ha terminado sus días víctima de la neumonía.

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