por Manuel de los Reyes.
Hace unos meses, aprovechando unas breves vacaciones en mi patria chica, compré la antepenúltima novela de Stephen King, La cúpula. Como siempre que añado una nueva obra traducida a mi biblioteca, eché un rápido vistazo a la página de créditos para ver quién se había encargado de la traducción. Para mi sorpresa (relativa, puesto que se trata de una práctica cada vez más habitual), me encontré con que eran dos los artífices de la misma: Laura Manero y Robert Falcó. Tomé nota mental y me zambullí en la lectura. No habían terminado las antedichas vacaciones cuando andaba ya necesitado de nuevas lecturas, de modo que me acerqué a la librería más cercana y arramblé con todos los títulos que me llamaron la atención. Uno de éstos fue El método, de Juli Zeh, sobre el que ya había leído algo en los mentideros literarios de su país de origen. Sabía que la autora es un personaje tan mediático como polémico, y que su última novela coqueteaba con la ciencia ficción, mal que a ella le pesara.
En ésas estaba pensando yo, hojeando el libro, cuando la deformación profesional me llevó a la página de créditos y, tate, allí estaba otra vez ese nombre: Laura Manero. Pero ¿qué pasa aquí?, debí de decirme. ¿Que esta compañera también traduce del alemán? Me venció la curiosidad, por un lado, y por otro me sedujo la prosa que entreví en el par de páginas que leí rápidamente antes de pasar por caja. Podía haber comprado Corpus Delicti: Ein Prozeß aquí, en Alemania, pero en vez de eso decidí comprar El método allí, en España. La curiosidad y Laura Manero se habían confabulado para venderme un libro. Y cómo me alegro de haber tomado aquella decisión espontánea. La opinión que me merece la novela se puede consultar unas cuantas entradas más atrás, en esta misma página, de modo que no volveré sobre ello. La sensación que me produjo la traducción, sin embargo…
Del último párrafo de mi reseña de El método se infiere que la traducción me gustó, pero sería justo añadir que me impresionó incluso, me ayudó a superar los pasajes más áridos de la novela y me inspiró para retomar el trabajo con energías renovadas al término de las vacaciones. No pude resistir la tentación de intentar localizar a esta traductora de excepción para preguntarle si le importaría responder a una sencilla batería de preguntas para esta humilde sección, así que tiré de Google para recabar algo más de información, logré ponerme en contacto con ella y descubrí que Laura, además de hacer gala de una profesionalidad extraordinaria, desprende una calidez y una simpatía excepcionales. Sin más preámbulo, dejo a los amables lectores de La mano izquierda de la traducción en compañía de nuestra invitada de hoy, doña Laura Manero.
Para aquellos de nuestros lectores que no estén familiarizados con tu trabajo, ¿te importaría hacernos un breve resumen de tu perfil profesional?
Pues, veamos: me licencié en Traducción e Interpretación en la Universidad Autónoma de Barcelona hará unos trece años, pero poco antes de acabar los estudios ya había empezado a traducir alguna cosita para editoriales. Desde entonces, me dedico profesionalmente a la traducción de libros, del inglés y el alemán al castellano, y he tocado más o menos todos los géneros: la autoayuda de los inicios, el ensayo, la literatura infantil, la novela histórica, la narrativa contemporánea. En esta profesión, hay que ser un poco todoterreno y saber adaptarse a cada nuevo proyecto que te proponen. Desde hace un par de años, imparto también clases de traducción inglés-castellano en la Universidad Pompeu Fabra, y la verdad es que resulta una experiencia muy curiosa y enriquecedora, porque los alumnos siempre te hacen reconsiderar muchísimas cosas que tú, con los años, ya has acabado dando por hecho.
Has traducido La cúpula, de Stephen King, en colaboración con Robert Falcó. ¿Habíais colaborado ya con anterioridad? ¿Dirías que traducir a cuatro manos presenta algún reto añadido?
Traducir a cuatro o más manos siempre presenta retos, pero también tiene grandes ventajas añadidas. Hay que dejar bien establecidas las líneas básicas desde un principio y llegar a acuerdos que, en ocasiones, resultan difíciles (¿qué tipo de puntuación utilizamos?, ¿qué enfoque se le dan a los juegos de palabras o los contrastes interculturales?, ¿cuándo pasan a tutearse dos personajes?). Sin embargo, la colaboración redunda también en una traducción más «consciente», por decirlo de alguna manera, ya que tienes que reflexionar mucho tus opciones para poder defenderlas (llegado el caso) ante tus compañeros. Lo que sucede con Robert es que, como también fuimos compañeros de clase en la universidad, casi podríamos decir que aprendimos a traducir juntos. Eso facilita mucho las cosas, porque con los años hemos acabado conociendo nuestras manías y nuestras puntos fuertes y flacos, lo cual ayuda a establecer dinámicas de trabajo y a depositar una gran confianza en el otro. En realidad, esto último podría decirlo de cualquiera de mis compañeros de Anuvela®.
Eres miembro del colectivo de traductores literarios Anuvela®. Háblanos de ese proyecto: cómo surgió, cómo os repartís los encargos…
Antes que un colectivo de traductores, lo que buscábamos las componentes de Anuvela® (al principio éramos todas chicas) era un despacho compartido al que poder ir a trabajar. La profesión del traductor es muy solitaria y nosotras queríamos ponerle remedio a eso. Una vez tienes a seis traductoras que comparten amistad y complicidad en una misma sala, la colaboración es algo que surge por sí solo. Al principio se daba en forma de consultas entre nosotras, pero al poco tiempo nos ofrecieron compartir la traducción un libro que corría prisa para una editorial en la que ya nos conocían a varias de nosotras. Más adelante se incorporó Robert (la “®” de Anuvela®, que es un acrónimo formado con nuestros nombres) y, así, como grupo, hemos ido aprendiendo a trabajar juntos en la traducción de una misma obra.
Empezamos por libros «fáciles de repartir», como compendios de relatos o libros de divulgación científica. Con el tiempo, los encargos se fueron complicando y nuestro sistema fue perfeccionándose también, hasta que nos vimos capaces de asumir colectivamente la traducción de una novela con una sola voz autoral. Cuando trabajamos juntos en un mismo libro (que es puntualmente, porque la mayor parte del año cada uno trabaja de manera individual), no lo dividimos en partes iguales para que cada cual traduzca por su lado, sino que vamos entrelazando el trabajo de unos y otros cada pocas páginas para que todos podamos seguir el hilo de la historia, el tono de la narración, la selección de vocabulario, etc. El diálogo entre los participantes es constante y trabajamos bajo la «dirección» de un coordinador (uno de nosotros que también forma parte del equipo de traducción, pero con voto de calidad para dirimir las cuestiones más controvertidas). De ahí que podamos producir una traducción unificada, cohesionada, y no un recosido de fragmentos sueltos. Esta forma de trabajo nos ha permitido enfrentarnos a novelas de Ken Follett, Frederick Forsyth o Katherine Neville con resultados muy satisfactorios para todo el mundo, la verdad.
No traduces exclusivamente del inglés, sino también del alemán. Mondadori ha publicado recientemente El método, de Juli Zeh. Me gustaría preguntarte cómo llegó la novela a tus manos, y también si sientes alguna preferencia por traducir de uno u otro idioma.
¡El libro de Juli Zeh fue un caramelo! No podría decirte cómo tuve la suerte de que cayera en mis manos, porque muchas veces los caminos internos de una editorial son inescrutables. La directora del departamento de redacción me lo pasó para que le echara un vistazo y le dijera si creía que podía encargarme de la traducción, y en cuanto empecé a leerlo me di cuenta de que sí, quería traducirlo. Fue uno de esos libros que te sientas a leer y no te levantas hasta que ya no quedan más páginas; suena tópico, lo sé, pero debo reconocer que, como lectora, es algo que no suele ocurrirme. Me secuestró.
En cuanto a la preferencia por uno u otro idioma, tengo una relación diferente con cada uno. Con el inglés siento una cercanía más intuitiva, quizá porque empecé a aprenderlo ya desde muy pequeñita. Con el alemán, que empecé a estudiar muchos años después, mi trato es más artesanal, por decirlo de algún modo. Tengo que trabajarlo más, la traducción se convierte en una tarea más elaborada. Quizá también por la estructura misma del idioma, que hace que me sienta como montando un rompecabezas (y admito que eso me resulta un placer). El inglés, por el contrario, me resulta más plástico, más «impresionista». La verdad es que los disfruto mucho ambos y, cuando hace varios libros que traduzco sólo del inglés, empiezo a echar en falta el alemán, y viceversa. Me aportan cosas muy diferentes.
Con motivo del taller para traductores literarios que con carácter anual se celebra en la ciudad alemana de Straelen am Niederrhein, a finales de agosto de 2010 Juli Zeh tuvo ocasión de reunirse con hasta siete de sus traductores, encargados de verter El método a las correspondientes lenguas oficiales de países como Taiwán, Polonia o Turquía. ¿Qué opinas de este tipo de iniciativas? Y la pregunta inevitable: ¿Qué preguntas le habrías planteado a la autora si os hubierais podido ver cara a cara mientras traducías su libro?
En las contadas ocasiones en que he tenido oportunidad de ponerme en contacto con el autor o la autora del libro que traducía, la experiencia ha resultado muy positiva, así que no dudo que este tipo de reuniones deben de ser muy fructíferas para el traductor. También para el autor, desde luego, que tiene ocasión de transmitir su obra de una forma más directa. En el caso de El método, más que preguntas concretas, creo que me habría gustado oír a Juli Zeh hablando del universo de la obra para poder empaparme más aún de esa atmósfera fría, aséptica y opresora que domina el libro, y así entender mejor la necesidad y el proceso de huida del personaje de Mia.
Las dos novelas antes citadas, La cúpula y El método, se adscriben al género, cada una a su manera. Según tu experiencia profesional, ¿encuentras grandes diferencias entre la traducción de literatura fantástica y la traducción de otros tipos de narrativa?
Una de las aptitudes importantes que, en mi opinión, debe tener un traductor es la empatía. Saber ponerse constantemente en el lugar del otro: del escritor, del protagonista, de los lectores finales del libro. Quizá en la literatura fantástica esto se lleva más al extremo, porque no sólo debes trasladarte mentalmente a una situación que no es la tuya, sino a una que ni siquiera existe en la realidad tal como la conocemos, y conseguir transmitirla de forma verosímil y convincente, como pretendía el autor. Eso supone forzar al máximo esa empatía de la que te hablaba, saber meterse en el universo de la obra y… supongo que casi estar dispuesto a jugar allí una partida de rol, por decirlo de algún modo. En los libros de «ficción científica» puramente dicha, desde luego, la necesidad de documentación debe de ser abrumadora, pero ése no ha sido el caso ni de La cúpula (al menos no en cuestiones estrictamente científicas) ni de El método.
No dejo de pensar que traducir a Stephen King sería un sueño hecho realidad para mí, y me pregunto si tú también tienes algún escritor favorito del que te haría ilusión que te encargaran traducir algo. Y ya para terminar, si nos lo puedes desvelar, ¿qué título estás traduciendo en estos momentos?
Pues, mira, alguna otra vez me lo han preguntado y, curiosamente, nunca sé qué contestar. No sé si querría traducir a un autor o un libro que admirara. Para mí, el proceso de la traducción supone una disección tal de la obra, poner el texto casi bajo un microscópico electrónico y luego hurgar un rato en él, que no sé cómo llevaría hacer eso con un libro que me resultara especialmente querido. A veces, la distancia es un factor muy positivo. ¡Tendré que pensarlo más!
En cuanto a tu última pregunta, en estos momentos estoy sumergida en pleno thriller, traduciendo The Accident, de Linwood Barclay, que publicará Random House Mondadori en los próximos meses.
Desde aquí le deseo a Laura mucha suerte en ese proyecto y en los venideros. Ha sido un placer conversar con ella.
«¿cuándo pasan a tutearse dos personajes?»
Ya podían los del audiovisual plantearse esto de vez en cuando, porque hay series y películas en las que esa cuestión acaba produciendo risa (se acuestan juntos y se tratan de usted). Me ha llamado mucho la atención el asunto del colectivo Anuvela (en qué parte del teclado estará esa maldita erre). Me parece dificilísimo coordinar algo así.