Existe una tendencia muy común a considerar la "sabiduría popular" como "la verdadera sabiduría". Bueno, quizás la tendencia sea a hablar en estos términos; quizás luego la persona no esté tan convencida siquiera de lo que ha dicho (como ocurre en tantas discusiones). No puedo saberlo, así que me limitaré a defender que existe la tendencia a hablar como si se considerara que "más se aprende en la calle que en los libros".
Evidentemente, como cualquier perla sentenciosa que encontramos en el folklore español, esta losa verbal contiene su pequeña pizca de verdad, aunque la idea de que la sabiduría popular sea la verdadera sabiduría no haya por dónde cogerla (y, si no me creen, pregunten a los físicos).
Decía John Huston que si querías ser director de cine lo primero que debías hacer era vivir, después debías vivir otra vez y ya después hacer películas. No considero que esta cita eleve la sabiduría popular por encima de la culta. Lo que sí considero es que de nada te sirven las teorías sin el trabajo de campo. Puedes conocer cada línea de Platón o de Kant que si no estás acostumbrado a esquivar los marrones, muy mal te va a ir en tu empresa. Por otra parte, los libros solo plasman pequeñas parcelas de la realidad, mientras que viviendo tienes que vértelas con la realidad entera. No, cuando me refiero a la sabiduría popular no me refiero a saber desenvolverse en la vida, como no me refiero a las consideradas "obras de arte popular". Me refiero a las sentencias callejeras y a los "comentarios rápidos".
Una cosa es saber cómo poner en práctica los conocimientos adquiridos y otra muy diferente, que la sabiduría popular supere a un ensayo de Wittgenstein, a uno de Umberto Eco o a uno de Planck. Un ejemplo perfecto es el de los refranes. Todos hemos oído alguna vez cosas del tipo: "Si es que en los refranes está todo" o "Si por algo se dice…". Quien opine que dichos como: "Cuando una puerta se cierra, una ventana se abre" o "En el país de los ciegos el tuerto es el rey" superan en sabiduría un tratado de sociología de Durkheim es que no entiende muy bien cómo funciona la cultura.
Los refranes no son más que plasmaciones de un proceso vivencial muy concreto que se da en ciertas ocasiones. Por ejemplo, "A quien madruga Dios le ayuda" debería ser en realidad: "En la mayor parte de las veces, si madrugas aprovechas bien el día; pero hay veces que es mejor que duermas hasta tarde y te despejes". Mi favorito es ese horrible de: "Piensa mal y acertarás", atribuible solo a una mente psicópata contenida, o el similar: "Cuando el río suenaaaa… ¡Agua lleva!" (acompáñese de guiño de un ojo y fruncimiento de labios, a ser posible echándose una mano a la cadera mientras con la otra se señala firme al interlocutor). Con perlas de la sabiduría popular como estas, ¿para qué necesitamos un estado de derecho? (Ahora alguno puede salir con otra de esas perlas populacheras reduccionistas: "¿Es que no vivimos en un estado de derecho!".) El saber popular es reduccionista: sintetiza una compleja red de elementos de diversa índole en una sentencia fácil de recordar. Advierto: me encantan los refranes como graciosas descripciones rápidas de una situación. ¡¡¡¡Nunca como argumentos!!!!
¿Por qué digo esto? ¿Para ensalzar a los eruditos por encima de la gente "real"? (Es que hay quien no los ve "reales", como si los eruditos vivieran en urnas y no desayunaran café con porras o no se partieran el culo viendo Resacón en Las Vegas.)
En absoluto. Un "erudito" solo es un técnico en un aspecto de la cultura, aspecto que domina más que quienes no son expertos en ese campo. Igual que un programador puede ser un erudito en su campo, Noam Chomsky es un erudito en Lingüística, por ejemplo. Aunque debo afirmar que tan despreciado suele ser un erudito en historia como uno en biología, por el mero hecho de ser eruditos.
Pregunto de nuevo: ¿es este un texto en defensa de los eruditos para ponerles por encima de los pobres mortales?
No exactamente. El presente texto viene motivado por una reciente conversación. A lo largo de ella, ciertas personas nos preguntábamos por la cada vez menor escritura de artículos y de participación constructora entre los aficionados a la literatura de género. Pues lo normal habría sido que con internet se hubieran disparado las reflexiones, los artículos, las entrevistas a escritores conocidos… ¡Pero ha ocurrido todo lo contrario! Cada vez son menos los sitios interesantes, cada vez parece menor la cantidad de artículos realizados por "gente de la calle no erudita". Contrasta esto bastante incluso con esa idea de que "la gente de la calle es la que de verdad sabe sobre la vida" (de nuevo, como si Cormac McCarthy o Philip Roth no hubieran crecido viendo la tele ni jamás hubieran ingerido comida basura ni tuvieran relaciones familiares tormentosas o problemas de salud aleccionadores).
No voy a entrar en el absurdo complejo de inferioridad de quien afirma que la verdadera sabiduría está en gente como él (sí, sé que suena contradictorio, pero ya he dicho que no voy a entrar en ello por ahora). Me interesa más el motivo por el cual hace años abundaban los fanzines, los cuentos de ciencia ficción, los estupendos artículos escritos por un aficionado adolescente… y ahora no.
Habrá, por supuesto, muchos motivos sociales, pero quizás destaque uno interesante: no hace falta para ganar notoriedad, para ser alguien.
Imagino que ya muchos intuirán por dónde van los tiros. Hoy basta con soltar pequeñas perlas de sabiduría rápida para granjearse un sitio en el colectivo que le interesa (o en el que ha conseguido colarse). Facebook es un ejemplo magnífico, pero también pueden encontrarse en lugares como Prospectiva y otros afines.
El tipo de sabiduría popular del "comentario rápido" en todos estos espacios puede construirse con algunos esquemas fijos, entre otros muchos:
a) "¡Cómo me estoy pasando diciendo algo que supuestamente nadie se atreve a decir! ¡Soy guay!"
b) "Conozco un dato peregrino —científico, literario, histórico— que desarma eso y voy a soltarlo enfadado porque nadie como yo tiene esa mínima cultura, aunque el dato sea la fecha de fabricación de los fusiles rusos que se usaban durante la Segunda Guerra Mundial".
c) "Juego de palabras ingenioso, por lo demás vacío".
d) "A mí no me gusta y no sé por qué tiene que gustarme y, como me lo estás imponiendo aunque en ningún sitio digas que me lo impones, doy a entender que eres un gilipollas pero sin decir que eres un gilipollas".
e) "Sois del otro bando y con tu texto demostráis todos vosotros [aunque solo sea un individuo el que firma] una vez más por qué sois del otro bando".
f) "[Texto con faltas de ortografía casi incomprensible entre exclamaciones y seguido de JAJAJAJA]".
Tranquilidad, por favor. Todos hemos perpetrado al menos dos o tres perlas de estas, más o menos inconscientemente (o conscientemente, ¡¿qué cojones…?!). No le veo, en general, mayor problema en el hecho de que lo hagamos. Como dice un amigo, aunque no me guste: el juego va de eso.
El problema aparece cuando esa «sabiduría popular», a menudo disfrazada de erudición, eclipsa, engulle, anula la reflexión inteligente, trabajada, cuidadosa. Lo que me preocupa es que quizás viejas ansias por destacar, por ganar notoriedad, ya no lleven a reflexiones cuidadas, a trabajarse una entrevista, a cubrir un evento… Aquella sabiduría popular me interesaba, me atrapaba, me fascinaba en ocasiones. Y, a veces, superaba los textos de los eruditos.
(Existe el fenómeno contrario: que cuanto se escriba tenga que ser: "EL NUEVO VERBO DIVINO". Pongo el ejemplo de que la revista Hélice en su origen jamás aspiró a publicar textos megasesudos. Pero parece que es casi lo único que nos envían. Joder, no hace falta. Se trata solo de sentarse despacio y darle forma a una idea, estructurarla, argumentarla durante unas horas de trabajo. Agradecemos, por supuesto, los grandes análisis con mucho trabajo detrás, pero no es lo único que se puede publicar.)
Sin embargo, la reflexión cuidada cuesta más que el comentario rápido en el foro y no da más notoriedad; ¡a veces, la quita!
Y a veces la quita porque puede ganar más notoriedad el comentario casual a pie de texto, aunque meditado con tranquilidad sea la gilipollez más grande jamás escrita.
Considero que se trata de que el intelectual está mal visto. Ese tipo que lo único que ha hecho ha sido entusiasmarse por un tema y trabajarlo, trabajarlo, estudiarlo, entenderlo y luego divulgarlo, es algo que ningún niño quiere ser de mayor. Solo en España, que yo sepa, se usa el término "intelectual" como un insulto (imagino que habrá más lugares en que ocurra, peor aquí es taaaaan frecuente…). Durante mis años de profesor de secundaria (felizmente dejados atrás), tuve que bregar con docenas de padres ¡y compañeros profesores! que defendían que la cultura no valía para nada y que aprobáramos a sus hijos porque les hacíamos sufrir estudiando cosas que no valían para nada. Gran Hermano es la meta para muchos, pero —sin tan altas aspiraciones— hay muchas personas frustradas que se ven en la obligación de alabar la sabiduría popular para no reconocerse a sí mismos que nunca llegarán al nivel de conocimiento de los grandes eruditos. Si se supiera cuántos padres educan a sus hijos desde esta perspectiva… No pasaría nada. Son demasiados padres.
Estoy seguro de que muchos de esos padres son los que usan el término "intelectual" como un insulto o los que consideran la sabiduría popular: la más alta de las filosofías. Como ha escrito un intelectual hace poco: "el error está en la deducción subsiguiente de que todas las opiniones tienen el mismo valor. De hecho, todas las opiniones cuestan lo mismo —nada—, pero no todas valen lo mismo".
Una vez más, nada tiene de malo el comentario rápido. Es divertido, tiene algo de trasunto de la conversación en persona, es una forma de mantener algunos contactos. Tampoco es que sea del todo inútil como conocimiento: aprende uno ciertas cosillas, invita a reflexionar…
En definitiva, no veo problemas en los comentarios en foros, en los blogs escritos sin pensar, en las discusiones eternas sin sentido. Veo problema en que todo eso sustituya al escrito de reflexión, donde la sabiduría popular o la individual se desarrollan con mayor espacio, con mayor detenimiento, sin tantas precipitaciones.
Me preocupa que fenómenos populacheros del Facebook (del que yo también disfruto en contadas ocasiones) venza sobre ese espacio intermedio entre lo erudito y lo populachero: los artículos de opinión. Me preocupa que la cultura de la red se termine colapsando con la dictadura del comentario rápido. Me preocupa que las verdades rescatables del día a día, de lo popular (no lo populachero), no se desarrollen como deben y me vea limitado a una teleportación entre la galaxia de "Anatomía de la crítica" y el puerto espacial del chascarrillo de Facebook, sin viajar por todos los planetas, asteroides, cometas y naves generacionales que podría encontrar por el camino.
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