Vuelta atrás

Uno de los comentarios que más frecuentemente me hacen acerca de mi propuesta de separar literatura prospectiva y literatura de ciencia ficción es si no responderá a un propósito de separar la buena cf de la mala. No es así, y tengo dos pruebas. La primera, es que hay libros que me parecen incuestionablemente estupendos que son, sin lugar a dudas, ciencia ficción: pongamos Hyperion o Naufragio en tiempo real. En cambio, hay obras que son prospectivas y que, sin embargo, no funcionan como literatura. Pongamos la mayoría de las de Sawyer.

Mi contumacia en la lectura del canadiense es tan inquebrantable como insatisfactoria.  Aunque, a estas alturas, ya no decepcionante: asumo que Sawyer es un escritor mediano. Nunca he leído una novela suya que pudiera puntuar con más que un 7 –que le podría llegar a dar a El cálculo de Dios en un día benévolo-, pero las inquietudes personales que transmite en su obra y la intención de ofrecer motivos de reflexión al lector de sus trabajos hacen que nunca pueda ponerle menos de un 4 –para esta Vuelta atrás, por ejemplo-.

Sawyer insiste en esta novela en muchos de sus tics, parece que ya totalmente anclado en ellos e incapaz de una evolución. Resulta tentador compararle con Robert Charles Wilson, con quien comparte ciertas inquietudes temáticas: pero mientras que éste siempre parecía apuntar la promesa de una progresión –finalmente cumplida en la magnífica Spin-, ya no cabe esperar más de Sawyer. Son demasiadas novelas iguales las que acumula; son demasiados libros en los que sus defectos se van exacerbando, sin moverse un paso hacia adelante.

Vuelta atrás, para colmo, parece una suerte de variante de la ya citada El cálculo de Dios, pero escrita con menos convicción. En 2010 llegó un mensaje extraterrestre a la Tierra, y una astrofísica canadiense consiguió descifrarlo y contestar. A los 38 años, con ella ya anciana, llega la respuesta. Un multimillonario decide sufragar para la científica un carísimo proceso de rejuvenecimiento para que se encargue de la tarea de descifrar el nuevo mensaje, y ella pone como condición que su marido la acompañe en el proceso. Pero, por primera vez en la historia, el rejuvenecimiento no funciona con ella, y mientras su esposo se convierte en un chico de 25 años, ella continúa con 87 en el empeño de saber qué dicen los extraterrestres.

Si este resumen argumental parece algo atrabiliario, bien: es que la historia está muy forzada. Los personajes no contribuyen a mejorarla dotando al contexto de verosimilitud. El matrimonio protagonista es un dechado de bondad y humanidad, que se adapta a su difícil situación con una ternura tan encomiable como increíble. El multimillonario es tal y como nos lo podríamos imaginar ahora mismo en tres, dos, un segundo. Los hijos cincuentones que ven cómo su padre rejuvenece son monigotes. Hay una chica mona que es fenomenal –o, como se repite en el libro con insistencia tontuela, “celestial”-. Ah, se me olvidaba: está el robot entrañable que hace preguntas con ingenuidad pero que, ay caramba, ponen el dedo en la llaga. Ya se sabe que los niños y los robots siempre dicen la incómoda verdad.

Mientras el planteamiento de un mensaje extraterrestre con inquietudes religiosas de El cálculo de Dios se mantenía en unos parámetros verosímiles, la mayor complejidad del mensaje de esta otra novela, sumada a la combinación entre comentarios naif, guiños costumbristas y background científico de Muy Interesante que emplea aquí Sawyer, hace que, como lector, vea el relato desde una progresiva distancia. No falta incluso algún detalle chusco, como que un personaje cite a uno de sus escritores favoritos con una frasecita que resulta ser del propio Sawyer –en detalle advertido por el traductor Rafael Marín, que hace otro de sus trabajos eficaces-.

Dicho todo esto, sin embargo, no puedo condenar del todo a Vuelta atrás por cuanto Sawyer se toma la molestia de afrontar ciertas cuestiones de interés con una actitud bastante madura. Por ejemplo, el libro contiene el debate más extenso que yo haya leído en una obra de cf sobre el problema del aborto, y tiene la perspicacia de no llegar a conclusiones maniqueas. La forma en la que se trata la vejez o la muerte rebosa empatía sin alardes. En líneas generales, una vez más parece que Sawyer quiere hacer en su trabajo cosas que a mí me parece interesante hacer –como el enfrentar a personajes con preocupaciones cotidianas a retos históricos-, pero quizá simplemente es que no tiene la capacidad como escritor para conseguir con ese propósito algo más que un technothriller con ínfulas.

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