¡No haremos prisioneros! Guerra y ciencia ficción (y III)

El éxito de Tropas del espacio significó la aparición de una pléyade de pobres imitadores hasta prácticamente nuestros días (la película de Paul Verhoeven en los 90 revitalizó el interés por esta temática). Algunas de las más célebres, como Armor de John Steakley (1983), incluso llegan a rozar el plagio al ambientar directamente su trama en el mismo universo heinleniano (sin explicitarlo, por supuesto).

Otros autores han preferido más bien basarse en el espíritu del libro que en su ambientación. Jerry Pournelle, al que no sin cierto sentido del humor se le ha acusado de estar más a la derecha que Gengis Khan, es probablemente el mayor heredero ideológico de Heinlein. Mucho de esto se encuentra en las obras escritas en colaboración con Larry Niven como La paja en el ojo de Dios (1974) y su continuación El tercer brazo (1993) pero se desarrolla plenamente en la aún inédita en castellano King David’s Spaceship y, en especial, en El soldado (1977) y El mercenario (1978).

Ambas pueden verse como una dura crítica del gobierno de Jimmy Carter y un anticipo del de Ronald Reagan y de algunas de las actitudes más carpetovetónicas que todavía perviven en la derecha estadounidense. Así, en estos libros la ONU. es una especie de gobierno dictatorial que ahoga a los auténticos países libres (idea que comparten en nuestros días un gran numero de norteamericanos), el ejército es el único garante de las libertades y existe casi de milagro debido al odio que le profesan los políticos que constantemente recortan sus gastos. Los pobres militares deben de recurrir al tráfico de drogas para poder financiarse (la CIA hizo algo parecido en Indochina en los 60 y bajo el gobierno Reagan se produjo el caso Iran-Contra) y las misiones de guerra sucia están a la orden del día.

Quizás lo más repugnante de Pournelle no sea su fetichismo militarista más bien infantil, que le lleva a copiar íntegramente un combate de la Guerra de Corea para una escena, o que le hace “jugar a los soldaditos” al convertir a cada uno de los cuerpos mercenarios que aparecen en sus libros en un remedo de sus “soldados favoritos” (la Legión extranjera francesa, los marines, la infantería escocesa, los panzer alemanes). Lo realmente inaceptable es que una de las historias que aparecen en esta saga es un remedo del golpe de estado de Pinochet en Chile y de los asesinatos y masacres cometidos en el Estadio de Fútbol de Santiago (magistralmente recreados en la película de Costa-Gavras Missing) donde no sólo se justifica la actuación del ejército golpista chileno (en este caso un cuerpo mercenario alquilado por los colonos ricos en un planeta alejado de la Tierra) sino que incluso se glorifica a sus miembros calificándolos de héroes que hacen un trabajo sucio, pero necesario, que los gobiernos civiles no han tenido el valor de llevar adelante.

Frente a esta literatura reaccionaria inaugurada por Heinlein, era sólo cuestión de tiempo que surgiese alguna respuesta desde la izquierda norteamericana. El primer caso fue Bill, géroe galáctico (1965) de Harry Harrison, un esfuerzo intencionado de ridiculizar Tropas del espacio que tuvo gran éxito y fue muy alabado por la crítica pero que, personalmente, encuentro fallido al ser un esfuerzo eminentemente satírico y burlesco donde el realismo desaparece en favor de la parodia (sin olvidar que algunos capítulos son un plagio descarado de G. K. Chesterton). Esta línea de trabajo sería seguida por otros autores entre los que destaca el norirlandés Bob Shaw que en ¿Quién anda por ahí? (1977) supera al propio Harrison en su esfuerzo por mostrarnos de una forma humorística el absurdo de la guerra.

Más satisfactoria fue La guerra interminable (1974) de Joe Haldeman, probablemente la obra maestra de la ciencia ficción antimilitarista. Las similitudes y diferencias entre Haldeman y Heinlein son realmente pasmosas. Haldeman fue también militar pero no de carrera; como tantos otros compatriotas suyos fue reclutado como soldado raso para la Guerra de Vietnam y, a diferencia de Heinlein, sí vio bastante acción en su año de permanencia en este país. De hecho su estancia en el ejército finalizó cuando al pisar una mina perdió parte de una pierna (su experiencia le llevó a escribir un terrorífico poema al respecto, “DX”).

Para la fecha de publicación de su obra maestra, su carrera como escritor había sido corta y discreta: una novela mainstream que pasó sin pena ni gloria (War Year) y un puñado de relatos (algunos de ellos aparecen en la antología Sueños infinitos de 1977). Resulta curioso observar cómo, a pesar de esta brevedad, lo bélico ya tenía un gran peso en su producción, además de su primera novela, cuentos como “A Howard Hughes: una modesta proposición” o “Contrapunto” pero, especialmente, “Una mente propia” y “La guerra privada del soldado Jacob”, pueden ser descritos como bosquejos de muchas de las ideas que aparecerían en su más famosa novela.

La guerra interminable resultó un éxito tan abrumador como Tropas del espacio. Ganó los premios Hugo, Nebula y Locus de aquel año y convirtió a su autor en uno de los grandes. Por desgracia, Haldeman no ha conseguido otro libro igual de potente aunque su producción posterior le ha permitido seguir cosechando premios y un público fiel (al menos otras dos de sus novelas tienen una temática bélica aunque no estén a la altura de La guerra interminable; se trata de Recuerdo todos mis pecados y Paz interminable).

En el caso de este libro, la inspiración es mucho más fácil de identificar por que el propio autor se ha encargado de recalcarla. La guerra interminable es Vietnam y, como algunos críticos sugieren, quizás sea la mejor obra literaria de género o no sobre esta guerra. Por otro lado, el libro también imita descaradamente (con un carácter claramente crítico) parte de la estructura de Tropas del espacio. Ambas tratan sobre una guerra interestelar, en los dos se narra la historia de un recluta, de cómo participa en varias batallas, sobrevive, pasa por la academia de oficiales y acaba dirigiendo desastrosamente una unidad en una batalla final bastante épica. Obviamente, la intencionalidad es completamente diferente. El libro de Haldeman es netamente autobiográfico; Mandella, el protagonista, como el propio Haldeman, pierde una pierna en una de las batallas (sólo que él la recupera gracias a las técnicas de regeneración de tejidos) y, como su autor, es tremendamente opuesto al conflicto en el que está luchando.

La gran metáfora de la novela, el que la lucha se produzca en un universo relativista donde los viajes a otros planetas duran unos días en la nave pero decenios en la Tierra, es tremendamente potente y describe como ningún otro libro ha sido capaz de hacer la inmensa alienación del soldado cuando vuelve a la vida civil después de un tiempo de servicio. Para los soldados de Haldeman, la Tierra que visitan es incomprensible porque no es su Tierra sino la del futuro, pero para los soldados que volvían de Vietnam la situación era parecida: las atrocidades de la guerra no acababan de encajar con el plácido paisaje de los EE UU de los 60. Un fenómeno similar ha sido descrito por otros muchos soldados novelistas como Erich María Remarque en Sin novedad en el frente o Robert Graves en Adiós a todo esto. Quizás en el caso estadounidense fue especialmente cruel, ya que el recibimiento otorgado a los soldados no era el de héroes si no el de asesinos. Pero, en todos los casos, Remarque, Graves y Mandella, el soldado acaba retornando al frente, que se ha convertido en su único hogar.

En cuanto a los aspectos puramente militares de la novela, la mayoría de ellos están inspirados en Vietnam. Los taurinos, el enemigo de la humanidad, acaban revelándose como unos pacíficos alienígenas a los que atacamos sin justificación y que se adaptan relativamente mal a la guerra. Para un soldado como Haldeman esta era la imagen de Vietnam, un país pacífico (la religión predominante era y es el budismo), con soldados un tanto torpes (desde luego los survietnamitas lo eran) y donde a EE UU no se le había perdido nada. De hecho, el incidente que desencadenó oficialmente la entrada estadounidense en la guerra (el ataque por parte de lanchas patrulleras norvietnamitas a un destructor norteamericano en el golfo de Tonkin) se demostró, posteriormente, que había sido un burdo montaje, algo muy parecido a la primera “batalla” que la humanidad libra contra los taurinos.

En cuanto a la gran batalla final, apesta a jungla. El vietcong había sido entrenado por los chinos en los años 50 y, por lo tanto, sus tácticas eran similares a las de la Guerra de Corea: emboscadas, rapidez, el uso del número como principal elemento de fuerza, las oleadas humanas suicidas contra el enemigo, la rígida obediencia de las ordenes y la búsqueda del cuerpo a cuerpo para anular la insoportable potencia de fuego estadounidense. Si los soldados occidentales en Corea habían calificado a sus enemigos de robots, en Vietnam eran claramente extraterrestres, eran taurinos.

Uno de los trucos que Haldeman usa en su novela es una especie de escudo de fuerza (muy parecido a los usados en Dune) que impide la entrada a los proyectiles de gran velocidad (tipo láser o armas de fuego) pero no a los más lentos (por ejemplo, flechas o armas blancas). De esa forma, la gran batalla final se convierte en una absurda y estrambótica lucha entre tipos uniformados con costosos trajes presurizados armados de espadas, lanzas y hachas. Otra gran metáfora para explicar lo increíble que debía de ser para muchos soldados americanos el utilizar sofisticados sistemas de armamento (fusiles de asalto, carros de combate, aviones a reacción, missiles guiados) para luego acabar enzarzado en una lucha a la bayoneta con un vietcong, pisar una mina o caer en una trampa de estacas de bambú untadas de excrementos, armas todas ellas que no se caracterizaban precisamente por su modernidad.

Finalmente, esta última batalla, donde los humanos se atrincheran en una base fortificada y aguantan a pie firme el ataque masivo de los taurinos, recuerda también a numerosas pequeñas batallas que se libraron durante toda la guerra a lo largo de Vietnam del Sur. En efecto, uno de los sistemas de defensa más típicos de los estadounidenses en este conflicto fueron las Bases de Fuego. Consistían en campamentos fortificados donde se colocaban diversas piezas de artillería defendidas por una pequeña guarnición. Se encontraban diseminadas por todo el país, y eran fundamentales para la lucha, al permitir a las patrullas estadounidenses solicitar apoyo de fuego (mucho más rápido que la aviación) ante cualquier emboscada enemiga. Como era de esperar, dichas bases se convirtieron en un codiciado objetivo para los vietcong, y a lo largo de toda la guerra se libraron numerosos combates donde los “charlies” intentaron infiltrarse en dichos campamentos para aniquilar cuerpo a cuerpo a sus defensores (probablemente la batalla más famosa de todas fue la librada en Khe Shan en 1968). Una situación que encaja perfectamente con la ambientación de la novela.

En nuestros días se sigue escribiendo ciencia ficción militarista y, por desgracia, nos hemos embarcado en una nueva espiral de conflictos a cual más absurdo y sangriento. Sin ir más lejos, la “posguerra” iraquí parece haberse convertido en algo tan mortífero como Corea o Vietnam. Es de suponer que escritores de todo el mundo, pero especialmente anglosajones, acaben sintiéndose inspirados para escribir alguna obra de ciencia ficción al respecto. Las ofertas son claras: o un alegato antimilitarista como el de Haldeman o una obra de propaganda como las de Pournelle. Queda claro cual era del agrado de la saliente administración Bush, la duda es… ¿es el público de la misma opinión?

3 comments

  1. Muy interesante el artículo. Y ánimo con la página, que tiene todos los ingredientes para convertirse en un lugar de referencia para los aficionados al género.

  2. «Lo realmente inaceptable es que una de las historias que aparecen en esta saga es un remedo del golpe de estado de Pinochet en Chile y de los asesinatos y masacres cometidos en el Estadio de Fútbol de Santiago»

    http://es.wikipedia.org/wiki/Nik%C3%A1
    «La revuelta comenzó en el hipódromo, donde se encontraban los emperadores, y se extendió a toda la ciudad, pero Belisario y Narsés, fingiendo negociar, rodearon a los rebeldes en el hipódromo y los masacraron. Se calcula que murieron cerca de 30.000»

    Hola Ivan, bien esta denostar de lo que no nos guste, pero del 532 al 1973 van unos añitos. Es sano comprobar que las atribuciones de exaltacion de tal ó cual conducta por parte de un autor tienen fundamento realmente en lo supuesto, porque la Historia es vieeeja vieeeeja, y citando a Sofia Petrilo (Las chicas de oro) «Soy vieja. He visto de todo. Dos veces»

    Un saludo

  3. Ya, lo que pasa es que Pournelle escribe en las mismas fechas que el golpe de Pinochet no es la de la revuelta del Hipódromo en Bizancio (sí, yo también me he leído a Robert Graves), así que es posible que la historia se repita pero también esposible que lo que se repita sean determinadas actitudes que se justifican según que formas. Si se leee los libros de Pournelle y no sólo ese párrafo de mi artículo uno enti3ende perfectamente de lo que estaba hablando. La matanza del estadio deportivo es sólo la guinda de un pastel donde hay otras muchas cosas, igualmente detestables.
    Y, por cierto, que Pournelle es un ultraderechista recalcitrante que usa su obra para exponer sus ideas políticas no me lo he inventado yo, lo reconoce el mismo.

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