Una de viajes en el tiempo

En el número 124 de Nueva Dimensión (Pp. 77-99) encontré una historieta gráfica de ciencia ficción sobre la temática de viajes en el tiempo, Ecce Homo, con guión de Doug Moench, dibujos de Alex Nino y traducción de César Terrón. Fuera de cuestiones del dibujo, el trazo o el enfoque, sobre lo que poco sé y poco puedo decir, la historia me sorprendió, no porque fuese original -está basada en Behold the Man, de Moorcock-, sino porque estaba construida con solidez.

Karl Glogauer,  joven psicólogo, obsesionado con “la extraña idea de Jung sobre el misticismo cristiano” (p. 86), viaja en el tiempo hasta la época de Jesucristo para buscar al mesías. Sin darse cuenta, acaba por reemplazarlo. La línea histórica se repara a sí misma. Ello me lleva al corazón de estas líneas que aquí reflexionaré. Desde mi perspectiva, en toda obra de viajes en el tiempo, se trazan dos estrategias: la primera es que los hechos pasados modificados no alteren el futuro, sino que lo provoquen, de tal manera que la consecuencia precede a la causa. El otro modelo se apoya en los universos paralelos y establece que cualquier alteración en el tiempo crea un universo paralelo.

Por tanto, el tiempo puede mantenerse impertérrito ante la alteración, porque ya la había previsto; o queda modificado, cuyo resultado es una ucronía. En el caso primero, el tiempo se puede restablecer por si sólo o por el esfuerzo de los protagonistas. A éste último aspecto véase, por ejemplo, la obstinación en todas las series y películas -a excepción de la última- de Star Trek, donde siempre se preocupan por restaurar la línea temporal. Pero en Ecce Homo es la propia entidad del tiempo quien se repara ella sola; el protagonista, sin saberlo, es el desencadenante de los hechos que deseaba atestiguar y sobre los que no quería interferir.

En Ecce Homo la consecuencia precede a la causa, el viaje en el tiempo es el desencadenante de los hechos pasados. Karl Glogauer se convierte en Jesucristo: “No podía sufrir el pensamiento de que Jesús hubiera sido sólo un mito, por eso habló en las sinagogas explicando a todos las parábolas que podía recordar… Podía convertir a Jesús en una realidad física. […] Era un papel arquetípico, un papel que reclamaba a un discípulo de Jung. Karl Glogauer había olvidado a Karl Glogauer” (p. 93).

De esta manera todos los mitos bíblicos quedan racionalizados, se someten al filtro del logos para desechar la inverosimilitud, lo fantasioso de los mismos. Si Jesucristo hace milagros, es porque Karl Glogauer poseía conocimientos del futuro; si Jesucristo tenía visiones, se debe a los delirios que el hambre causa en Karl Glogauer; si Jesucristo hablaba en clave alegórica, se debe a que Karl Glogauer reproducía palabras de la biblia, las mismas que aprendió sin saber que era él quien las había dicho.

La historia se yergue como un poder inalterable, el destino ya está escrito y deja al hombre sujeto a sus designios, pues de modo alguno puede modificar la historia. Este modelo de los viajes en el tiempo me deja en la boca un sabor agridulce. El tiempo, observado como lineal, entendido como un curso invariable de acontecimientos, deja al ser humano como caminante de un camino que él desconoce, pero que ya está trazado. Ello elimina, en parte, el libre albedrío de la naturaleza humana, pues una entidad superior, cuyos designios nos son desconocidos, mueve los hilos según un plan que nos es inaprehensible. Entonces, nuestra falsa libertad reside en la ignorancia.

Volviendo a la historia: otra cuestión que merece la pena resaltar se refiere a la manera en que se realiza la narración de la trama. Ésta presenta la alternancia de dos tiempos, el momento presente en que el protagonista va suplantando la identidad de aquél a quien buscaba -que era él mismo-, es decir, Jesucristo; y sus recuerdos de la vida en el futuro, pero previa al viaje. En esa vida destacan sus largas conversaciones de cama con Mónica, donde ambos discuten sobre el psicoanálisis y la destrucción de los mitos del hombre moderno a través de la óptica del relativismo.

Mónica es su conciencia negativa, la eterna duda del protagonista, una mujer fría y racional, siempre “protegida por una pantalla intelectual” (82). Cuando tienta a Glogauer durante su penitencia en el desierto se transforma en un súcubo, una femme fatale que intenta llevar al protagonista al fracaso de su búsqueda espiritual.

Entre ambos tiempos mencionados -el de la narración que es pasado y el de los recuerdos que es futuro- se intercalan intertextos, citas que ayudan a la interpretación de la obra: pasajes del Nuevo Testamento, y algún fragmento de Jung.

Termina Karl Glogauer en la cruz, sucumbiendo al los delirios del dolor, donde ve a Mónica que le muestra su naturaleza masoquista que le ha convertido en mártir de un engaño y que le lleva a esas desesperadas palabras finales antes de morir: “es una mentira”. Y la aclaración final del narrador: “El cadáver fue robado por criados de algunos doctores que creían que poseía propiedades especiales. Más tarde, se rumoreó que no había muerto. Pero el cuerpo ya estaba pudriéndose en las salas de disección de los doctores” (p. 99). Entonces la resurrección queda como un rumor, declaración oral sin evidencia plausible, no demostrable, y son los doctores, la ciencia, quien trabaja con su cuerpo. Karl Glogauer buscaba el mito, pero el mito es una mentira, la victoria es del logos. Esa es mi interpretación de esta historieta gráfica. Aún así, quedaría leer la novela de Moorcock para apreciar con más intensidad la trama y los parentescos o diferencias que mantenga con esta versión gráfica.

2 comments

  1. La historieta original se publicó en la revista de Marvel UNKNOWN WORLDS OF SCIENCE FICTION. Imagino que por problemas de censura, auto-censura, temor o pudor religioso de los editores, no se publicó en la versión española MUNDOS DESCONOCIDOS de Vértice.

  2. Sin haber leído el comic, y por lo que recuerdo del libro de Moorcock, parece que es una adaptación bastante fiel.

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