Karel Capek es recordado fundamentalmente por RUR (1920) y La guerra de las salamandras (1936). Dos obras de géneros literarios distintos que beben de una misma fuente: las tensiones sociales en la Europa de comienzos del siglo XX que fraguaron el ascenso de los totalitarismos fascista y comunista. Ambas se acercaron, además, a la temática distópica desde un punto de vista común: la perversión del sueño utópico por la ambición. Tanto los robots de la primera como las salamandras en la segunda estaban destinadas a mejorar las condiciones de vida de una humanidad que, obsesionada con sus propios fines, explotó de manera extrema a ambos para terminar borrada de la existencia.
No son las únicas obras que Capek escribió con esta base. Menos conocida es La fábrica de Absoluto, una fábula moral de 1922 capitalizada por una máquina capaz de producir un residuo de propiedades milagrosas, esencia de la materia divina, que realiza el Bien absoluto. Un Bien que nada tiene que ver con el que desea la humanidad y que tiene, una vez más, consecuencias desastrosas. Y recién traducida por El Olivo Azul, inédita hasta ahora en España, nos llega La krakatita, escrita dos años más tarde que La fábrica de Absoluto. En ella un ingeniero químico, Prokop, descubre un nuevo explosivo con un enorme poder: libera la energía almacenada en los átomos que forman la materia y que es capaz de arrasar con todo lo que se encuentra a su alrededor. La krakatita del título. Antes de publicar su descubrimiento sufre un accidente y pierde la razón durante unos días. Cuando la recupera descubre que le reveló el secreto a un colega que ha intentado vendérselo a varias instituciones. Éstas, incapaces de repetir su éxito, intentan hacerse con Prokop para que les revele el secreto de fabricación de la krakatita para, de esa manera, dominar el mundo.
La relación entre La fábrica de Absoluto y La krakatita parte de su estructura folletinesca: argumento imaginativo y un tanto estrambótico, personajes con una personalidad bastante simple, división en capítulos cortos de una extensión semejante (lo que demanda la publicación por entregas en un diario, revista…), un desarrollo errático condicionado por lo bien atada que tenga el autor la trama… Este último es el principal motivo por el cuál La krakatita no termina de despegar en ningún momento: su argumento va a la deriva porque Capek demora el desarrollo de una historia que no conoce ni la elipsis ni la síntesis. Para que se hagan una idea, tarda más de setenta páginas en encauzar la historia hacia la trama central de la novela. Un tiempo en el que Prokop pasa una treintena de páginas alucinando y otra treintena de páginas descubriendo su obsesión/amor por la hija del médico que lo acoge en su casa; unos pasajes reiterativos que pecan de una alarmante falta de concreción. Lo mismo se puede decir de la búsqueda que establece para localizar a su colega, desarrollada con todo lujo de anodinos detalles y que se podría haber resuelto en la mitad de extensión. Una constante que se repite a lo largo y ancho de la narración.
La krakatita mantiene el resto de las características del folletín que comentaba anteriormente, exacerbadas hasta niveles muy elevados, con lo que resulta complicado asirse a la crítica social que hace Capek, que tarda mucho en aparecer y que se presenta muy diluida. Aunque es de justicia reconocer que mantiene su acidez a la hora de retratar la ambición de poder absoluto del hombre sobre sus semejantes, la vertiente más alienante del capitalismo o los monstruos que engendra el sueño de la razón. Mientras, añade otras características que no recuerdo haber visto tan extensamente tratadas en otras obras suyas como los movimientos anarquistas o el agotamiento de las casas reales europeas a comienzos del siglo XX. A la hora de trazar distopías, de crear un espejo que nos devuelva ligeramente deformada una imagen nuestra, pocos autores ha habido como él.
Por último, comentar que la edición que nos ha presentado El Olivo Azul, con un aspecto formal atractivo que invita a una agradable lectura y con una breve introducción ideal para saber qué vamos a leer, no está todo lo depurada que debiera. Se han colado errores en la edición entre los que destaca alguna falta de ortografía que hace daño a la vista. Un detalle que debiera cuidarse en estos momentos en que los libros rozan ya la frontera de los 24 euros.