por Enric Quílez
Hay que ver cómo cambia el modo de dar cierto tipo de noticias con el paso del tiempo. Mientras en España las vacas gordas pastaban en el aparentemente infinito pastizal de la economía nacional, la llegada de inmigrantes en patera a la península casi siempre era mostrada por las televisiones como una lucha desesperada por parte de los habitantes del tercer mundo de llegar a occidente para tener una vida mejor.
En cambio, ahora que reinan las vacas flacas y pintan bastos para todo el mundo, parece que los inmigrantes se han convertido en una molestia para las autoridades y el lenguaje se ha endurecido. La llegada de ilegales es vista con mayor hostilidad y en todas partes se habla de luchar «en serio» contra este tipo de inmigración.
La ciencia ficción ha tocado este tema en repetidas ocasiones. Desde el escenario apocalíptico de novelas como Fuga para una isla de Christopher Priest, hasta relatos conmovedores como «El muro de un trillón de euros», de César Mallorquí. Pero uno de los relatos tal vez más corrosivos e impactantes sea «Noche de sábado», de Elia Barceló, contenido en la recopilación Futuros peligrosos.
En «Noche de sábado» se describe un infernal concurso televisivo en el que un grupo de inmigrantes ilegales deben enfrentarse a muerte hasta que solamente sobreviva uno, mientras la cacería es retransmitida a bombo y platillo por la televisión, con un público entregado y que incluso puede participar en la matanza.
Elia Barceló despliega aquí toda su mala uva y nos pone en el foco una realidad que muchas veces miramos de reojo o soslayamos disimuladamente: el maltrato dado a los inmigrantes por una población que, hasta hace pocas décadas, tenía que inmigrar a otros países europeos y realizar los trabajos que nadie quería hacer.
El relato muestra más realidades que la inmigración. Por ejemplo, retrata fidedignamente una generación de adolescentes obesos y obsesionados con las últimas tecnologías, para quienes todo es un juego continuo y que incluso disfrutan ante el sufrimiento ajeno.
En la misma línea de dureza y de temática, tenemos la reciente novela de Amélie Nothomb titulada Ácido sulfúrico, en la que ciudadanos escogidos al azar son secuestrados y llevados a un campo de concentración, en donde son maltratados por los capos, bajo la atenta mirada de un público televisivo obsesionado y adicto al programa. Los concursantes descartados son directamente eliminados y su ejecución es retransmitida en directo.
La novela muestra una sociedad decadente y aburrida, que tiene que recurrir a este bárbaro concurso para entretenerse. Todos son cómplices del crimen: las televisiones, por producir y retransmitir este programa; el estado, por consentirlo y el público por vivir expectante ante la situación.
Finalmente, quisiera citar un par de relatos más. Uno es el opresivo «200», de Santiago Eximeno, en que ciertos seres humanos son tratados como animales, enjaulados y ofrecidos a las fieras en un circo romano televisado. El otro es «Huitzilopochtli Tonight», de Alejandro Carneiro, que describe una especie de Gran Hermano desde una perspectiva mucho más salvaje y sarcástica, en que los concursantes son sacrificados en un rito de corte azteca. Una de las posibilidades que ofrece la ciencia ficción es la de exagerar el presente y mostrarlo desde una óptica distorsionada, a fin de resaltar los aspectos más negativos de una determinada realidad. Esperemos, no obstante, que la realidad nunca supere a la ficción en este caso.
Por desgracia en esta ocasión, una vez más la CF se adelanta al mundo real.
Hace pocos años, la gente hablaba en susurros del cine snuff calificándolo de leyenda urbana porque «nadie» podía ser tan bestia como para grabar la tortura y asesinato de un ser humano. Hoy hay sitios de Internet que se dedican a recopilar y ofrecer sin ningún tipo de filtro ni advertencia previa al visitante ocasional muertes violentas de todo tipo (hace un par de semanas me llegó al correo electrónico, adjuntado como archivo junto a un pps graciosillo, la secuencia del asesinato a tiros de un colombiano a manos de un sicario en plena calle) así que es cuestión de (poco) tiempo que lleguen a la tele.
¿Acaso no nos han acostumbrado ya como ovejas a entregar cada día una parte mayor de nuestra intimidad, a través de las «redes sociales» (auténticas trampas para recopilar información personal) o los programas basura de «telerrealidad»? ¿Acaso no nos excitan el morbo y lo peor de nosotros constantemente como se ve en los programas que han hecho mayor «share» televisivo en las últimas fechas (del estilo de los que han entrevistado a la tipeja a la que defendió el profesor Neira o los que cuentan la última hora en la búsqueda del cadáver de la adolescente sevillana violada y asesinada)? ¿Acaso no nos están acostumbrando a matar sin inmutarnos con mil y un videojuegos cada vez más realistas en el que uno puede ser francotirador, marine o simplemente asesino a sueldo?
Vivimos tiempos realmente oscuros, a pesar de toda nuestra tecnología. El senador Palpatine y compañía se han apoderado de la galaxia y sólo nos queda confiar en alguna orden secreta de Jedis que puedan enfrentarlos.
Creo que uno de los primeros en alertar de este problema fue Stephen King a principios de los 80 con novelas como «El fugitivo» y «La larga marcha». Recuerdo que cuando las leí de adolescente me parecieron exageradas, la TV no podía caer tan bajo. Luego llegó GH y compañía y me di cuenta de que, en ocasioes, la CF si que acierta con sus predicciones.
Mucho antes de eso, estuvo Sheckley, con La séptima víctima, o incluso roger Corman con La carrera de la muerte del año 2000.
Ah, «La Carrera de la muerte del año 2000», qué maravilla, qué recuerdos…
«¡Y todos los coches salen a la carrera… excepto Frankenstein, que retrocede y atropella a sus mecánicos! ¡100 puntos!»
El hecho de que fueran autores y cineastas estadounidenses como Sheckley, Corman o King los primeros en plantear ese tipo de sátiras debería de hacernos reflexionar sobre la lamentable tendencia europea a copiar todo lo que viene de ese país. Lo bueno, lo malo y lo peor. Aquí había un modelo televisivo de unas características que ha sido sustituido por otro radicalmente distinto y de origen norteamericano. Que la TV británica tuviese fama antaño por sus series y documentales y hoy, en cambio, por un fenómeno como el de la agonía en directo de una concursante de GH es significativo.
¡Ah! otro buen cueto de esta temática: «La muchacha que estaba conectada» de Tiptree.
Sí, tal vez el mundo televisivo actual quedó perfectamente plasmado -aunque la intención era otra- en «La muchacha que estaba conectada», de Tiptree. Por cierto, encuentro a faltar autores como Tiptree o Sheckley hoy día. ¿No existen o no nos llegan? ¿O están todos escribiendo fantasía?
Personalmente creo que no existen. Como ya se ha comentado en muchos otros sitios y en esta página, hay una crisis de la CF y ese tipo de autores, satíricos, inteligentes y preocupados por el presente parece haber desaparecido en detrimento de otras cosas. Una pena.