Esta es una reedición -aunque 40 años fuera de catálogo la conviertan casi en novedad absoluta- a la que no puede atribuírsele el tópico de “imprescindible”, pero que tiene más que numerosos puntos de interés. Novela premiada con el Nebula hace 43 años, de un autor a la postre más conocido por sus trabajos como ensayista que como narrador, su problema es que es una de esas obras que solo puede disfrutarse plenamente desde una posición de lector del género; sin ella, no pasa tal vez de ser una novela juvenil correcta. El salto de calidad lo pone la metarreferencialidad, la enfermedad favorita de la cf, para bien y para mal.
En esta ocasión, porque estamos ante una respuesta a los trabajos de nuestro autor polémico favorito, Robert A. Heinlein. Digo el nuestro porque, por si no se ha dado cuenta alguien aún, a Heinlein fuera del género ni se le conoce ni se le espera. Su rol social lo viene a ocupar Ayn Rand, con sus novelones aún más explícitos en lo político y también bastante más aburridos en lo literario, a quien a su vez ahora aparecen sucesoras como Juli Zeh cuyo El método fui incapaz de terminar, pese a mi curiosidad a medida que avanzaba la lectura: se me antojaba imposible que una novela de éxito pudiera ser tan mala, tan maniquea y tan meliflua, como escrita por su autora creyéndose bajo los influjos de una sobredosis de productos homeopáticos -Rand, al menos, tiene auténtica energía. Bueno, de sobra-. Pero finalmente desistí en el empeño, así que no puedo confirmar la catástrofe.
Panshin ha alimentado durante años esa sensación interna de la cf anglosajona de que Heinlein es muy importante como escritor porque dentro del género debatimos mucho sobre él. En concreto, Panshin ha sido uno de los abanderados en su contra, y ha llegado a conseguir premios también por sus ensayos desmontando un poco los mecanismos del autor: las tramas trucadas en las que sólo es posible una respuesta correcta del protagonista adoptando posiciones de individualismo libertario, los personajes paternales que disfrazan su autoritarismo con una pátina de encanto indomable, la idea de que “decir cuatro verdades” y/o “llamar a las cosas por su nombre” es un mecanismo aceptable para enmascarar concepciones profundamente reaccionarias -como cuando Intereconomía va de rebelde por defender las mismas ideas con las que Franco oprimió 40 años este país-. Lo que obvia en ocasiones la crítica a Heinlein –y que le dignifica a mi juicio respecto a Rand, por ejemplo- es que es demasiado heterodoxo para ser fácilmente encasillado: su liberalismo es más auténtico en el sentido de incluir la socavación de la moral tradicional, tiende a considerar a sus antagonistas como bienintencionados insensatos en lugar de como a morlocks como hace Rand… y a veces simplemente se le va la pinza y se contradice porque es lo que le pide el cuerpo.
Pero vayamos al tema. Lo interesante de Rito de paso, como decía, es precisamente que Panshin construye un reverso a las historias de Heinlein y hace que resulte tan coherente, educativo y ameno como las obras juveniles de éste. Pero, en cambio, construye un argumento en el que no es posible una respuesta clara; crea un personaje paternal que, sin caer en el tópico de resultar desagradable, sí mantiene ideas que el protagonista joven deberá combatir; y deja casi todo el rato en manos del lector la interpretación de los hechos. Cuando digo casi todo el rato es porque no se puede ocultar de qué lado está el corazón del autor: de los jóvenes que deben cambiar el statu quo presentado, que tendrán que luchar por acabar con una sociedad acomodada y elitista para construir otra mejor, aunque el proceso sea complejo y arriesgado. De los indignados de la nave, en resumen.
La acción se desarrolla en el interior de la Nave, una ciudad volante que va recorriendo los planetas por los que la humanidad se desperdigó con desigual fortuna tras una catástrofe ecológica que asoló la Tierra. La Nave ofrece conocimientos sueltos a los ya arraigados con cuentagotas, cambiándoselos por materias primas. La posición de la sociedad de la Nave respecto a los lugares que visitan es bastante arrogante; a su vez, los planetas, que en muchos casos han desarrollado sociedades fallidas, ven a la Nave como una opresora que les regatea el bienestar. Sin ánimo de insultar la inteligencia de quien me lea, recalcaré que los paralelismos con el colonialismo que se estaba cerrando -al menos, a nivel político- en la época en que se publicó la novela son evidentes.
Los argumentos que emplea para preservar la situación el grupo en el gobierno de la Nave son calcados a los que escucharíamos en un mitin de un partido conservador europeo hablando de la ayuda al desarrollo. Sin embargo, uno de sus líderes es el padre de Mia Havero, la joven protagonista, y tiene suficiente apertura de miras para brindarle la oportunidad de tener como tutor a un opositor a sus propias políticas.
Mia, narradora en primera persona, es el eje de la narración, con sus inquietudes adolescentes, su iniciación en el amor y demás, aunque siempre orientadas hacia su rito de iniciación a la madurez: todos los chicos de la Nave son abandonados a su suerte durante un mes en un planeta, donde deben sobrevivir por sus propios medios. Panshin no acaba de justificar bien las razones por las que una sociedad tan sofisticada como la de la Nave decide someter a sus hijos a un proceso del que no vuelven todos, al igual que tampoco termina de enhebrar un relato del todo ameno en su conjunto. Hasta llegar al esperado episodio final, hay capítulos un tanto anodinos y algún exceso de discurso, para una novela que es agradablemente corta para los estándares de la cf actual, pero un poco larga para los del género juvenil.
Sin embargo, hay que decir a favor de Rito de paso que es una historia que va todo el tiempo a más, construyendo progresivamente sus personajes, ofreciendo una estructura bien dirigida hacia su culminación y con un desenlace que, en claro contraste con las maquinarias perfectamente predeterminadas de Heinlein, no resuelve los problemas y tiene regusto a derrota, pero abre la puerta al debate y a la esperanza.
El párrafo casi entero que has usado para cargar contra Juli Zeh me ha dejado picuetísimo, oiga.
Cuando Heinlein quería poner sobre el tapete sus más profundas convicciones, usaba su clásico personaje El Hombre que lo Sabe Todo y, sí, retorcía las cosas para que lo que no eran más que simplificaciones parecieran verdades como puños. Esto, me apresuro a señalarlo, no lo hacía sólo en sus novelas juveniles, ni mucho menos, si no también en las destinadas al público general. Y, afortunadamente, tampoco lo hacía siempre. En cualquier caso, esa trampa, el reduccionismo camuflado, y ese personaje sabelotodo, son quizá los rasgos más irritantes de su producción.
Se ha debatido mucho, sobre la ideología de Heinlein, usando en general términos como «halcón», «ultra» o, directamente, «fascista». Simplificaciones también, supongo; estoy de acuerdo con que el término que mejor le cuadra es «individualista». Y «contradictorio», porque su ideología, fuera la que fuese, lo era todo menos coherente. En cualquier caso, el debate ideológico parece dejar de lado lo que sería más interesante: el debate literario.
Heinlein era un espléndido narrador dueño de una voz propia nada desdeñable. El ritmo narrativo, la estructura interna, el uso de la primera persona o el tono del relato, el diseño de personajes, la técnica descriptiva, la voz, el punto de vista, incluso los trucos y las trampas (muy hábiles, por cierto), eso es lo que me parece interesante y lo que casi nadie menciona.
En cuanto a «Rito de paso», la leí hace un millón de años y no la recuerdo demasiado bien. Sé que me pareció distraída y poco más. Curiosamente, lo que mejor recuerdo es el cuento que le relata el piloto a la prota, no sé por qué. En cualquier caso, puede que la novela sea un «anti-Heinlein», como señalas (la memoria me falla), pero en todo caso eso será desde un punto de vista ideológico, no literario, porque su narrativa respira la influencia de Heinlein por los cuatro costados.
Una cosa más, Julián. Cuando hablas de literatura juvenil tengo la impresión de que lo haces teniendo en cuanta las constantes editoriales del ¿género? de hace, digamos, cincuenta años. ¿Que «Rito de paso» es demasiado larga para el género juvenil? ¡Por Tutatis!, ¿pero es que no te has fijado en los tochos de Harry Potter y epígonos?
«Panshin no acaba de justificar bien las razones por las que una sociedad tan sofisticada como la de la Nave decide someter a sus hijos a un proceso del que no vuelven todos»
Yo diría que sí: me parece que en muchas ocasiones se hace referencia a que la cultura de la Nave tiene un miedo cerval a la crisis malthusiana que acabó con la Tierra. Eso podría justificar, en términos de psicología colectiva, un tipo de selección durísima como el que se describe.
Aparte de que quizá sea una respuesta más a las tesis heinlenianas: ¿cómo llegar a una sociedad de personas autosuficientes y competentes? Pues ni más ni menos que haciendo que los más dependientes y torpes se autodarwinizen.
Creo que el argumento de Panshin es que si lo que propone Heinlien parece atractivo (como se lo parece a muchos lectores), merece la pena enfrentarnos a los resultados de esa ideología.
Estoy bastante de acuerdo con la opinión de César sobre Heinlein. A menudo sus ideas me resultan irritantes… lo que ni quita para que, al mismo tiempo, me fascine como narrador. Y es que Heinlein era exactamente eso, un narrador nato, un story-teller, capaz de meterse al lector en el bolsillo en la primera página y no soltarlo hasta la última. Sus defectos como escritor no deberían hacernos olvidar eso.
Aparte de que, ¿el hecho de que «a Heinlein fuera del género ni se le conoce ni se le espera» es necesariamente un indicativo de su calidad como escritor? Y no, no pretendo desatar una cruzada friqui-fandomita para reconocerle los méritos a la gran vaca sagrada ni nada parecido. Pero si esa frase pretende ser algún tipo de argumento en demérito de la calidad de Heinlein… bueno, no veo argumento alguno por ningún lado.
A Heinlein fuera del género se le desconoce, en efecto. Y si se lo conociera, es posible que no se le tuviera en gran estima, sin duda. No es menos cierto que la ciencia ficción, tal como es y ha sido, es incomprensible sin Heinlein, aunque sólo sea por la influencia (ya para imitarlo, ya para huir de él, ya para refutarlo) que ha tenido y a veces pienso que sigue teniendo. Cualquier teórico de la literatura que quiera hacer un estudio serio de la ciencia ficción como género no puede obviar la figura y la obra de Heinlein. Y si lo hace, en mi nada modesta opinión, es que no tiene ni puñetera idea de lo que está estudiando.
Y lo gracioso es que ni siquiera soy un gran fan de Heinlein. Nunca ha sido uno de mis autores fetiche. Pero al César -no, no hablo de ti, César ;-)- lo que es del César. Y reconocer que Heinlein ha sido uno de los mejores narradores (no digo ni escritor ni estilista, estoy hablando de narrado) del género es de justicia.
Dicho de otro modo. Cuando una novela me está cabreando en cada página, como me pasa con Forastero en tierra extraña y, al mismo tiempo, soy incapaz de dejar de leerla es que, cojones, el tío que ha escrito sabe cómo narrar.
No sé si Heinlein será muy conocido fuera del género, o si es un autor destinado a desaparecer, o si es una curiosa coincidencia … pero es que hace pocos días, en el diario el mundo, en un reportaje de las páginas finales sobre algo así como exoesqueletos digitales para personas con parálisis, precisamente » la celebridad» citada era Heinlein … Además, junto a Dick, es el otro autor de la cifi clásica a quién se sigue adaptando al cine … ¿ eso querrá decir algo, no?. Por cierto, contra más leo sobre Rito de Paso, más ganas me entran de ir a la librería más próxima a echarle el diente… Un saludo de victorderqui.
Heinlein es conocido en el mainstream por «Forastero en tierra extraña», que encaja bastante más en el canon contracultural de lo que aquí nos solemos imaginar.
Estoy de acuerdo con Risingson. Esa es su novela exportable, diría yo. lo demás es quizás demasiado tontote para el mainstream. Y eso que yo soy un gran admirador de Heinlein… Estoy de acuerdo con Rudy en que era un puro storyteller, pero ha envejecido demasiado mal, creo yo. Pero, en fin, yo sigo disfrutando de sus novelas.
Llevo más de 20 años sin leer a Heinlein. Curiosamente, no por la ideología, sino por lo contrario que dice Rudy. Me aburría soberanamente, me parecía un muermo. Sus cuatro Hugos me parecieron infumables. La única novela suya que disfruté fue «Job, una comedia de justicia», en la que estaba totalmente pasado. Voy a tener que recuperar alguna novela suya para ver qué me parece bajo mi actual perspectiva. Igual ahora me encanta, pero lo dudo.
Sin duda Forastrero en tierra extraña es su novela más exportable extramuros, como se ha comentado por ahí.
Curiosamente, es la que más me repatea/irrita en el plano ideológico.
Ya, bueno. Si quisiera polemizar te diría que eso ocurre con la mayor parte de novelas contraculturales.