¿Se puede considerar la existencia de ciencia ficción en el siglo XIX? Muchos antólogos han pretendido demostrar el cultivo del género fantacientífico dentro de la mencionada centuria. Algunos por lo menos se moderan y deciden llamarlo relatos de anticipación o relatos científicos, para señalar así su vinculación con la ciencia ficción, pero no su inclusión en el género. Entre los que, por contra, consideran que esas obras sí pertenecen intrínsecamente al género, encontré recientemente la antología realizada por el argentino Jorge A. Sánchez, El cuento de ciencia ficción del siglo XIX, Centro editor de América Latina, Buenos Aires, 1978. La pertenencia queda explícita en el título de la compilación.
Ya en la introducción, su compilador, Jorge A. Sánchez, defiende con convicción la pertenencia de los textos escogidos al género. En dicha nota preliminar el argentino cita todos los antecedentes clásicos de la ciencia ficción -como muchos otros hicieron antes y harán después que él-: Luciano de Samosata, J. Kepler, Cyrano de Bergerac, etc. Pero parece que el culmen para él es Frankenstein de Shelley. A partir de la obra de la escritora inglesa, Jorge A. Sánchez etiqueta lo posterior como propiamente fantacientífico, en vez de antecedentes del género. Apoya su postura en la obra Future Perfect, de H. Bruce Franklin, obra que reconozco no he leído -aún-.
Sin embargo, si hoy ya resulta discutible el precedente de Frankenstein o el moderno prometeo a la ciencia ficción (no hace mucho se debatió en esta web sobre el caso), con mayor reticencia habría que analizar estos cuentos para incluirlos en la etiqueta fantacientífica. Para mi gusto, tomar un rótulo presente y aplicarlo, por extrapolación, a creaciones artísticas y épocas pasadas supone un anacronismo. Está claro que el género no surge de la nada, pero todos estos cuentos no serán sino precedentes que realicen un aporte de lo que después se ha considerado ciencia ficción. Además, sus autores no tenían conciencia de estar cultivando el género, sino más bien de practicar la literatura fantástica. Creo que analizando con mayor detenimiento los cuentos en cuestión puedo demostrar con más claridad mi postura.
Por ejemplo, hay tres relatos sobre constructos mecánicos: "El artífice de la belleza", de Nathaniel Hawthorne; "El campanario", de Herman Melville; y "El amo de Moxon", de Ambrose Bierce. En primer lugar, hay que tener en cuenta la fama que tenían este tipo de autómatas en el siglo XIX, por lo que no era algo novedoso. También existen casos anteriores en la literatura, como el golem o el homúnculo. Simplemente en estas obras aparecen máquinas más desarrolladas.
En el último de los relatos mencionados, el de Bierce, aparece un autómata jugando al ajedrez que termina por asesinar a su constructor en un ataque de ira . El parentesco de esta narración con la historia del golem salta a la vista. Bien es cierto que de este constructo al robot de Capek hay sólo una paso, por lo que quizá sea uno de los textos que más se aproxime al género, especialmente si se atiende a la conversación inicial entre el protagonista y Moxon sobre la naturaleza de una máquina, donde este último arguye que el hombre y la naturaleza también son máquinas de funcionamiento matemático perfecto.
Pero la estructura de este cuento no es sino la del relato fantástico, y prueba de ello es que perfectamente puede ser analizado según las premisas que explica Todorov en su clásico estudio Introducción a la literatura fantástica. Encontramos en "El amo de Moxon" un narrador testigo, que termina por dudar de lo que nos ha estado contando al final del relato, igual que sucede en muchos cuentos fantásticos del siglo XIX: “Eso fue hace mucho años. Si tuviera que responder hoy a la misma pregunta estaría mucho menos seguro” [Pág. 120].
El narrador niega su credibilidad, rompe el pacto de ficción con el lector y le hace dudar de lo narrado, de la historia. Por tanto, no lo consideraría ciencia ficción, es obvio que el autor sabe que está presentando un producto fantástico y lo camufla con este recurso, manido hasta en su época.
Por otra parte, la historia de Melville se convierte más en una moralina, con estructura propia de una fábula, lo cual desecha su pertenencia al género. El constructor del autómata muere a manos de su construcción por un accidental descuido, y su obra, el bello campanario, acaba derruido por el peso de la campaña. La lección queda clara: el hombre no puede jugar a ser Dios ni construir un igual ni un elemento de mayor belleza que la naturaleza. Es precisamente la avaricia la que lleva al desastre en el cuento, y así lo aclara el narrador al final del mismo
"Pues la ceguera del esclavo obedeció a la ceguera de su amo; aunque, al obedecerlo, provocó su muerte. Pues el creador fue abatido por su criatura. Pues el peso de la campana resultó excesivo para el campanario. Pues la campana tenía su punto débil donde la sangre humana la había contaminado. Pues la soberbia precedió a la caída". [Pág. 68]
El último de estos tres relatos, el de Hawthorne, se asemeja mucho al mito de Pigmalión, el artista obsesionado por la creación de la Belleza, del imposible o inalcanzable culmen artístico, algo así como plasmar el alma del artista en la obra. El constructo de "El artífice de la belleza", una mariposa, se convierte en una alegoría de la creación artística:
"Cuando el artista se remontó lo suficiente para obtener la belleza, el símbolo mediante el cual la hizo perceptible a los sentidos mortales perdió valor ante sus ojos, en tanto que su espíritu se colmaba con el goce de la realidad".[Pág. 47]
Por tanto, si se trata de una alegoría, la mariposa mecánica se transforma en símbolo de lo efímero de la belleza. No hay ninguna pretensión de ir más allá, de reflexionar sobre las implicaciones del objeto en la humanidad ni nada similar. No se puede considerar perteneciente a la ciencia ficción. Lo curioso es que la idea del relato ya la aclara el propio Jorge A. Sánchez, en la nota explicatoria sobre el autor, cuando afirma que es en este relato “en donde la relación entre el hombre, cosmos físico y el mundo ideal se ve plasmada en un bello artilugio mecánico” [Nota al pie en pág. 17]. Personalmente, encuentro mucha más relación de esta forma de pensar y la ideología artística neoplatónica.
El cuento que recoge de Julio Verne, "En el siglo XXIX: un día de un periodista norteamericano en el año 1889" , es una lectura curiosa, pero poco afín al género porque su futuro imaginario no plantea ninguna reflexión sobre la humanidad ni crítica a la sociedad actual. Tan sólo planta la vida futura a través del protagonista, un periodista y empresario, una especie de Randolph Hearst. La mayoría de los artilugios que Verne presente como propios de la vida en el siglo XXIX no son sino hipérboles de instrumentos coetáneos del autor: aerocoches velocísimos, publicidad en las nubes, un vestidor automático, folletones radiados, etc. Por tanto, no hay prospección, ni especulación, ni nada que se le asemeje, tan sólo una descripción de índole fantástica de la vida en el futuro.
El otro breve relato de Bierce que recoge el compilador, "El patriota ingenioso", nada tiene que ver con la ciencia ficción. Es simplemente una fábula. Así lo explicita el propio Jorge A. Sánchez en la nota al pie de este cuento: “El patriota ingenioso" es una miniatura que se aproxima muy poco a lo que podría denominarse ciencia ficción, pero como es sistemáticamente incluido en antologías del género no hemos resistido la tentación de ofrecerlo aquí” [Pág. 121]. Un inventor acude al rey a vender sus patentes y por intentar engañar al monarca termina decapitado, víctima de su ingenuidad por pretender estafar al soberano. Parece hasta un cuento salido de las mil y una noches.
Menos sentido tiene la inclusión del relato titulado "El monarca de los sueños", de Thomas Wentworth Higgison, en el cual un hombre, Francis Ayrault, se propone adquirir el poder sobre sus propios sueños. Así, mediante una vida ordenada y una rutina rigurosa va controlando los sucesos de sus ensoñaciones. Como piensa el protagonista: “el hecho era que, si los sueños podías ser repetidos por circunstancias accidentales, quizá también podían ser inducidos por el pensamiento consciente” [Pág. 95].
Sólo una niña, su hermanastra, Hart, le mantienen conectado con la realidad. Pero entonces las visiones del protagonistas se vuelven quiméricas y se obsesiona en sueños donde sus dobles le rodean. Cuando descubre que su hermana sueña lo mismo, decide enviarla lejos y su único lazo con la realidad se desvanece, “y mientras el poder de su acción eficiente menguaba, el poder de sus sueños aumentaba” [Pág. 107]. Así, cuando la guerra civil llama a su puerta y se alista para librarse del maleficio del soñador, se acuesta y el sueño se apodera de él, le atrapa y el tren con los soldados se marcha lejos.
Me parece que este cuento poco o nada tiene que ver con la ciencia ficción, pero si con la literatura fantástica y la confusión entre sueño y vigilia que deja ese final entreabierto. Quedan las dudas en el aire y eso se acerca al concepto de lo maravilloso expuesto por Todorov. Veo más relación de este relato, por una parte, con el futuro psicoanálisis, en el sentido de interpretar los sueños, y por otro lado, con el surrealismo, en el sentido imaginativo de los sueños, del inconsciente.
Finalmente, el último de los relatos, "Un millar de muertes", de Jack London, es el que me resulta más complicado de etiquetar. El relato está fechado en 1899, por lo que cronológicamente ya nos encontramos más cercanos al nacimiento de la ciencia ficción. Fuera de ese detalle, sin gran importancia, hallamos aquí un narrador protagonista que tiñe en todo momento su narración de una pretensión científica que explique y arroje luz sobre los hechos narrados, que pretende racionalizar el hecho fantástico tomando como instrumento la ciencia.
La historia es la de un joven que, expulsado de su casa familiar, se enrola de marinero hasta que por accidente perece ahogado en la bahía de San Francisco. Es rescatado y resucitado por un científico, quien resulta ser su padre, aunque es el primero el que reconoce a su progenitor y no a la inversa. Entonces el científico expone su trabajo sobre la resurrección al protagonista y su pretensión de usarle como cobaya de indias en sus experimentos:
"O sea que, olvidándonos del lenguaje técnico, afirmaba que la muerte, cuando no era violenta y en ella resultaba dañado alguno de los órganos, era simplemente animación suspendida, y que, en tales ocasiones, podía inducirse a la vida a reiniciar sus funciones mediante métodos adecuados. [Pág. 129]
Por obligación, como rehén, el protagonista es llevado ha una isla misteriosa donde el padre realiza su labor. Tras someterse numerosas veces a la experimentación del padre, precisamente el hecho que da título al relato, consigue tender una trampa a sus captores y escaparse.
Encuentro numerosas similitudes con La isla del Dr. Moreau, de Wells. Puede que el relato de London influyera en Wells o sean simples coincidencias. Eso queda fuera de mis pretensiones aquí. Desde luego, como he señalado, este relato sí me parece más próximo al género, como un antecedente más claro y cercano. Pero también cercano a la novela científica del tipo verniano, donde el protagonista es más el invento de la resurrección que la aventura del marinero. Lo que si se podría hacer es buscar sus influencias en los escritores fantacientíficos que vendrían después.
No estoy de acuerdo con las conclusiones a las que se llega en este artículo. De hecho si algo quedó claro en el debate sobre si Frankenstein era CF o no es que la mayoría de los que participaron en él daban una respuesta afirmativa a dicha pregunta.
Afirmar que no existe CF hasta que no se crea el término es empezar la casa por el tejado, de hecho, el término nace para describir algo que ya existía.
Los cuentos aquí analizados reunen características muy comunes a otros cuentos de CF escritos bajo ese epígrafe, si estos no lo son, los otros tampoco.
¿Cuántos relatos de robots no presentan un enfrentamiento entre el robot y su amo? A cientos, y en pocos de ellos se nos explica el funcionamiento del robot. Claro que todos ellos son alegorías, de hecho entran de lleno en una de las temáticas preferidas de la CF: la tecnofobia, el miedo del ser humano a sus propias creaciones, su arrogancia que le hace suplantar el papel de Dios. Asimov lo llamó el complejo de Frankenstein y de eso van los cuentos de Melville y Bierce aquí mencionados.
Las comparaciones con golems y homúnculos no tienen en cuenta un dato básico, ambos entes son construcciones mágicas, que surgen mediante hechizos e invocaciones. Un robot, en cambio, es un ser mecánico surgido a través de la ciencia. Un lector de Meyrink sabe que lo suyo es fantasía, por qué nadie va activar un golem usando mágia cabalística, pero un lector de Bierce puede pensar, si ya existen cierto tipo de autómatas ¿por qué no otros más avanzados?
En cuanto al cuehnto de Verne, la mayor parte de los autores extrapolan desde su presente. Anda que no hay cuentos de CF donde se sustituye la pistola de balas por la pistola de rayos, el coche por el aerocoche, etc, efc. Si eso no es CF no lo es la mitad de la producción de los años 40 y 50.
Y en cuanto al tema del sueño, sólo mencionare dos títulos: El señor de los sueños de Roger Zelazny y Solo un enemigo: el tiempo de Michael Bishop.
Personalmente, yo no solo afirmaría que hay CF en el XIX si no que incluso se podría hablar de CF en el XVIII, por ejemplo, Jonathan Swift.
Existen varios problemas aquí. Primero: definir «ciencia ficción», evidentemente. Existen varias definiciones y habría que tomar una; al final de comentario, propongo algunas líneas.
Lo segundo sería especificar a qué nos referimos con que una novela forme parte de un género. Por ejemplo, Frankenstein -en mi opinión- según su construcción y la manera en que plantea los hechos es ciencia ficción, seguramente la primera que plantea así un argumento o de las primeras. Los clásicos ejemplos como el de Cyrano de Bergerac no cumplen la premisa de «aceptación de la posibilidad real de estos hechos» como no la acepta el argumento de la mujer que vomita conejitos (como en el cuento de Cortázar, que sería otro género) o de que se trate de una ficción literaria, como lo d emeter la república de Platón, que es una propuesta socio-política.
Ahora bien, estoy completamente de acuerdo con Mikel en que al no haber consciencia de género, estamos solo divagando. En mi opinión, el género empieza con Wells y sus continuadores y, desde luego, se formaliza con Campbell (a mi pesar). Es ahí donde las interinfluencias entre escritores construyen un horizonte de expectativas igualable a lo que entendemos por «género».
Por otra parte, yo no me iría al estudio de Todorov para esos enfoques. El mismo Todorov afirmaba que fue un trabajo inicial y que apenas había leído unas pocas obras al escribirlo. Hoy en día nadie (insisto: nadie) que estudia estos géneros acepta el trabajo de Todorov, porque es solo «su» manera de verlo, sin apenas argumentaciones que apoyen su taxonomía , lo que se nota cuando se ve lo mucho que vacila y lo pobre de sus ejemplos. Yo me iría a Susana Reisz, Rosalba Campra o a David Roas para la literatura fantástica, y a Darko Suvin, Juan Ignacio Ferreras, Luckhurst, Langlet o, desde luego, Csicsery-Ronay (muy, muy recomendable por lo sesudo y ameno al mismo tiempo) para la cf.
Estoy en todo casideacuerdo menos en lo de Verne.Yo no estoy muy puesto, pero considero que la CF nace con los viajes extraordinarios de Verne. O al menos en su subgenero de anticipación cientítica que basa en la ciencia la superación de la incredulidad del lector. Empíricamente, considerando lo que se produce y vende bajo la marca CF (o mejor, lo que se producía y vendía), Verne es un caso evidentísimo. Si atendemos a si existe o no conciencia del autor de hacer CF, en el caso de Verne es también claro que se consideraba estar abriendo nuevos caminos en el género de aventura romántica por la vía de un cientificismo inédito en la historia de la literatura. Y que como tal se le reconoció.
En cuanto a si objetivamente cabe aplicarles las siempres discutibles categorías definitorias de la CF, es evidente también que muchos “viajes extraordinarios” podrían pasar por clásicos de la CF del XX.
¿Héctor Servadac no es CF?
Yo lo tengo tan archiclaro que pienso que la CF es hija directa de Verne, de un francés, sí.
Por centrar un poco, existen muchos textos anteriores y posteriores al Lazarillo que podrían ser considerados «picarescos» por compartir características. Pero fue «Guzmán de Alfarache» la que usó conscientemente unas características de una novela como «fórmula» para construir otra. Cuando hablamos de «género» solemos referirnos (académicamente) a eso.
Las anteriores no suelen tener tantas características genéricas por la sencilla razónd e que no suelen imitar nada. Por eso se les suele llamar «antecedentes».
Desde este punto de vista, Frankenstein tuvo poca o ninguna influencia para la construcción del género, aunque como antecedente, quizás sería el más claro, junto a Micromegas, diría yo. ¿Serían hoy leídas como cf si se publicara sin toda la carga cultural que tiene detrás? Yo diría que sí.
Pero, al contrario, sí observamos una serie de autores que se influyen mutuamente, que han leído ya otras obras con esa perspectiva y que deciden continuar esa línea, creando un género en sí mismo. Serían todos los que siguen a Wells y, bueno, aceptemos Verne.
Desde luego, Hector Servadac hoy sería ciencia ficción, sin duda.
Es que ahí entraríamos en si es necesaria la conciencia de estar escribiendo género para escribir género. Yo creo que no, pero entonces habría que diferenciar entre género, cuando ya cuentas con unas referencias, y temática, cuando no existen las referencias o se actúa con desconocimiento de ellas, pero se escribe CF. No sé si me explico…
Para mí, la cf como género nace con Wells y Verne; Gernsback es el padre putativo de la criatura. Frankenstein es cf, pero una rara avis aislada que no crea adherimientos. Wells y Verne no sólo crean un tipo de fantasía científica a seguir; además establecen su futura dualidad: meollo científico explicado o no. Gran parte de esa antología, aun siendo anterior, encuentra auspicio en la segunda, pero el escritor del artículo la excluye porque tiene una visión verniana (más bien campbelliana, el continuador triunfante de lo explicativo) del género.
Lo que está claro, Iván, es que tendríamos que extendernos en directo delante de unas cañas, porque no pillo cómo consigues conciliar lo que defiendes en este post y el de los Hugo con lo que me discutías en los que intercambiamos en otro hilo.
Para Alfredo: tienes razón. Aquí entraría profundamente el debate del mainstream.
Lo interesante en los géneros es también que a partir de crearse una corriente es difícil escapar a ella, aunque no la conozcas directamente. Es decir, la utopía, la ucronía, la distopía y todos los posibles motivos literarios de la cf (muchos tomados a través del cine): robots, clones, mutantes, cyborgs, extraterrestres… Forman ya parte del acervo cultural de los autores que los emplean.
Por ejemplo, ¿hasta que punto se le habría ocurrido a Ishiguro escribir una novela de clones si no estuviera inundada la sociedad de referencias literarias a los clones? Se me puede responder que el clon es un avance científico independiente de su uso literario, pero dudo de que haya sido la oveja Dolly el referente de Nunca me abandones, mientras que sí creo que pueda haber sido cualquier referencia cultural que habrá partido de una película o novela de cf, que es donde se haya introducido culturalmente. La misma película «Coma», por ejemplo.
Dejo para otro lugar el problema de que la cf no ha funcionado exactamente igual que el resto de los géneros narrativos. A ver si subo algo a Prospectiva con ello o le paso la idea al Follonero.
Se me ha ido lo de la película «Coma». Efectivamente podría ser una posible base de Nunca me abandones, pero no por el tema de los clones.
Claro, hoy en día es difícil abstraerse de ese género ya establecido, pero antes de su generalización se podía hacer CF -tal y como la entendemos hoy en día, claro- simplemente escribiendo.
Kaplan creo que al final del hilo sobre los Hugo explicaba mis teóricas incoherencias, aunque es posible que fracase en el intento, reconozco que sería todo más fácil con unas cañas delante, un día de estos.
En cuanto a este hilo, para mí la clave está en la palabra ciencia. De acuerdo, puede ser ciencia, o seudo-ciencia o lo que el autor supone que es ciencia pero, en cualquier caso, es algo opuesto a la magia, la base del fantástico tradicional.
Hasta que la ciencia como tal no aparece es absurdo hablar de CF, cuando esta surge con ella nace la CF, muy tímidamente en el XVII, con más fuerza en el XVIII (la Ilustración, la razón, etc, etc) y mucho más potente en el XIX (Revolución Industrial).
De ahí mi referencia a Swift que es el primero, no solo en tomarse la ciencia en serio si no incluso en ridculizarla, tratarla de una forma crítica y satírica. Algo que la buenaCF hace con frecuencia.
Me refiero a uno de los viajes en el que encuentra una isla voladora habitada por científicos, en sí, bastante absurdos. Para mí, ahí nace la CF, sin que nadie lo sepa, ni el propio Swift por supuesto. Otra cosa es que hasta Verne y Wells la produción dd CF de calidad sea escasa y nos de la sensación de que esta no existe durante esas épocas pero eso es más un problema de percepción y desconocimiento de una realidad más que otra cosa.
El autor responde:
Lo que quería reflejar cuando realicé este artículo es que se haya publicado bajo el epígrafe de CF una serie de relatos que en mi opinión son de anticipación científica. Cronológicamente se sitúan ya cercanos al s. XX (el del género por antonomasia) y presentan muchos rasgos que después aparecen sucesivamente en las novelas fantacientíficas. Quizá de ahí la confusión de este terreno resbaladizo.
Considero que lo que hacían era literatura fantástica, pero dado el desarrollo tecnológico que progresivamente inunda el siglo XX, y en especial la mentalidad positivista de la segunda mitad del mencionado siglo, es fácil que introduzcan algún detalle de ese tipo para introducir la anomalía en el mundo cotidiano. Pero eso no elimina su intencionalidad, que es la de la literatura fantástica. Además se observa en muchos de estos relatos esa intencionalidad que comento.
No niego su vinculación con la CF. Todo lo contrario, la corroboro, pero para mi gusto entran en la categoría de protociencia ficción, es decir, antecedentes. Aún así, llamese A, o llamese B, un hecho resulta innegable: su lectura es recomendable pues constituyen un elenco de buenos narradores.
Pues con eso me quedo. Me parece una lectura correcta. Enhorabuena por el texto que, ooopss, se me había pasado decírtelo, en medio de las pajas mentales. Mis críticas eran solo por matices.