Reseñar un libro con cierto retraso ofrece la posibilidad de confrontar las propias opiniones con aquellas que sobre él se han ido vertiendo con anterioridad. De Fin, la novela de David Monteagudo, se ha dicho, por ejemplo, que compone una extraña mezcla de género fantástico y realismo, una apreciación más que curiosa. Lo extraño de una mixtura semejante quizá se encuentre en los ojos del reseñador, a quien probablemente lo que le sorprende es la posibilidad de que una narración de origen fantástico cuente con tratamientos y profundidades que estén a la altura de cualquier novela realista. Y sin embargo, existen incluso subgéneros edificados enteramente sobre uniones semejantes, por ejemplo el realismo mágico, que desde su propia definición se declara, ya de antemano, culpable.

Se han buscado también referentes directos, y hasta parecidos razonables con algunas obras de otros escritores. Confieso que, gran admirador de Cormac McCarthy como soy, no veo puntos de encuentro entre éste y la obra de Monteagudo más allá de su carácter post apocalíptico y su argumento itinerante, características por otra parte repetidas no sólo en La carretera, que parece ser la única novela escrita por McCarthy reivindicable ahora mismo, sino en otra docena de novelas de ciencia ficción a las que nadie menciona. Es cierto que hay descripciones de lo agreste tremendamente potentes, pero no hace falta recurrir al norteamericano para aparentar semejanzas, menos aún por cuestiones de moda. Se ha citado también a La piel fría, la excelsa novela de Albert Sánchez Piñol con la que Fin puede que comparta circunstancias (un inesperado éxito autóctono -esto es, español- elaborado a partir de un vigoroso elemento fantástico), pero más allá de eso, no existe paridad ni en temática ni en maneras.

Sí coincido, sin embargo, con una propuesta de similitud que ha sido mayoritaria. El Jarama, la obra con la que Rafael Sánchez Ferlosio ganó el premio Nadal en 1955, es una referencia que, esta vez sí, tengo que reconocer pesante en Fin, intensamente en sus primeras páginas, y de forma más diluida en las siguientes. En menor medida, por el papel protagónico de la Naturaleza, tan presente que resulta ominosa, pero principalmente por su argumento y temática. Aunque la novela de Monteagudo aborda el post apocalíptico inmediato, aunque la utilización de presupuestos fantásticos pudiera condicionarla como literatura de género, es el elemento realista el que aporta el carácter más literario. Éste, sin duda, parte de la cohabitación entre el retrato generacional y el estudio psicológico de sus personajes. Fin, sin llegar a instituirse del todo en novela social, como lo es la de Ferlosio, sí utiliza algunas de sus premisas formales, como por ejemplo el protagonismo colectivo, la narración alterna en tercera persona y un predominio del diálogo sobre la descripción, elementos todos característicos de gran parte de la narrativa española de los años 50.

Reconozco, por tanto, la influencia que El Jarama ha podido ejercer en la escritura de Fin, y me arriesgo además a presentar una referencia de propio cuño, la cual, me temo, no va a ser muy literaria. Porque si he de echar mano de un símil válido, que sirva de pista a los posibles lectores sobre qué encontrarán en este libro, no tengo más remedio que recurrir al medio televisivo. Si están pensando que eso va en detrimento de la parte literaria, olvídenlo. Las bondades de Fin en ese aspecto son muchas y diversas, pero el hecho diferenciador, el sello distintivo de la novela, dimana de la construcción narrativa, del bien trabajado suspense, de la intriga construida en torno a un misterio de proporciones gigantescas pero conformado por misterios más pequeños, por un conjunto de enigmáticas sub-tramas cuya engarzada continuidad invita a una lectura convulsa, fuente de adicción inmediata. Una característica perfectamente válida para definir también, y he aquí la referencia que propongo, la serie televisiva Perdidos, el hito de la nueva narración catódica del siglo XXI. Una coincidencia que prueba, una vez más, que la posmodernidad no sólo ha logrado conectar géneros, sino también medios, intercambiando influencias y maneras creativas.

Volviendo a la novela, sorprende la habilidad con la que Monteagudo se bate tanto en el terreno conceptual como en el narrativo. Sutilmente, suma pequeños capítulos narrativos, escenas y diálogos concretos con los que va hilvanando ambas tramas, la psicológica y la fantástica, colocando siempre el acento en lo extraño. Antes de que el elemento de género se imponga, es decir, bastantes páginas después del misterioso parpadeo nocturno que aísla a los protagonistas, Fin transcurre por derroteros realistas, aunque envueltos en una atmósfera misteriosa y desasosegante. En un principio, la narración parece apuntar hacia la novela generacional. El reencuentro del grupo de amigos, 25 años después del hecho conmemorado, cuenta con detalles suficientes para ganarse tal consideración. Pleno de diálogos, con una marcada personalidad autóctona aunque alejada  del costumbrismo, el texto hace un recorrido sutil por muchos de los tics culturales y el modo de vida de los cuarentones modernos, esa nueva burguesía enganchada a sus caros juguetes tecnológicos y en perpetua adaptación a la nueva cultura de valores globalizada. Indicios y síntomas del estado del bienestar tan identificables como los teléfonos móviles de última generación, los enormes automóviles 4×4, el manejo de Internet o las nuevas fobias sociales nacidas de la inmigración hacen acto de presencia en los hechos y conversaciones protagonizados por el grupo de amigos. Por reconocimiento, la identificación del lector es inmediata.

El muestreo sociocultural que configuran los personajes no sólo tiene valor por sí mismo, sino que además ejerce su propio papel como potenciador de la intriga, la cual conforma, junto con el tapiz psicológico, el núcleo de esta obra. El grupo de antiguos amigos ha cambiado, no son los mismos de antaño, y Monteagudo sabe reflejarlo en la narración con destreza. Las pequeñas divergencias de entonces, potenciadas por el paso del tiempo, esos pequeños o grandes cambios ejercidos por la vida sobre sus antiguas personalidades, están muy presentes, y el autor sabe evidenciarlos con sutilidad, en comentarios jocosos intercambiados por algunos personajes en busca de una complicidad que ya no tiene lugar, en discusiones políticas expresadas en un tono quizás demasiado elevado… Este comienzo de novela, en todo caso, no sólo retrotrae a El Jarama, sino también a todos sus allegados generacionales, que son muchos y de diferentes medios, como, por ejemplo, la obra de teatro Los 80 son nuestros, de Ana Diosdado, o la película de Lawrence Kasdan titulada Reencuentro.

El elemento realista, pues, marca la pauta desde el principio, pero es más adelante, tras la aparición del elemento fantástico, cuando multiplica su rendimiento narrativo. Un suceso inexplicable transforma el relato del reencuentro en una historia de supervivencia y da el pistoletazo de salida a los enfrentamientos dialécticos y a las revanchas personales que alimentan a la narración. Monteagudo logra con su desarrollo retratar a una generación, la que se halla en estos momentos en la cuarentena, educada en valores añejos y, sin embargo, obligada a adaptarse a los bruscos cambios sociales y morales dimanados de la democracia y la globalización. Del machista intolerante con la homosexualidad al homosexual que se niega a “salir del armario” o a la mujer reivindicativa pero insegura; distintos aspectos de esta generación intermedia son puestos a prueba por las excepcionales circunstancias del fin del mundo.

El elemento de ciencia ficción ejerce sólo de disparador, ni siquiera se ofrecen pistas de su naturaleza, y sin embargo son sus consecuencias las que dan origen a la trama. Su importancia es por tanto crucial, ya que sin él tampoco habría novela de caracteres. Si bien la falta de explicación y la naturaleza sencilla del fenómeno lo colocan cerca del What if? (¿qué sucedería si todas las personas desaparecieran misteriosamente de la faz de la Tierra?), los hechos posteriores apuntan hacia un representante clásico de la ciencia ficción: la supervivencia de unos cuantos tras el fin de la Humanidad. Ese hecho extraño actúa, además, como potenciador del omnipresente halo terrorífico, que pasa a impregnar la atmósfera de la narración en el entorno que menos le favorece, al descubierto y a plena luz del día, con notable éxito. La presencia casi fantasmal de un oscuro personaje rebequianamente ausente, el Profeta, el amigo al que hace 25 años gastaron todos una terrible broma que ahora se niegan a relatar, se cohesiona con esa suerte de reseteo nocturno con el que la Naturaleza parece haber extirpado de la faz de la Tierra al resto de la Humanidad, ejerciendo en el lector un efecto de desasosiego que se va acrecentando tras una sucesión de momentos narrativos extraordinariamente detallados.

Persiguiendo una explicación para el fin de la Humanidad, los personajes se han de enfrentar a su propio fin, pero especialmente a sus recuerdos y a las nuevas respuestas que estos provocan bajo sus personalidades adultas. Los remordimientos, la broma perpetrada al Profeta y el fin del mundo, tres elementos aleados en perfecta unión, constituyen el motor de lo terrorífico, pero es el escenario diurno, esa Naturaleza opresiva tan bien descrita, el que produce el efecto numinoso en la narración. Monteagudo acompaña los diálogos con descripciones del paisaje siempre diáfanas, carentes de emotividad, afilando así el tono de extrañamiento general. El ritmo no decae en ningún momento, y es llevado en volandas por un suspense narrativo tan intenso que logra que la novela se convierta en un absorbente pasapáginas.

La peripecia externa de los personajes está tan bien desarrollada como su carácter interno. Si la fusión de amenazas constituye el émbolo de empuje de los acontecimientos, el desarrollo de éstos, especialmente el enfrentamiento con una Naturaleza no sojuzgada por los humanos, aporta a la lectura tanto o más desasosiego que las causas. El único momento en el que la pluma del escritor parece vacilar es, precisamente, en el primer encuentro con un peligro invisible, una ocasión innecesariamente estirada en la que el estilo de Enid Blyton parece reencarnarse en el texto, añadiendo demasiadas puertas a la inspección rutinaria de una casa en el monte. Con esa salvedad, el resto de capítulos narrativos son memorables, especialmente aquél en el que se desarrolla la progresiva transformación de un par de inocentes galgos en una jauría pavorosa, una imagen escalofriante conducida con gran destreza.

En lo meramente formal, cabe señalar algún hecho insatisfactorio, como esa reiteración cansina del “dice”, más propia de otras lenguas, y alguna equivocación puntual con los nombres de los personajes, algo más habitual de lo deseable en algunas obras de protagonismo coral (por retomar la novela social, recuerden al cerillero de La colmena), pero también hay que mencionar algún acertado intento de originalidad, como esos primeros párrafos en tiempo pasado que introducen al lector directamente en la historia, escrita a partir de entonces en tiempo presente, como si de un “erase una vez” inicial se tratase. Lo cierto es que Monteagudo maneja bien los principales componentes de la narración: personajes, ritmo, suspense y trama, de tal manera que, para cuando se quiere dar cuenta, el lector ya se ha plantado en la última página. El cierre de la historia, que algunos han declarado imperfecto, es, para mi gusto, redondo. Quizá no desvele demasiado del gran misterio, una obligación que quizás pertenezca más al deseo del lector que a la norma literaria, pero completa la trama interna mediante el aporte de una imagen magnífica.

Tras su lectura, no cabe sino afirmar que Fin, el estreno literario de David Monteagudo, es una novela magnífica; una novela, no tengan duda, de ciencia ficción. De su apasionante lectura se puede extraer, además de la consabida satisfacción literaria, la conclusión de que la normalización del género, su integración en el mercado general, ha revertido, tal y como se esperaba, en buena calidad y mayor diversidad. Su éxito de ventas (debe de ir ya por la séptima edición auténtica, ha sido vendida a otros idiomas y sus derechos para el cine han sido adquiridos por Alejandro Amenábar) es una prueba más de que sí hay sitio para los libros de ciencia ficción más allá de las fronteras habituales del género. Sólo hay que ser más exigente con la calidad literaria y menos nacionalista. Es una lástima que algunos de los nombres que cabría esperar no estén ahí. Escritores como Monteagudo, Piñol o Somoza están aprovechando la realidad de un mercado abierto. La ciencia ficción, allende nuestras fronteras y dentro de ellas, ha llegado a la meta. Ahí está, y esperemos que ahí continúe, dando frutos como Fin.

14 Responses to Fin, David Monteagudo

  1. Nacho dice:

    Me gustaría que Amenábar llevase a término esta adaptación. No sé qué tal se le daría el tratamiento de personajes, pero crearía una atmósfera de lo más adecuada.

    Por cierto, gran crítica.

  2. Ismael MB dice:

    Muy de acuerdo con todo el análisis. Yo también creo que es inapropiado hablar de «mezcla de género fantástico y realismo», y menos aún presentar esto como una novedad. La mayor parte de la literatura fantástica actual se escribe en clave realista (lo que no tiene nada que ver con el realismo mágico, por cierto). Lo más sorprendente de «Fin», para ciertos lectores, puede ser simplemente que los personajes se llaman Amparo y Ginés en lugar de Bill y Audrey.

    Para mí, la verdadera (y grata) sorpresa es que una novela fantástica de un autor español, bien escrita y más arriesgada de lo que pueda parecer ahora, haya sido publicada por un sello como Acantilado y haya alcanzado un éxito semejante gracias al boca oreja. Creo que es una estupenda noticia para el género.

  3. Edda dice:

    Muy buena crítica. No soy una clara seguidora de la literatura fantástica, pero creo que algo está cambiando dentro de este género. Como bien dices, Ismael, actualmente se escribe en clave realista. Quizá por ello libros como por ejemplo: «La puerta de los infiernos», «Rojo alma, negro sobra «, «La región inmóvil» o «Fin», no se encuentren entre los clasificados como literatura de género fantástico en las librerías. Lo que hace que este tipo de libros llegue a más lectores y que por lo tanto funcione el boca oreja tan bien como en este caso.

    Es posible que a los más puristas no les guste y piensen que se está desvirtuando el género. En mi opinión se equivocan, lo mejoran, más si va acompañado de la calidad literaria que esperamos los lectores.

  4. Kaplan dice:

    Exacto, Edda. En todo caso, el problema de los aficionados al género es que no sólo de siempre han sido poco aperturistas, sino que además les gusta emular al perro del hortelano. Es decir, que no sólo la cf ha de ser lo que tú crees que es, sino que quien crea lo contrario es un mal aficionado. Cuando lo cierto es que la ciencia ficción es tan grande, tan vasta, que cabe en ella cualquier tipo de aficionado. Desde el degustador de alta literatura hasta el consumidor de fast read. Es evidente que unas temáticas beben más intensamente que otras de la esencia del género, pero por poco que lo toquen, ya pertenecen a él. Es evidente, además, que hay diferentes maneras de abordarlo. Y ahí están sus miles y miles de obras como demostración de lo que digo.
    Entiendo que haya peleas intestinas por una identificación tendente al fanatismo, y las entiendo porque yo las practiqué cuando empezaba en esto, y veo claro que igual que hay gente que con la edad, con los acontecimientos vividos y los conocimientos adquiridos y las diferentes lecturas acumuladas, evoluciona y crece como lector, hay otros que, por propia voluntad o circunstancias, no lo hacen. Yo defiendo lo que suponen novelas como Fin, que no sólo es una popularización, sino también una nueva etapa de crecimiento literario del género, y aunque lo defienda no abogo por el exterminio de lo contrario. Quiero decir, qué derecho tengo yo a intentar eliminar el pulp o la space opera cuando hay millones de aficionados que leen cf sólo por los otros placeres que dan esos subgéneros, los del escapismo. Sin contar con que el género parte de ellos. Yo creo que aunque uno a veces añore la infancia e incluso le haga breves visitas (a veces me da por releer mis queridas novelas de «a duro»), no puede quedarse eternamente en ella.
    Fin es lo que algunos (yo al menos) soñábamos hace una década, cuando hablábamos de una ciencia ficción de calidad aceptada por todo tipo de público. Pero no sólo Fin, que últimamente hay bastantes obras de cf en el mercado con buenas ventas y grandes premios. Y eso, inequívocamente, es una tendencia.

  5. Laura dice:

    ¿Crees que gustar de la space opera es ser infantil?

  6. Kaplan dice:

    Cierto tipo de space opera es muy infantil, sí.

  7. Kaplan dice:

    A preguntas directas, respuestas directas. Y una vez contestado, te aclaro que la referencia por la que pareces preguntarme tal cosa es metafórica (vuelta a la infancia, vuelta a los comienzos). Aún así, ya que lo preguntas, sí, hay ciertos tipos de space opera muy infantiles. Por ejemplo, los militaristas y los más cercanos a la fantasía.

  8. Cristo dice:

    No entiendo tu concepto de infatilidad, Kaplan. ¿Te refieres a inmadurez? ¿A la forma escrita? ¿No existen libros «supuestamente» infantiles, por ejemplo, La Historia Interminable, que merecen la pena ser leidos incluso por adultos? ¿No puede hacer cada uno lo que quiera con sus hábitos de lectura sin que se le juzgue por ello?

    No sé, no sé…

  9. Kaplan dice:

    Por supuesto. Todo el mundo puede hacer lo que quiera, pero eso no anula el significado de las cosas. Líbreme el cielo de «juzgar» a nadie, dado el sentido que según creo quieres darle. Yo puedo disfrutar de la literatura infantil, pero eso no la convierte en adulta. Literatura cándida, de buenos y malos, simple, naïf. Bichos, disparos. Todo aquello con lo que yo a los doce años me lo pasaba pipa, pero que ahora encuentro carente de una profundidad mínima exigible. Sí, inmadura. No le niego a nadie el derecho a disfrutar de ella, pero llamémosla por su nombre.
    Hay un momento en esta novela, precisamente, en el que me pareció por unos segundos estar ante un libro de Los Cinco, serie que encontraba muy divertida en mi primera adolescencia, pero que ahora no me llena en absoluto. El autor lo salva rápidamente, pero de haber seguido por ahí yo habría tenido que abandonar la lectura.

  10. Laura dice:

    Ah, ya. Pues sí, algunas novelas de space opera y algunas novelas de fantasía tienen un tratamiento «infantil» del argumento (buenos vs. malos, por ejemplo, conductas ejemplarizantes, etc.), pero las hay también que, a pesar de ser space opera y/o siendo fantasía, no tienen nada de «infantil»: la línea entre el bien y el mal es difusa o no existe, la complejidad de los personajes es profunda, los acontecimientos aún más, etc. Entiendo lo de «volver a los comienzos», pero no necesariamente unido a un tipo de subgénero en particular pues aún entre obras de la misma temática hay tratamientos muy diferentes.

  11. Risingson dice:

    Laura, da algún ejemplo, si sigues leyendo por aquí. Porque yo sólo caigo en algún Cherryh soportable (excepciones), y en una de mis favoritas, los libros de Scott Westerfeld que en realidad son uno de «El imperio elevado».

  12. Joserra dice:

    Volviendo a la novela en sí, igual soy yo, que estoy bastante lejos del retrato generacional y por tanto carezco de empatía con casi cualquier protagonista (solo «María», quizá, lo que puede ser grave), pero no me ha parecido tan loable como a Santiago. El personaje de Ibáñez me parece poco creíble, así como algunas reacciones de los personajes, demasiado humorísticas en ocasiones.
    Por otro lado las descripciones son, probablemente, los momentos más brillantes, pero la historia avanza a base de diálogos, unos diálogos que no me terminan de cuajar.
    ¿Está bien? Sí, es un buen libro. ¿Recomendable? Seguro ¿Saldrá una buena peli? Vista la historia y visto quien va a adaptarla probablemente. Pero no me parece algo que vaya a pasar a los anales. De hecho tampoco me parece el libro fantástico del año.

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