Aunque, por supuesto, siempre están La Guerra de las Galaxias y Star Trek, la adicción por el tema de las grandes civilizaciones galácticas, por la space opera en general, me entró por los años en los que en el instituto descubría la literatura de ciencia ficción y Julián Díez me prestó la antología Imperios galácticos de Brian W. Aldiss, editada por Bruguera en Todolibro. La antología de Adams enfoca el mismo tema, pero carece de la visión sistemática de la de Aldiss. Aun así, es una obra bienvenida para los que disfrutamos con este tipo de escenario.
El volumen incluye 24 relatos publicados desde 1985, aunque la gran mayoría (13) lo fueron en 2009, lo que da una visión bastante actual del tema de las civilizaciones galácticas, aunque no faltan enfoques muy clásicos. También combina autores consagrados o muy consagrados (Orson Scott Card, L.E. Modesitt Jr., Lois McMaster Bujold, George R.R. Martin, Alastair Reynolds, Robert Silverberg o Anne McCaffrey) con autores recientes o muy recientes (por ejemplo, Georgina Li, cuyo relato en Federations es el segundo que ha publicado).
Tales combinaciones normalmente suelen basarse en usar los nombres conocidos (o muy conocidos, o como en este caso) para vender un tomo completo con autores poco conocidos, amigos o de poca calidad. No es el caso de esta antología, donde el nivel se mantiene bastante alto en general. De hecho, algunos de los relatos que más me han gustado han sido de autores relativamente nuevos, como “Swanwatch”, de Yoon Ha Lee, que gira en torno a la utilización de un agujero negro con fines religiosos, o “My She” de Mary Rosenblum, ambientada en una galaxia donde las comunicaciones entre planetas se realizan a través de la vinculación cuántica de gemelos clónicos (a pesar de mi descripción, el relato no tiene nada de hard SF, más bien todo lo contrario).
La antología también sirve para resucitar las fobias que uno tiene hacia ciertos autores: el lenguaje cuartelero y el hombre-solo-salva-el-mundo de Card sigue produciéndome urticaria por mucho que el argumento esté bien construido (y lo está), y Anne McCaffrey exhibe de nuevo lo cursi que es y que sólo sabe escribir un mismo tema, ya sea camuflado en dragones o en naves conscientes. Sin embargo, Robert Silverberg demuestra de nuevo que puede no ser el más innovador de los escritores, pero que es capaz como pocos de desarrollar una buena ambientación aunque, eso sí, su relato tiene veinticuatro años.
Hasta la mitad del libro, uno piensa que en lugar de Federations, la colección debería haberse llamado Wars: para la gran parte de los autores incluidos, la idea de intercambio entre civilizaciones y culturas de la galaxia parece estar limitado a un tipo, el intercambio bélico. Puede ser divertido, pero uno echa de menos visiones más ambiciosas de civilizaciones galácticas del tipo de la Cultura de Iain M. Banks, esa sensación de extrañeza y asombro que los mejores autores consiguen crear al presentarnos mundos y culturas que aún son humanos pero que están tan lejanos de nosotros que tenemos hacer un esfuerzo de adaptación para comprenderlos, como si estuviéramos leyendo sobre el Japón Heian o la China de las Primaveras y Otoños.
Una última conclusión: si uno está tratando de imaginar imperios galácticos, no debería tratar de ser gracioso al mismo tiempo, a no ser que tenga el sentido del humor y la habilidad verbal de Terry Pratchett o Douglas Adams: “Somebodyis Stealing the Great Throne Rooms of the Galaxy”, de Harry Turtledove, trata de ser tan ingenioso que da pena y “Pardon Our Conquest”, de Alan Dean Foster, es tan bienintencionado como fallido. “The One with the Interstellar Group Consciousness”, de James Alan Gardner, casi no mencionarlo.
En resumen, para los aficionados a la space opera que lean inglés, Federations es una buena forma de retomar el contacto con el género.