Pequeñas grandes extrapolaciones:
Las puertas de lo posible, de José María Merino

Siempre ha manifestado José María Merino, recientemente elegido miembro de la Real Academia Española, una gran afición a la ciencia ficción más clásica. No en vano, su narrativa se circunscribe en su práctica totalidad a un terreno afín, como es el fantástico contemporáneo puro (los aficionados a Dick deberían dejarse seducir por sus juegos con los planos de realidad, por su extraordinaria habilidad para desplegar la vacilación fantástica), y, de hecho, mismamente su primera y celebrada obra, Novela de Andrés Choz, y varios de sus cuentos, son estrictamente piezas de neta CF.

En esta ocasión aborda el género con un volumen específica y exclusivamente dedicado a relatos de ciencia ficción, y, además, de ciencia ficción sociológica; la más ligada a la realidad, la más interesante para lectores de dentro y fuera del género y la que aún permite una especulación con resonancias en nuestros días y en nuestra sociedad. Merino nos habla de nuestro mundo, de ese pasado mañana que se recoge en el subtítulo del libro ("Cuentos de pasado mañana") y que se cuela al final del día.

De este modo, nuevamente, un autor de talla utiliza como herramienta la cf para poder indagar en la sociedad, empleando las condiciones narrativas que sólo este género puede ofrecer a un escritor, consciente de ello. Bajo ese planteamiento, la ciencia ficción no es un objeto en sí, sino un medio para expresar una problemática a la cual sólo se puede llegar mediante la proyección y el distanciamiento.

Merino lo sabe y, con la intención de alertar sobre el rumbo que lleva el actual mundo, presenta una antología de 17 relatos inéditos distópicos, más un prólogo y un glosario explicativo (fundamentalmente narrativo, que desarrolla el origen de las palabras desde un punto de vista sociológico), que cuentan como principal atractivo con su habilidad narrativa, con su visión de conjunto y con el desparpajo de su ironía. Se trata de cuentos complementarios entre sí sobre un mismo mundo, donde cada uno arroja luz sobre un elemento concreto, aunque hay aspectos que aparecen en varios de ellos de manera transversal.

El autor es programático con la distopía desde el propio planteamiento del volumen:

"Lo importante, y sigue hablando él [Merino], es que podamos barruntar las grandes líneas del clima sentimental y moral dominante, porque lo cierto es que esos años futuros no habrá grandes cambios, sino una profundización cada vez mayor en aspectos que ya están presentes en nuestro tiempo, y todos ellos se recogen, según él, en los textos de este libro".

Sin embargo, no llama a esta práctica "distopía" porque "Merino piensa que lo que en la mayor parte de este libro se refleja, completamente realizado en ese futuro que espera a los habitantes del planeta, aún podría ser peor", aunque "va a resultar que Merino no es pesimista: él dice que continuar intentando hacer literatura en los tiempos que corren es una buena muestra de tal actitud". Le queda una sabia ironía detrás del ojo crítico; una sabia perspectiva.

En ese sentido, debemos destacar el humor que utiliza, que resulta imprescindible para soportar al obra. Sin embargo, con él el autor corre el riesgo de ocultar su crudeza, de que se quede su propuesta en una serie de ocurrentes proyecciones "con regustillo crítico". Pero Merino para ello busca un lector atento, fundamental para la comprensión de la ironía, y, al mismo tiempo, ese humor sirve para oxigenarle, para permitirle respirar y no sentirse abrumado (lo que, en definitiva, llevaría a la desconexión). Busca un lector que esté alerta, que no acabe convirtiéndose, en suma, en uno de los habitantes de la sociedad por venir (aún evitable). Todo ello implica una lectura entretenida y reflexiva al mismo tiempo, conducida por un tono aparentemente distendido pero que enuncia un flujo constante de denuncias sopesadamente ubicadas.

El autor construye una crítica irónica constante, levantada oración tras oración, sostenida por cada cuento, con lo que crea un suelo firme y frondoso, cargado de intención transformadora (no es un juego, una diversión, un homenaje frívolo). Merino es una persona culta, progresista y creativa que se niega a que el mundo lleve a la deriva a una sociedad aletargada, anestesiada, sumida, embrutecida y, por qué no, idiotizada.

Va enlazando historias de personas o seres que quieren salir de ese mundo, recuperar su libertad, su alegría, su pasión. Lo asumido como "normal" es expresado por negación. Veamos, por ejemplo, una pequeña muestra del tono irónico que emplea el narrador al especificarnos quién es la gente con problemas que es tratada en centros psicológicos:

"La gente que utilizaba poco la tarjeta de crédito, o que no acudía nunca a las actividades religiosas de la comunidad cultural, los poco interesados por las competiciones deportivas… También asistían a personas con problemas estrictamente individuales; con sentimiento de culpa, o con inseguridad sexual, o con desorientación publicitaria."

En ese sentido, el papel de la tecnología como deshumanizadora es esencial en el mundo presentado. Suple y mecaniza tareas y labores donde antes existía una carga emocional muy importante para su buen funcionamiento (como las consultas médicas o la docencia). De hecho, como ya introdujera a principios de los años veinte Zamiatin en Nosotros, los nombres propios pasan a ser números. Pero, como poderosa oposición, Merino ubica a la literatura (cenit del humanismo, por tanto), al relato, a la ficción; plataforma interminable para la imaginación, la creatividad y la innovación. En este punto, no podemos pasar por alto sus teorías sobre el homo narrans, desarrolladas por él en múltiples ocasiones, en las que Merino explica su convencimiento de que el ser humano empezó a razonar y a comprender su entorno cuando comenzó a desarrollar narraciones.

Merino explica procesos, no hechos concretos; inventos, acontecimientos. Contextualiza y luego desarrolla la historia en la mayoría de las ocasiones, pero sin crear una separación marcada, una fractura. Los relatos de este volumen constituyen una red sólida ("vasos comunicantes", ha dicho al respecto), construida con elementos comunes pero autónomos, y también abierta, donde el lector puede participar, pues no se pretende plasmar una sociedad futura completa, sino elementos escogidos. Así, el lector puede especular con otros aspectos, puesto que el escritor sí sienta las bases y la tendencia básica de ese mundo.

El acercamiento a ese mundo futuro se realiza sin buscar alardes o tratar de impresionar. Consiste en un tratamiento sencillo, donde incide en los procesos sociológicos, no en el escenario, con lo cual consigue conferir a los textos una gran frescura y agilidad (algunos, especialmente en “Ese Efe Can”, me ha recordado en el tono a esa estupenda novela juvenil de cf del autor llamada No soy un libro). Merino no escribe para el género, sino desde él, utilizando las herramientas que posee. Así, consigue una obra que puede ser entendida dentro y fuera del género; algo que, desgraciadamente, se está perdiendo en las últimas décadas en nuestra literatura.

En ese sentido, se aprecia notablemente su gran capacidad para relatar, incluso su acomodación a la oralidad. Juega con los narradores que, en un plano textual secundario, en distintas ocasiones cuentan, exponen o planifican historias (algunas tan potentes y sugerentes como la de los devoradores de memoria “La historieta de su vida”; una fusión de space opera con intenciones de defensa de la cultura) y utiliza diversos registros y modos de plasmar el relato. De hecho, manifiesta la necesidad de narrar (igualmente también más presente en su obra más reciente, incluida su teoría) y los personajes se hacen eco de ello. Además, ha sabido astutamente encontrar historias que le permitieran mostrar distintos estratos y condiciones de ese mundo futuro (incluido un viaje espacial). Si bien es cierto que, en general, no consigue relatos magistrales (aunque sí buenos y notables), debemos destacar la honda huella de su buen hacer narrativo, el especial énfasis en la representación de un mundo, cargado de síntesis y elipsis y metonimias, el empaque del conjunto y la técnica utilizada (cómo ha combinado la ironía y el humor para ayudar a digerir al lector su sombría proyección, como ya hemos comentado).

Por otra parte, en el cuento “El viaje inexplicable”, el autor realiza casi una reflexión metaliteraria; un canto de amor a los extintos (entonces) libros. El escritor plantea la literatura como un viaje que ni con todos los adelantos tecnológicos obtenidos en esa futura época es posible imitar. Así, Merino concluye descubriendo en ese cuento que la lectura es "una experiencia misteriosa, una viaje de verdad inexplicable".

Igualmente, debemos prestar atención al empobrecimiento lingüístico de sus habitantes:

"La lengua no había sido simplificada hasta el límite en que ahora lo ha sido, cuando hemos conseguido una escritura con un código muy reducido de términos, que jamás usamos para narrar ficciones, y cuando, incluso en la comunicación verbal, hemos llegado a tanta economía expresiva."

Planea la neojerga orwelliana sobre esta concepción, aunque no es tan explícito en cuanto a control social. Aún así, es manifestado por los propios personajes de los relatos al mostrar una mayor incapacidad para comprender lo extraño, lo diferente, lo que se sale de la norma y el consenso.

Por otro lado, las citas que reproduje al comienzo de esta crítica han sido extraídas del prólogo; un texto casi escrito por el autor. Digo «casi» porque ahí, como si fuera una declaración de principios, ya comienza Merino a arremeter contra nuestra seguridad en el mundo, puesto que está firmado por el profesor Souto, el particular personaje descodificador de símbolos que ya ha corrido diversas peripecias con nuestro autor. Sin embargo, Souto desmiente que sea un personaje de ficción (¿aflora de manera más explícita la admiración cervantina del escritor?), y desgrana los procedimientos literarios de Merino en esta obra, que es fruto de la adaptación literaria de una serie de investigaciones llevadas a cabo gracias a un viaje científico al futuro. De este modo, las barreras entre ficción y realidad quedan desde un principio reventadas. Para el componente especulativo de la obra, es sumamente interesante cómo el escritor potencia su incidencia en la realidad al tratar de desmontar los límites de ficción y realidad. Si Souto no es un personaje, el relato tampoco es un invento.

De hecho, el prólogo es una pieza realmente interesante a nivel simbólico puesto que agrupa diferentes inquietudes del autor: homenajes a la cf, un tema básico y la propia reflexión teórica (recordemos su esencial colección de ensayos Ficción continua).

En esa línea de homenaje a la ciencia ficción, a la fantasía científica, como le gusta llamarla a Merino, debemos constatar la presencia (dispersa, irrelevante) de pequeños guiños al género, a la hora de otorgar nombres o expresar relaciones, que despertarán la complicidad del lector habitual. Sin embargo, en absoluto el autor pone todo el sentido en su reconocimiento, sino que son añadidos, atrezzo, sin ninguna intención endogámica. No afectan a la comprensión del texto, sino que son ligeras pinceladas.

Volviendo a “El viaje inexplicable”, de él debemos reseñar que la irrupción del profesor Souto en él conlleva la aparición del tema más genuinamente propio de Merino: la confusión entre la realidad, la ficción y lo soñado o lo fantástico. En esta ocasión incorpora una perspectiva nueva y un enfoque desde la incomprensión (que no escepticismo). Souto, de nuevo, a pesar de sus ¿delirios? parece la persona más feliz del mundo inmerso en sus investigaciones. No resultan, por tanto, esas confusiones, esa incertidumbre, un hecho traumático.

El autor critica el actual planteamiento económico de la crisis ecológica, en la cual centra buena parte de su atención. Arremete contra la visión (hoy ya manifestada) que entiende "que todos los problemas del ecosistema planetario son motores del progreso"; la que concibe que "toda catástrofe es un anuncio de negocio". Así, denuncia una visión mercantilista de la vida, no experiencial, puesto que aquélla termina en un "si no hubiese un desastre ecológico global habría que inventarlo». Como la industria armamentística, vaya. "Cada problema natural planetario es una fuente segura de generación de dinero y empleo", aunque, claro, el lucro prima y "hay que procurar que ambos negocios sean complementarios". De hecho, los ríos están embutidos en tuberías desde su nacimiento, para aprovechar al máximo su rendimiento ("¡dejar el agua libre es un acto criminal!", se afirma). Se impone, por tanto, una visión utilitarista del medio, que debe estar al servicio del ser humano:

"No podía comprender que el agua hubiese corrido alguna vez fuera de los tubos, le parecía una imagen propia de ese mundo salvaje, inhumano, en el que la naturaleza accesible aún no había sido domesticada."

Por ello no debe sorprendernos que los alimentos transgénicos sean el cultivo habitual en agricultura.

La sociedad de Las puertas de lo posible es un mundo donde todo es artificial, donde ha muerto la imaginación. El consumo ha devorado todo hasta el extremo de comercializar con los cadáveres de las víctimas de accidentes. Se impone una visión pragmática en una sociedad plenamente utilitarista. En ese sentido, ataca al liberalismo económico porque antepone el beneficio y la economía a la ética y el humanismo, como ocurre en La Educación y la Medicina (por esa razón se introducen máquinas, aunque en absoluto se puede vislumbrar un enfoque luddista), cuyo máximo objetivo es no encajar pérdidas.

Merino plasma con pocos elementos el dominio del consumo, de la alienación por el trabajo, el cual refleja un empeoramiento notorio de sus condiciones, o la evasión adormecedora mediante la televisión (aparecen los «telecascos», colocados a todas horas sobre las cabezas y permanecen conectados incluso mientras trabajan) o las drogas. Igualmente, alude a la reinstitución de las iglesias como detentores de Poder y de la influencia pública y a la consolidación de las grandes empresas que controlan con su dinero los medios de comunicación, los políticos y hasta a la policía. La excusa del terrorismo sirve para  plantear la criminalización interesada, como justificación bélica y la pérdida de derechos individuales o incluso la implantación de la pena de muerte.

Además, continuamente contrasta y antepone la belleza del (poco) mundo natural (que queda) con la degradación y aspereza del mundo civilizado, como colofón y conclusión simbólica de lo que se ha perdido.

Así, Merino utiliza una perspectiva siempre ubicada dentro del sistema, que no comprende y tacha de locas posiciones que nos parecen a nosotros las lógicas o las éticamente obvias. Es una perspectiva irónica, por tanto, porque lo que nos parece falto de razón a nosotros es su mundo (ideal) futuro. Aún así, plantea espacios y momentos de rebeldía, aunque se responden en última instancia con resignación y desolación.

Sin embargo, igualmente también utiliza el autor la ciencia ficción no sólo como escenario o como base para proyección, sino para abordar temas clásicos del género. Es el caso de los robots, que se rigen por las Leyes de la Robótica creadas por Asimov (de las que hablaremos en la siguiente entrega de esta sección), con el fin de procurar el bien al ser humano, «pero las ideas del liberalismo total predominante acabaron procribiendo tal programación». Además, por ejemplo, Merino integra la clásica infiltración de extraterrestres que son avanzadilla de una invasión posterior, pero es simplemente una excusa para que se ejerza un mayor control social. O también, por otro lado, usa el género para desarrollar indagaciones que sólo podrían plantearse bajo el paraguas de la ciencia ficción, como ocurre en “Solysombra”.

En este cuento, nos muestra a un hombre al que han colocado una "víscera sintética" por corazón después de un accidente. Esta sustancia artificial hace que haya perdido la capacidad de sentir y conmoverse. En el fondo, es una plástica metáfora sobre la tecnocracia, tema que dibuja en el resto de historias, de un modo u otro. La preponderancia de las máquinas y de los útiles electrónicos hace que perdamos nuestra esencia.

Así, por tanto, Merino nos ofrece en Las puertas de lo posible un volumen en el que extrae conclusiones de la evolución de nuestra sociedad desde una perspectiva muy crítica y desalentadora, con una técnica calculada y precisa, sin grandes alardes en apariencia, pero que esconde un depurado estudio del género (tanto el relato como la ciencia ficción) y de sus posibilidades.