Cuando se anunció que la novela Recuerdos del futuro se convertiría en la serie de televisión FlashForward, tanto en distintas declaraciones públicas de Robert J. Sawyer como en su propio blog se dejaba ver claramente que el canadiense pensaba que le había tocado la lotería. No era para menos: la ABC había presentado el proyecto como sucesor de Perdidos y había contratado para la ocasión tanto un equipo de alto nivel como un reparto plagado de nombres conocidos.
Sawyer es un hombre que ha dedicado una parte sustancial de su tiempo a elaborarse una carrera como “referente”, en un esfuerzo suplementario digno de respeto que muchos colegas deberían imitar parcialmente, a pesar de que en ocasiones pueda resultar un tanto cansino por su afán de protagonismo. Con la adaptación de FlashForward parecía totalmente en su salsa: el aspirante a Michael Crichton canadiense se veía de veras en la senda del maestro.
Ya sabemos lo que ocurrió con FlashForward; la serie, sin estar mal, era demasiado complicada, y demasiado obvia en su intento de crear cliffhangers a la manera de su presunta antecesora.
Sin embargo, hay un punto más interesante. Cualquiera que haya leído la novela en que está muy lejanamente basada, además, podía darse cuenta de que si bien el planteamiento era atractivo, la resolución propuesta por Sawyer para su trama –el planeta entero tiene una visión, durante unos minutos, de su propia vida en un momento puntual del futuro- resultaba totalmente inviable para una adaptación audiovisual. Demasiado hard, demasiado abierto, demasiado abstracto.
El propio condicionante del medio hacía el resto. Al depender de la renovación en sucesivas temporadas –o no, como ha sido el caso- para ofrecer un punto y final a la trama, FlashForward no tenía dónde ir, ni cuándo llegar a ese lugar que tendrían, seguramente, que inventarse sobre la marcha. Todo eso se notaba, demasiado, y se sumó al hecho de que la elección del casting resultara bastante disparatada. Y por allí se fueron las ambiciones de Sawyer…
Lo interesante del caso es que no es la primera vez que veo cómo un autor de cf se lleva una enorme decepción con los resultados de una adaptación de su obra. Por ejemplo, tuve la ocasión de charlar personalmente con Robert Silverberg en la Worldcon de 1998, en Baltimore; acababa de vender los derechos de varios de sus libros para ser adaptados al cine. Silverberg, un caballero elegante y apacible, no podía evitar translucir su expectación por el tema… que quedó totalmente en nada. También Christopher Priest, en la última ocasión en que visitó España, aguardaba con impaciencia los resultados de la versión cinematográfica de El prestigio. En este caso, pese a que El truco final fue una película a mi juicio excelente, no ha tenido consecuencia alguna para la carrera de Priest, cuyos libros siguen sin tener las ventas que merecerían por su calidad.
Escarbando superficialmente, encontramos que el problema se ha repetido periódicamente: Le Guin esperanzada con la a la postre meliflua adaptación de Terramar, Budrys comentando con esperanzas la versión de ¿Quién?, Heinlein vendiendo los derechos de Forastero en tierra extraña, Asimov recordando las batallitas de Viaje extraordinario… A la postre, la relación ha sido casi siempre estéril, y creo que puede afirmarse que sólo tres autores reputados en el género han salido ganando con ella: Ray Bradbury y Arthur C. Clarke, porque trabajaron directamente en los proyectos audiovisuales y en parte pudieron llevarlos adelante a su gusto, y Philip K. Dick, que vio engrandecida su figura después de muerto. Ahora, habría que ver lo que habría opinado de esas adaptaciones si las hubiera visto personalmente…
Creo que la mejor cf literaria tiene valores que resultan difíciles de trasladar al formato audiovisual. En ocasiones porque sus explicaciones son demasiado elaboradas para presentarlas en cualquier forma que no sea un discurso extenso, aceptable para el lector pero infumable para el espectador. En otras, porque lo que se cuenta puede ser verosímil a través de la magia de la palabra, pero no se sostiene cuando se convierte en la realidad vista en una pantalla.
Un ejemplo excelente de todo esto lo encontramos en la contraposición de dos series de cf emitidas en los últimos años por la BBC. Siguiendo la mejor tradición británica del género, son dos historias del fin del mundo. Una, El día de los trífidos, está basada en el excelente clásico de John Wyndham. La otra, Survivors, retoma otra serie inglesa de los años setenta. En la primera, la idea de los vegetales ciegos y gigantes que asolan Inglaterra, que de la mano de Wyndham resultaba inquietante, se convierte en una auténtica parida. Pero ¿qué diseñador de efectos especiales hubiera sido capaz de crear ficus aterradores? La segunda, en cambio, es obvia y tópica: una plaga de gripe elimina al 95% de la población, los supervivientes intentan salir adelante. Con esas ideas que resultan inaceptables como base para el lector medio de cf por manidas, construyen doce excelentes episodios centrados en las relaciones de los personajes y la evolución de las relaciones sociales en esas circunstancias extremas. Aunque, desafortunadamente, no tendrán continuidad en una tercera temporada, también por problemas de audiencia.
Si repasamos los títulos de las mejores películas de la historia de la cf, encontramos un denominador casi común: no tienen procedencia literaria. Las excepciones son contadas: apenas Blade Runner y 2001, esta última con sus conocidas particularidades. Y sus argumentos –véase desde Metrópolis hasta Gattaca, pasando por Babylon 5, Naves misteriosas o Alien– resultan conocidos para los lectores curtidos, una suerte de compendio de obras ya leídas… En realidad, se trata de una labor de sincretismo y simplificación, ejecutada de manera brillante en esos casos.
Durante años, como Sawyer y Silverberg, puse esperanzas fuera de la literatura, mientras me preguntaba por qué la cf audiovisual tenía tanto éxito sin aportar lectores al género. Sin embargo, la experiencia es concluyente: son compartimentos casi totalmente estancos. Si algo salvará a la literatura de cf, no será jamás su cine o televisión.
Parcialmente de acuerdo con la penúltima frase y al 100% con la última.
Y una tontería: que por mucho space opera que haya, al final la cf es un género muy literario.
Sólo con echar un ojo a la cartelera se percibe el hedor a remakes y a adaptaciones de obras, pocas películas con afán comercial de Hollywood tienen últimamente un guión original.
Yo creo que Dick estaría contento con «Una mirada a la oscuridad». Y Gibson salió asustado de esa adaptación del universo del Sprawl llamada Blade Runner antes de que se publicara.
Hay un tipo de público que busca espectacularidad, evasión y argumentos «sencillos». Cuando el cine no tenía los medios técnicos adecuados, lo leía. Ahora prácticamente todos los videojuegos de éxito (salvo los deportivos y quizá los GTA y derivados) tienen una componente «fantástico», bien de CF, bien de fantasía pura, bien de terror. Porque el público que busca esos argumentos los encuentra ahí. Leer un space opera de enormes naves espaciales no es lo mismo que verlo en el cine, y ya no te cuento ser tú el piloto…
La cf «literaria» que queda debería, por tanto, dejar a un lado esas premisas porque no puede competir con los otros soportes. Al fin y al cabo el lector de libros, en general, busca algo que no puede encontrar ni en el cine ni en los videojuegos.
Por lo menos en lo que a Flashforward corresponde, sin haber leido la novela, me parece que la serie no funcionaba. Pero más allá de que la obra sea hard, introspectiva y/o complicada, no funcionaba porque las actuaciones eran malas, sobractuadas, con personajes poco creibles. El guión era peor, lleno de incongruencias, la idea sumamente interesante pero malamente desarrollada.
No se, a veces, me da la impresión, viendo cosas como Flashforward, Avatar, V o Stargate que en materia audiovisual la ciencia ficción no ha avanzado del pulp.
Por supuesto, creo que Julián lleva razón. Como contraejemplo metería Solaris, la del ruso… Ahora, a mi me gustan algunas películas serie B, tipo la invasión de los ultracuerpos, el monstruo del pantano, Perdidos en el Espacio, que tengo entendido se inspiran en obras pulp… No sé, pregunto…
Bueno el remake de Solaris tampoco es malo, como película en sí misma (incluso en algunos detalles resulta más efectiva que la de Tarkovsky), aunque como adaptación de la novela es un churro.
Lo curioso es que si bien la película es muy buena, de las mejores que ha dado el género, traiciona el espíritu de la novela de Lem, y eso a pesar de ser muy fiel y literal con algunos pasajes de ésta.
«La cf “literaria” que queda debería, por tanto, dejar a un lado esas premisas porque no puede competir con los otros soportes.»
Joserra, no te entiendo.
Lo que digo es que las novelas de enormérrimas naves espaciales dándose de piños a lo largo y ancho de la Galaxia no pueden competir con obras de argumentos similares en cine y videojuegos. Porque el público que quiere esas historias es más espectador-jugador que lector. Porque, entre otros motivos, el espectáculo es mayor.
Por contra las historias más «psicológicas», prospectivas sí se quiere, no buscan el mismo target. Y en los soportes «espectaculares» no sólo no brillan mucho más, de hecho les perjudica. Un argumento de ese tipo necesita más reposo y reflexión que la «inmediatez» de los medios audiovisuales requieren hoy en día.
El artículo es estupendo, y coincido con Julián en la idea de compartimentos estancos, que es la más lógica, o caeríamos en la vieja controversia sobre la oposición de las artes versión era postmoderna que no lleva a ninguna salida.
Me explico, hoy en día hay dos artes predominantes: cine y literatura (sí, aunque se diga que se lee poco, nunca en la historia se ha leído tanto). Estas dos artes prosiguen la vieja controversia pintura-escultura, que parecen ya artes olvidados por la mayoría, pero que han sido el centro de los debates artísticos y sus estrellas hasta el siglo XX. Se resumía principalmente en que la cuestión de quién era más fiel al tema y quién representaba mejor estéticamente la historia de un autor, normalmente una historia religiosa o mitológica. Por tanto el autor en que se basaban era Dios o los dioses, o un personaje clásico reverenciado (Ovidio, Homero, etc..).
Fue esta controversia la que llevó a que le rompieran la nariz a Miguel Ángel en una discusión y que a Leonardo la escultura le produjera un desprecio pedante, por poner ejemplos.
Hoy la discusión de si el David es fidedigno al texto bíblico o el Apolo y Dafne de Bernini a la descripción de Ovidio nos parecen chorradas. Ya no las juzgamos comparándolas a su fuente, sino como obras pertenecientes a un arte diferente a la poesía o la literatura religiosa, que nos producen un gozo o desprecio distinto.
Hoy con la literatura y el cine pasa lo mismo. No podemos juzgar la fidelidad de una película a una obra, por mucho que el escritor participe en ella con esa intención. Se debe juzgar su calidad desde un punto de vista que siga los parámetros del arte cinematográfico. Otra cosa es que luego opinemos si es fiel al original o no, o si le gusta al escritor lo que han hecho con su libro: normalmente nunca les gusta, porque como los artistas de todos los tiempos consideran su parcela del arte (la literatura) como la más completa y acaban cayendo en el desprecio leonardesco. Los lectores también.
Bueno, al final no sé si me expliqué del todo.
También coincido también con Joserra que el cine, que es negocio caro, es más propicio a buscar al público amante del espectáculo, que es el más mayoritario y también el más deseoso de guiones sencillos, y esa idea de cazar a ese target amplio de público siempre subyace en las películas costosas, como suelen ser las de ci-fi.
Dios, como se nota que empieza el verano y tengo tiempo de sobra en el trabajo.
:-)
Joserra, no estoy de acuerdo: te estás cargando el sentido de la maravilla así a lo tonto, y por la misma regla de tres, los thrillers no podrían existir como libros. O las novelas bélicas. O las de aventuras. Las de batallas de mucha gente.
Si me hablas de musicales, bueno, entonces sí.
Si por «sentido de la maravilla» entendemos space opera de planetas extraños y seres raros, sí, me los cargo. De hecho el «sentido de la maravilla» casi siempre me ha parecido una excusa para agrandar el mérito de libros muy justitos.
Otra cosa es cuando se usan recursos que, hoy por hoy, sólo puede emplear la literatura. Desde «Jim olió rojo» a fantasear cómo sería un ser que viviese en catorce dimensiones. Ahí poco tiene que hacer una peli o un videojuego hoy en día.
Pero es que tu argumento me da la razón. ¿Cuántos libros «bélicos» se leen en comparación al enorme número de películas que se hacen? ¿Y de acción? ¿Por qué, teniendo en cuenta la enorme cantidad de productos audiovisuales que se hacen, no son tan populares? ¿Y los de western, que tanto se daban en la época de los bolsilibros? A mí me parece que tanta casualidad no es posible, que lo que hay es un patrón.
¿A qué enorme cifra de películas bélicas te refieres? ¿Comparado con qué cifra de libros?
Respecto al western, obviamente se hacen igual de pocos libros que películas. Es un contexto que es difícil de entender hoy en día.
Y hombre, no me resumas la literatura a un mero ejercicio de sinestesia… y de paso dime dónde encaja en ese esquema la literatura de terror, los vampiros guapos, la fantasía vistosa y los thrillers a lo Millennium. Creo que estás sacando conclusiones un tanto caprichosas basadas en tus prejuicios.
Así, de este mismo año:
– «The Hurt Locker»: Oscar a la mejor película.
– «Malditos bastardos» de Quentin Tarantino.
– «Ciudad de vida y muerte»: Concha de oro en el festival de San Sebastián
– «The pacific»: una de las series más premiadas de la temporada. Esta última está basada en las memorias de dos soldados (que no son libros de ficción, sino memorias), supongo que conocidísimos. Tanto que he tenido que comprobar si se basaban en libros.
No cuenta tanto la cantidad en bruto como el reconocimiento a pie de calle. ¿Has visto a mucha gente leer libros bélicos?
La literatura NO es un mero ejercicio de sinestesia, gracias por tomar un desde… hasta como una reducción absoluta. Repito, para un público que busca espectáculo a raudales (público objetivo del 90% de las space opera) una película le ofrece en una hora y media mucho más espectáculo que una novela de 900 páginas. Un videojuego más de lo mismo. Y más interactivo.
Otro ejemplo: ¿Va la misma gente a ver las pelis de Spiderman que los que se compran los tebeos?
Por otro lado, «a literatura de terror, los vampiros guapos, la fantasía vistosa y los thrillers a lo Millennium», no entran en el mismo saco ni siquiera entre ellas. Los vampiros folladores no van dirigidos al mismo público que las pelis de acción o la CF palomitera. Pelis de terror hay a patadas, es prácticamente el mismo caso de la CF. Y los «thriller», estoy casi convencido que hay pocas cosas más típicas que poner una peli por la noche y que sea de policías.
Y sin embargo, tengo la impresión de que a la space opera británica (literaria) le está yendo bien, con sus libros de 900 páginas y todo eso. Me parece más un problema de públicos en general que de la CF en particular: la gente que gusta de lo audiovisual (en todos los campos) siempre se cuenta en números mayores que la gente que gusta de la lectura o de ejercicios intelectuales más abstractos. De nuevo, sin importar los géneros.
Literatura y cine, aunque se puedan tender la mano, son en general compartimentos estancos. Dos artes muy distintas, con públicos muy distintos. Puede que algunos elementos se pasen de un arte al otro, pero no están dirigidos a los mismos sentidos todo el tiempo. El libro estimula áreas del cerebro diferentes a las que estimulan las películas. Y no hay vuelta de hoja. Quien lee, lo hace sin necesidad de más estímulo. Quien sólo ve películas, sean románticas, de aventuras o de CF, sólo verá películas.
En otro aparte, creo que el sentido de la maravilla más mucho más allá del espectáculo de batallas espaciales o Imperios galácticos. Hay un universo de posibilidades que pueden explotar este sentido sin necesidad de hacer space operas, o incluso dentro de éstas mismas…
Por cierto, me encantó el mensaje de Carneiro. Pienso que lleva mucha razón en todo cuanto dice.
No creo que sean compartimentos estancos; de hecho, multitud de ideas y cantidad de personas se mueven de un medio a otro y suponen de facto una de sus principales influencias. Otra cosa es que, como medios diferentes que son, sea necesario una adaptación. No suele valer la traslación literal y, claro, esa adaptación suele traicionar o dejar de lado (generalmente por inabarcables) elementos que nos parecen básicos. Así, el producto obtenido suele ser «otra cosa», diferente, pero que sin duda ha partido de un origen en la literatura o el cine.
La última frase del artículo, «Si algo salvará a la literatura de cf, no será jamás su cine o televisión», me parece incontestable por evidente.
Joserra, podemos también reducirlo a que el cine tiene más público que los libros, y al tener más gente pues los títulos populares son más habituales.
Y sí veo a la gente leyéndose libros bélicos por la calle, aunque más de estilo de ensayo. Y bueno, de verdad, que no veo válido tu planteamiento: es como aceptar que la literatura de imágenes nunca va a superar al cine, como si el hecho de hacerte la imagen mental fuera siempre menos satisfactorio que verlo en una pantalla enorme con 5.1 y tal.