por Manuel de los Reyes.
En aras de la pluralidad de opinión y para no limitarme al más personal e intransferible punto de vista que caracteriza la primera parte de este artículo, me he puesto en contacto con algunos colegas y amigos que, como yo (y en algunos casos, al mismo tiempo que yo), se han visto alguna vez con el encargo de una segunda traducción entre manos.
Estos traductores, que amablemente se han prestado a responder al siguiente cuestionario, son Pilar Ramírez Tello (PRT), Tina Parcero (TP), Cristina Macía (CM), Jesús Gómez Gutiérrez (JGG), y Miguel López Genicio (MLG), quienes en algún momento u otro de sus respectivas carreras han colaborado con editoriales de género tan variopintas como Gigamesh, Bibliópolis o La Factoría de Ideas.
Háblanos un poco de tu perfil profesional. ¿Es la traducción literaria tu principal actividad económica? ¿Cuánto tiempo hace que traduces? ¿Dirías que elegiste esta profesión, o que la profesión te eligió a ti?
CM: ¿La traducción literaria puede ser la principal actividad económica de alguien? Anda, no lo sabía. La mía, no, desde luego. Soy espantosamente lenta y prolija desde hace casi veinticinco años (eso responde a la segunda pregunta), que es más o menos el tiempo que ha pasado desde que esta profesión y yo nos tropezamos casi por casualidad (eso responde a la tercera). Volviendo a la primera, que es la que tiene tela: por suerte, ahora mismo puedo permitirme el lujo de traducir unos cuantos meses al año y sólo cosas que me gustan mucho, mucho. El resto del tiempo escribo libros de cocina, organizo festivales literarios (como la Semana Negra, modo publicidad on) y doy charlas de animación a la lectura, detestable concepto que parece sugerir que la gente joven está desanimada. Pero eso es otra historia y será contada en otra ocasión.
JGG: La traducción fue una consecuencia inevitable de mi trabajo como autor; pero dedicarme a la traducción literaria, mi principal actividad económica desde hace veinte años, fue una decisión consciente, casi vocacional. Es un campo tan mal tratado y tan mal pagado en España que sólo merece la pena desde ese punto de vista.
MLG: La traducción literaria no es mi principal actividad. Empecé a traducir profesionalmente en el año 2000 y di un giro a mi carrera hace un año. Ahora mismo no trabajo de traductor, pero es lo que soy y lo que me considero. La profesión y yo nos encontramos mutuamente.
PRT: Sí, es mi principal actividad económica. Trabajo en la traducción desde el año 1999 y, aunque desde el principio quise entrar en el campo de la literatura, me costó bastante. Empecé trabajando como traductora en plantilla en distintas empresas (agencias de traducción, compañías de informática y de ingeniería), después me establecí como autónoma y empecé a compaginar la traducción técnica con la literaria. Ahora más bien compagino la literaria con alguna que otra técnica. La profesión la elegí yo. Decidí estudiar Traducción porque me gustaba escribir y el inglés, y ésa era la carrera que me pareció más interesante para dedicarme a ambas cosas. Lo que normalmente no eliges, según mi experiencia, es la especialidad. El mercado te lleva hacia uno u otro lado. Estudié la especialidad de traducción jurídico-económica y ahora me centro en la traducción técnica, sobre todo de ingeniería. Igual en el campo literario: lo primero que me ofrecieron fueron novelas de fantasía, ciencia ficción y juveniles, así que ahora, a ojos de las editoriales, soy experta en literatura juvenil. Que no me disgusta, pero tampoco me importaría hacer otras cosas.
TP: Ojalá lo fuese, pero no. Por las mañanas trabajo en una biblioteca. Eso me proporciona una seguridad económica y me permite negociar contratos, tarifas y plazos con menos presión que si de ello dependiese mi sustento, pero me gustaría poder vivir exclusivamente de la traducción literaria porque es mi gran pasión.
Llevo en esto desde el año 99, al principio como traductora técnica, aunque en el 2000 me presenté a un concurso de traducción de relatos cortos y lo gané. En el año 2004 traduje mi primer libro.
En cuanto a la última pregunta, la respuesta es que elegí esta profesión sin dudarlo en cuanto se creó la carrera , pero la profesión me había elegido a mí, sin yo saberlo, entre los cinco y los nueve años, cuando tuve una maravillosa profesora de inglés que despertó en mí la pasión por los idiomas.
Has traducido una o más obras ya anteriormente publicadas en español. ¿Podrías decirnos cuáles, y para qué editoriales?
CM: Envidio a esa gente que tiene un archivo completo y ordenado de todo lo que ha traducido en su vida. No pertenezco a tan afortunado grupo. Creo recordar que he vuelto a traducir alguna que otra novela, pero ahora mismo no podría concretar ni aunque me apuntaran con una pistola. Lo más reciente que tengo es la nueva versión de una novela de George R.R. Martin, El sueño del Fevre. Ah, y lo que empezó como una corrección de una traducción mía del año de la polka se acabó convirtiendo en una tradu nueva (Los impostores, de Alfred Bester). Las dos para la editorial Gigamesh.
JGG: La lista sería demasiado extensa para citarla aquí, de modo que la limitaré a mi trabajo actual con la editorial Gigamesh: las novelas de Fredric Brown y una obra que probablemente será de interés para los lectores, las aventuras completas de Fafhrd y el Ratonero Gris, de Fritz Leiber, aún en preparación.
MLG: Una sola: El fin de la Eternidad, de Isaac Asimov, publicado por La Factoría de Ideas.
PRT: Los Libros de Sangre, volúmenes I y II, de Clive Barker, para La Factoría de Ideas. Una parte de El robot completo, de Asimov, para Alamut, y los cuentos completos de Richard Matheson, para Gigamesh, que aún no se han publicado.
TP: Hasta ahora han sido dos: Esperanza del Venado, de Orson Scott Card, para Bibliópolis, y El robot completo, de Isaac Asimov, para Alamut (en colaboración con Manuel de los Reyes y Pilar Ramírez Tello).
¿Conocías ya la traducción antigua de dicha obra? Y, en caso afirmativo, ¿te influyó de alguna manera a la hora de realizar tu trabajo?
CM: El sueño del Fevre es una novela de cabecera para cualquier friki que se precie, y a ese afortunado grupo sí pertenezco. ¡Claro que conocía la traducción original! Por suerte, ha pasado tanto tiempo que no la tenía en la memoria, así que influir, lo que se dice influir, entre poco y nada. En las primeras páginas me dejé tentar y de cuando en cuando eché un vistazo a la novela antigua para ver cómo había resuelto el traductor algún que otro problema, cómo se las había arreglado con un término concreto… Luego vi que habíamos tomado caminos diferentes, y dejé de hacerlo.
JGG: Tanto si se conocen las versiones anteriores como si no, creo que no deben influir en las siguientes. El trabajo del traductor literario es un trabajo de autor, con soluciones y estrategias distintas; de hecho, ése uno de los problemas del mercado editorial español, porque el lector no está acostumbrado a valorar la traducción como el factor determinante que es. Pero cuando hablamos de clásicos, hay detalles, generalmente relativos a nombres o territorios comunes que ya forman parte del imaginario del lector, que las editoriales tienden a mantener si lo consideran adecuado.
MLG: Leí párrafos sueltos, o páginas al azar, pero no dejé que me influyera.
PRT: [De Matheson:] No, no la conocía, así que no influyó en mi trabajo.
TP: En el primer caso fue el propio editor quien me dijo que ya existía una traducción previa, de Paola Tizzano para Ediciones B, y en el segundo, aunque ya suponía la existencia de anteriores versiones, dada la larga y asentada fama de Asimov, mis compañeros en ese trabajo me lo confirmaron.
Una o varias traducciones previas influyen en que sientes más responsabilidad si cabe, dado que son colegas con gran experiencia y que en muchos casos han asentado el léxico asociado a ese autor; pero al mismo tiempo te da la tranquilidad de que, si hay alguna frase que se te resiste, puedes salir de dudas consultando cómo la resolvieron ellos. De todas formas tengo claro que mi versión es mía, buena o mala, como cuando varios fotógrafos retratan a una misma persona: aun siendo el mismo modelo, los resultados son distintos. Para asegurarme de que las otras versiones no influyan significativamente en mi forma de trabajar, procuro no hojearlas siquiera hasta tener el borrador de mi traducción revisado al menos una vez. Para mí fue sorprendente hasta qué punto sutiles diferencias de interpretación y estilo creaban un ambiente general muy distinto en cada una de las versiones, incluida la mía.
¿Consideras que difieren en gran medida la metodología de trabajo a la hora de afrontar una segunda traducción y la de una primera? En caso afirmativo, ¿qué diferencias destacarías?
CM: La verdad es que no concibo más que una manera de afrontar una traducción: Hacerlo lo mejor posible. Ya, es obvio, pero a veces te encuentras con excusas tan peregrinas por parte de colegas… «Es que el libro no me gustaba», «Es que el texto se había quedado viejo»… La gran diferencia en realidad es la presión. Si te han pedido una nueva traducción de una novela, con el coste económico que eso conlleva para la editorial, es porque se espera de ti que mejores la versión anterior. Tienes que estar a la altura de las expectativas. Y a mí me puede el pánico escénico (por eso renuncié a mi prometedora carrera en Hollywood).
JGG: En mi caso no podría haber diferencia; afronto todas las traducciones como si fueran la primera, y no acepto encargos en condiciones distintas.
MLG: Por supuesto. La segunda traducción parte muchas veces con desventaja, eres consciente de que la comparación es inevitable. No eres del todo libre al traducir (aunque deberías), pues el fantasma del texto antiguo siempre está ahí, la duda de si tú realmente eres capaz de hacerlo mejor.
PRT: La verdad es que no. En ambos casos procuras hacer la traducción lo mejor posible atendiendo al original. ¿En qué afecta a eso que exista una traducción anterior?
TP: La documentación previa se complica, claro: además de consultar datos bibliográficos e incluso biográficos del autor y su época, si ya hay otras versiones hay que localizar las distintas traducciones (en el caso de Asimov hay varias) y averiguar si su léxico está muy asentado entre los lectores de nuestra lengua.
¿Dirías que las segundas traducciones requieren una mayor labor de documentación que las primeras, más atención al léxico empleado con anterioridad…? ¿O no es imprescindible abordarlas de otra manera?
CM: Lo requieren, pero no tanto por ser una segunda versión como por los recursos que tenemos los traductores ahora a nuestra disposición, y que quizá no tuvieran los traductores originales. En una palabra: internet. Por seguir con el ejemplo de El sueño del Fevre: la terminología de los barcos de vapor del Misisipi a mediados del siglo XIX es una pesadilla. Acabé metida en foros de gente que hacía maquetas navales. ¿Cómo podíamos trabajar hace veinte años sin recursos así?
JGG: Yo diría que un traductor debe hacer su trabajo y hacerlo bien siempre, sin preocuparse por otro tipo de consideraciones. Pero es obvio que hay traductores buenos, malos y regulares; y sobre todo, que hay pocas editoriales tan preocupadas por la calidad como por los beneficios. Con eso volvemos a lo que te comentaba antes; ganaremos mucho cuando el lector no mire solamente el nombre del autor y la apariencia estética o el precio de un libro, sino también el nombre del traductor y de la propia editorial.
MLG: No es imprescindible y de hecho debería tratarse como una primera traducción, como la mejor traducción de la que eres capaz.
PRT: Como digo, no creo que haya diferencia. Otra cosa es enfrentarse a una novela todavía no traducida que pertenece a una serie de la que ya existen otras novelas traducidas. Ahí sí te enfrentas a una labor de investigación tremenda… si tienes el tiempo y los medios necesarios para hacerla, claro.
TP: No sé si habrá algún traductor que decida afrontar su trabajo sin echar ni el más mínimo vistazo a las versiones anteriores, aunque sea a posteriori. A mí no me lo permite mi curiosidad. Además, si efectivamente el léxico peculiar del autor es ya popular entre los lectores potenciales, como en el caso de Asimov, está claro que, si el traductor no lo mantiene, corre el riesgo de defraudar a los seguidores incondicionales de aquel. Con Asimov preferí no hacerlo porque ya lo habíamos acordado previamente entre los tres traductores y porque la literatura tiene su punto de magia, la llamada suspensión de la incredulidad, que se quebraría al introducir léxico distinto para los neologismos típicos del autor con traducciones ya asentadas. Sin embargo, con la obra de Card me permití más libertad por ser una novela independiente, no ligada a sagas como la de Ender, y poseer en el original un léxico levemente arcaizante que, en mi opinión, me pedía la introducción de tratamientos corteses como el «vos».
Una vez a la venta cualquier segunda traducción, ¿dirías que el lector que ya posea la antigua puede beneficiarse en algo de la adquisición de la nueva? O, por el contrario, ¿consideras que «a traducción nueva, público nuevo»?
CM: Supongo que el editor tiene la esperanza de que los lectores de la primera versión compren la segunda. Le van las lentejas en ello. Por mi parte, lo que imagino es que, al tratarse de un libro descatalogado y de un autor que ahora es mucho más conocido que en los tiempos de la primera edición, se venderá bien. Pero dudo que sea por la nueva traducción. En España no somos muy dados a mirar esos detallitos a la hora de comprar libros. Ojalá lo fuéramos.
JGG: El lector siempre sale ganando con una traducción nueva si es una buena traducción y no una simple revisión o incluso corrección de traducciones anteriores, como hacen algunos.
MLG: Creo que la tendencia del mercado es captar público nuevo, pero claro que se puede obtener algo de la nueva traducción, siempre es refrescante comparar puntos de vista e interpretaciones, sobre todo en algo tan subjetivo como la traducción literaria.
PRT: Pues no sé qué decirte. A mí, como lectora, no me interesaría comprar otra versión de algo que ya tengo, a no ser que sepa a ciencia cierta que la traducción que poseo no hace justicia al original. O que sea una gran admiradora del autor y lo compre por afán coleccionista.
TP: Sé que hay bibliófilos que coleccionan distintas traducciones de sus obras favoritas, o ediciones en tapa dura, descartando las de rústica. Tal vez haya estudios de mercado para saber cuántos son, pero me temo que no van a hacernos ricos. Creo que sí, que el público de la nueva versión es otro, exceptuando tal vez alguien que haya leído una obra que le gustó pero con una traducción tan deficiente que decida comprarse una nueva versión. En este caso el beneficio para el lector es obvio. En los casos de traducciones distintas pero con un nivel de calidad equivalente, por supuesto que el lector podría beneficiarse de los diferentes matices que aporta cada versión, pero, sinceramente, creo que eso no lo hacemos más que los obsesos por el lenguaje que además podemos comparar las distintas versiones con la original.
¿Estás de acuerdo con la teoría de que la traducción definitiva no existe? O, por el contrario, ¿crees que es posible conseguir la traducción «canónica» de cualquier texto literario?
CM: Qué pregunta tan filosófica. En las traducciones pasa como con los doblajes: sentiremos extraña una obra que nos ha quedado en el recuerdo si vemos/leemos una versión diferente, aunque objetivamente sea mejor la segunda. Ah, mira, eso me ha hecho recordar que también traduje de nuevo al castellano una docena de novelas de Enyd Blyton, las de Los Cinco. En mi traducción, claro, ya no bebían «cerveza de jengibre», y me juego lo que sea a que algunos lectores mayores que las hayan comprado para sus hijos echarán de menos eso.
JGG: En literatura no hay traducciones definitivas. Puede haber traducciones insuperables o difícilmente superables desde algún punto de vista, pero nada más. Ni siquiera cuando el autor de la obra es también el traductor, porque no la estará escribiendo: la estará recreando.
MLG: No existe, no puede existir, porque la lengua es una herramienta viva que cambia constantemente, y que es reflejo además de los cambios de mentalidad de la sociedad.
PRT: No creo que ninguna traducción sea definitiva. Que dos traducciones de un mismo texto no sean iguales no quiere decir que una sea buena y otra mala. Es tan subjetivo como la misma literatura. Además, por mucho que intentes adaptarte al original, siempre quedará algo tuyo y de tu época pegado a la traducción. Así que, hasta cierto punto, tiene sentido volver a traducir las mismas obras una y otra vez.
TP: Sí, claro que estoy de acuerdo. Soy de los que creen que cada traducción es un reflejo de su autor y de su época. Volviendo al ejemplo de los fotógrafos que retratan a un mismo modelo, ¿cómo podría decirse que la fotografía de alguno de ellos es la «canónica»? Puede ser muy buena, pero también pueden serlo las de varios fotógrafos más, ¡o varias del mismo autor! Y eso sin remontarnos a la historia general del retrato.
Lo que sí puede ocurrir es que una traducción llegue a ser tan popular que los lectores no acepten otras versiones, incluso objetivamente mejores. Si a eso se le llama canónico, por haber establecido una norma en la forma de estudiar esa obra o de traducir a ese autor, no voy a regatearle el mérito, pero creo que no es el término adecuado.
¿Cuál te imaginas que sería tu reacción si mañana vieras publicada la segunda traducción de una obra traducida originalmente por ti?
CM: Me cabrearía como una mona conmigo misma cada vez que encontrara una solución mejor que la de mi traducción original. Ya me escuece bastante cuando mi correctora me tiene que arreglar algo… Pero nada, anotas, aprendes, y hasta la siguiente. Y si dejas de cometer errores y aprender de ellos, es que estás muerto.
JGG: Es una situación que conozco, y me parece tanto más interesante cuanto mejor y más personal sea.
MLG: Me preocuparía. Sabría que no lo hice lo mejor que podía hacerse.
PRT: ¡Miedo! Las comparaciones son odiosas.
TP: Pues como no me caracterizo precisamente por poseer un ego demasiado bien alimentado, seguro que al principio me hundiría, convencida de que la nueva versión ha de ser mucho mejor que la mía, pero supongo que, tras hacerme con un ejemplar y estudiarla, mi juicio sería más objetivo. No me duelen prendas para reconocer cuándo alguien ha encontrado una solución mejor que la mía, y sé reconocer la calidad en el trabajo de mis colegas, pero también tengo el suficiente criterio para saber cuándo las mías me parecen más válidas.
Para terminar, ¿hay alguna obra ya publicada en español de cuya retraducción te gustaría encargarte? Y en caso afirmativo, ¿por qué?
CM: Volvería a traducir de buena gana todo lo que traduje hace veinte años. Cuando por casualidad algo ha vuelto a caer en mis manos, me ha dado vergüenza. Y supongo que dentro de veinte años me gustaría volver a traducir mis trabajos actuales.
JGG: Hay muchas obras publicadas en español que piden a gritos una traducción nueva; por ejemplo, gran parte de los clásicos. En cuanto al porqué, no debe ser otro que la pasión por la literatura. Si alguien busca reconocimiento o dinero en la traducción literaria, se ha equivocado de profesión.
MLG: Brandeburgo, de Glenn Meade. No es en absoluto una obra significativa para la literatura ni para la Humanidad, pero recuerdo haberla leído cuando era un adolescente y devoraba todo libro que me dejaran, y la recodaba como una novela fascinante, que me dio mucho placer y me mantuvo alerta hasta que la terminé. Ya adulto, hará unos tres años, decidí releerla por la nostalgia, y me quedé anonadado. La cantidad de errores y traducciones incorrectas era tal que abrumaba. Envié un email a la editorial con un listado de todos los errores, pero, por supuesto, me ignoraron. Por pura ética profesional y por dignidad laboral, me gustaría retraducirla y que al menos sea un libro gramatical y ortográficamente correcto, que el autor pueda ser juzgado justamente por su obra.
PRT: Huy, me encantaría retraducir todos los Harry Potter. Por los derechos de autor correspondientes, más que nada.
TP: Ojalá supiese ruso para retraducir La madre, de Gorki, que tuve la desgracia de leer siendo jovencita en una versión no solo mal traducida, sino también llena de erratas, párrafos desordenados, otros que faltaban directamente y mil desastres más. Por suerte, otros lo han hecho por mí. Ahora mismo envidio horrorosamente a los afortunados traductores de mis autores favoritos, pero no siento la necesidad de ofrecer mi propia versión. Bueno… he de confesar que en algún caso concreto me gustaría poder hacer una pequeña corrección de estilo.
Hasta aquí este cuestionario, el cual a pesar de su sencillez espero que haya resultado de interés para los lectores. A Pilar, Tina, Cristina, Jesús y Miguel, por supuesto, muchas gracias de nuevo por vuestra amabilidad y por vuestro tiempo.
hola.
siempre me quedé con ganas de ver bien editada y al menos corregida (ya no digo retraducida, que tal vez) esa novelita de Thomas Disch, Campo de concentración, que leí en su día (no ha mucho tiempo, la verdad) en la edición de Ultramar. Y el libro me pareció cojonudo, pero a pesar del destrozo o roto que se le estaba haciendo al texto original. creo que puedo decir lo mismo de casi todos los libros que he leído de esa colección de Ultramar (no muchos la verdad, casi todos los de Dick y alguno suelto por ahí). No diría que estén mal traducidos (del todo), pero sí que están mal ‘producidos’; la sensación de dejadez es abrumadora.
La reflexión completa, tanto la primera parte como la segunda es muy interesante. Hace que pienses en tus planteamientos como lector, sobre todo en la cantidad de malas traducciones que has sufrido, pero también en las buenas que has disfrutado. La labor editorial siempre debería buscar la excelencia en su producto (al menos en algo tan esencial) y lo que está claro es que no siempre es así.
Por cierto, también funciona como interesantisimo árticulo de novedades editoriales. Si Matheson está traducido… ¡¡¡LO QUEREMOS YA!!!
;)
Por último, también me gustaría dar la enhorabuena a los traductores que aparecen en el artículo (incluido su autor). He leido algunos de vuestros trabajos y son geniales.