Quienes nos movemos en el mundillo de la ciencia ficción con frecuencia escuchamos/comentamos asertos del tipo: “la literatura de ciencia ficción interesa cada vez menos”, o “se cierran colecciones especializadas, su tirada desciende hasta extremos que ponen en serio riesgo su continuidad, a las editoriales generalistas es una temática que no les interesa”, o bien “el futuro ya está aquí, al lector ya no le atrae el futuro a largo plazo sino que ha centrado su interés en las preocupaciones de pasado mañana”. Por su parte, el mercado editorial es muy claro al respecto: existe aproximadamente una treintena de colecciones de género en España, la mayoría pequeños sellos especializados e, incluso, amateurs, que abastecen a un mercado interno que hace quince o veinte años se decía estaba formado por unos tres mil aficionados y hoy día parece haberse reducido a apenas una ¿quinta? parte; tiradas que a duras penas superan el millar o millar y medio de ejemplares y que económicamente resultan cada vez menos rentables para las editoriales más grandes (Ediciones B, Alianza, Minotauro, Roca/Ómicron), que han visto reducir sus novedades año tras año para centrarse en títulos más comerciales. Así pues, todo apunta a la existencia de una grave crisis en el sector.
Sin embargo, este hecho incontrovertible choca con fenómenos de ventas como La carretera de Cormac McCarthy, La conjura contra América de Philip Roth, Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, La mujer del viajero del tiempo de Audrey Niffenegger y un no tan largo pero sí muy significativo etcétera. Y eso sin contar con technothrillers a lo Tom Clancy que tan de moda se han puesto en los últimos tiempos. Obras de temática especulativa que el aficionado no tiene reparos en catalogar como “de ciencia ficción”, pero que desde su particular perspectiva poseen un elemento común definitorio: han sido escritas por autores no adscritos al género y publicadas en colecciones no especializadas, en lo que se conoce como slipstream.
Lo que parece claro es que sí está en crisis una forma de hacer literatura de género, al menos a tenor del evidente divorcio entre el actual corpus de obras genéricas y el potencial público lector. El mercado se muestra cada vez menos receptivo a productos complicados, endogámicos, pésimamente escritos y editados, y apuesta claramente por la renovación del anquilosado “realismo” mediante la especulación original y cercana de la mano de firmas reputadas. Es cierto que los grandes clásicos de la ciencia ficción parecen gozar de una segunda juventud en nuestras librerías, aunque mucho me temo que ello obedece más a la moda del revival, es decir, la reedición de artículos nostálgicos para un público adulto de nivel adquisitivo medio alto que a un auténtico mercado consolidado (obviamente, de todo hay, pero básicamente compramos en tapa dura aquellos libros que se nos caen a cachos en nuestras ediciones en rústica); en cualquier caso, me estoy refiriendo fundamentalmente a nuevos títulos.
Un factor al que suele atribuirse buena parte de la “culpa” de esta crisis es el de la etiqueta. Pero, curiosamente, la etiqueta “ciencia ficción” no está en crisis; o, al menos, no lo está en mercados como el cinematográfico o el de los videojuegos, cuya explotación sirve de reclamo comercial muy efectivo por su identificación con escenarios exóticos, efectos especiales, acción, diversión… es decir, gran público (que no necesariamente calidad, pero esa no es la cuestión que pretendo analizar ahora). En este sentido, los esfuerzos por encontrar una nueva denominación para la “literatura especulativa de calidad” parecen más centrados en lograr la anhelada respetabilidad de la que nunca ha gozado -ni siquiera a nivel de un reducido círculo cultural, salvo para el caso de ciertas obras y autores- que de un intento sólido por revertir la tendencia negativa de las cifras de venta. Aquí la cuestión clave es por qué la temática de ciencia ficción funciona en cine y videojuegos y ha dejado de hacerlo en formato libro. Me temo que no tengo una respuesta concreta (diversificación de las preferencias de ocio; la arrolladora competencia del mercado audiovisual: Internet, videojuegos, películas, series…; la influencia del Star System en el mercado editorial: el marketing provoca que cada vez se vendan más best sellers de cada vez menos autores; política de precios; excesiva complejidad y autorreferencialidad de las obras), y aunque alguien la tuviera sospecho que el mercado continuaría evolucionando al ritmo marcado por nuestra acelerada sociedad sin hacerle el menor caso al crítico. Faltaría más.
A veces me pregunto lo brillante que hubiera podido llegar a ser la actual ciencia ficción española si la situación hubiera sido otra (un estupendo tema para una ucronía ¿no creen?). Nunca como hasta ahora había habido un grupo -hablar de generación sería excesivo, pues sus integrantes no comparten estilo ni intereses comunes más allá de la temática- de escritores tan bregados en las herramientas literarias como el formado en la década de los noventa por César Mallorquí, Elia Barceló, Javier Negrete, Juan Miguel Aguilera, el argentino Carlos Gardini… Firmas que en su mayoría han evolucionado hacia el mercado juvenil, el histórico o la fusión de géneros, con obras mestizas de realismo, elementos fantásticos, oscuros y misteriosos, en un claro intento por atraer lectores procedentes de diferentes nichos. Por otra parte, resulta especialmente significativa la evolución de escritores consagrados como José Carlos Somoza, autor de excelentes obras fantásticas y ahora embarcado en el techonothriller más comercial, o José María Merino, excelente narrador cuyos relatos no terminan de encontrar eco entre los aficionados (quizás por lo gastado de sus premisas, en mi humilde opinión). Desgraciadamente, no ha surgido en este tiempo una gran obra que diera relevancia al género y facilitara el salto al público general, aunque de vez en cuando sorprendan voces originales como la de Albert Sánchez-Piñol: una gota de originalidad en medio de un mar de irrelevancia.
Tras estas divagaciones con no sé si demasiado sentido, me gustaría volver a centrarme en la pregunta que da título a esta reflexión: ¿Existe realmente una crisis en la literatura de ciencia ficción? Atendiendo única y exclusivamente al número de novedades parece que no: en los últimos cuatro años se han publicado en España al menos un centenar de obras de género de los, aproximadamente, 700-800 títulos pertenecientes a la producción fantástica anual. Sin embargo y como no podía ser de otra manera, mandan las cifras de negocio. Por supuesto, sigue existiendo una ciencia ficción escrita “al viejo estilo”, y refundaciones tipo New Weird británica que no sólo despiertan el interés del aficionado y atraen incluso algunos nuevos lectores, sino que reportan pingües beneficios a las editoriales de cabecera. Obras en general disfrutables, aunque creo que el futuro de la ciencia ficción no se encuentra en este momento en seguir los derroteros de la aventura espacial sino, muy al contrario, ahondar en los problemas que preocupan a nuestra sociedad y al individuo que en ella habita: cambio climático, agotamiento de los recursos naturales, catástrofes medioambientales, clonación, robótica, contaminación… pero también justicia social, desempleo, inmigración, problemas de identidad, de desarraigo, familiares, etc. Curiosamente los mismos temas de interés, y algunos más, que la denominada New Wave o Nueva Ola que surgió de la ciencia ficción en la década de los 70. Eso sí, sería preciso un tratamiento adecuado a nuestro tiempo (abandonando los excesos de la experimentación formal), un enfoque más literario y centrado específicamente en la realidad del lector. Precisamente, obras como muchas de las destacadas con anterioridad: Nunca me abandones, La conjura contra América, La mujer del viajero del tiempo, etcétera, etcétera, etcétera.
Sinceramente, creo que hoy día sí encontrarían hueco en estantes generales de cualquier librería obras del estilo de Las torres del olvido de George Turner, Todos sobre Zanzíbar de John Brunner, Los desposeídos y La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin, o la trilogía del desastre de Ballard, por poner sólo unos pocos pero esclarecedores ejemplos. Kim Stanley Robinson, un narrador eficaz aunque con evidentes carencias, lo está haciendo en un tono menor y moderado éxito. Lo primordial no es si se escribe desde dentro o fuera del género, ni cómo en definitiva se va a llamar éste, sino escribir historias que empleen las herramientas especulativas del mismo para interrogarnos acerca de la realidad que nos rodea, desarrollando textos trascendentes a la par que cercanos. Existe un indudable interés por parte de los lectores hacia este sector temático, y un cierto número de títulos que han servido de punta de lanza, ahora la cuestión es si estamos preparados para recoger el testigo.
El futuro de la ciencia ficción lo marcarán las obras que se publiquen en los próximos años. Por supuesto, debe existir y seguirá existiendo una ciencia ficción escapista, aventurera, o que hable de las posibilidades reales (o no tanto) de la humanidad en el espacio, pero espero y deseo que ya nunca más constituya el “núcleo duro” del nuevo género especulativo a que dé lugar el comentado cambio de etiquetas. Vivimos tiempos interesantes, que diría la vieja maldición china, pero todo conflicto viene acompañado de una oportunidad de mejora. La solución propuesta para que la ciencia ficción vuelva a constituir un foco de interés real, basado en el acercamiento a los problemas sociales y el redescubrimiento del “espacio interior”, no es nueva y se está discutiendo ya en otros foros, pero hace falta creérnosla. Cambio y evolución. La extinción de los dinosaurios trajo consigo el resurgimiento de los mamíferos, más adaptados al nuevo entorno. Es tiempo ya de evolucionar.
A la pregunta concisa de si existe crisis en la ciencia ficción, mi respuesta sería un seco «sí», basado en lo siguiente: cada vez que acudo a una librería para echar un vistazo al departamento de ciencia ficción, salgo de ella deprimido. Lo que veo no es ciencia ficción; lo que veo es un amontonamiento de libros que en un sesenta por ciento o son fantasía más o menos pura (o impura), o novelones que aprovechan tangencialmente lo que entendemos por ciencia ficción, pero que en rigor no lo serían. Me explico: ¿en el apartado de «novela policiaca» aceptaríamos que se incluyera «Crimen y castigo» de Dostoievsky? Sin embargo, muchos las consideran una novela policiaca «in strictu senso».
Esto aparte, coincido con varios puntos del extenso artículo. No nos descubre nada nuevo, sino que es algo que lleva arrastrándose (por el barro editoral) desde hace años. Por un lado, en efecto, hay unas ediciones (mínimas) para los estrictamente aficionados al género, que en muchos casos no llegan a las librerías comerciales. Por cierto, antes que nada, quiero decir que no distingo entre ciencia ficción puramente aventurera, especulativa, ucrónica, etc. etc. Dejemos eso aparte un momento. como digo, haypor un lado estas ediciones «minoritarias» se se consumen en régimen de internado privado. Y por otro, las ediciones para ricachones: La Factoría, Ediciones B, y alguna otra.
¿Dónde puñeta está una serie de ciencia ficción económica y barata que haga crecer la afición? ¿Dónde está el equivalente a lo que fue Super Ficción desde 1976 hasta su cierre? Porque no es lo mismo ofrecer en bolsillo un título aparecido antes en edición de gran lujo (o sea, precio caro) que ofrecer una colección con novedades o reediciones de inencontrables a precio de bolsillo. Alegremente, allá a mediados o finales de los noventa, se dijo que el libro de bolsillo estaba muerto ya (lo dijo un editor hoy de ciencia ficción). Ahora, con la crisis económica, el libro de bolsillo ha vuelto con fuerza porque la gente que desea leer puede comprar buenos libros por 4, 5, u 8 euros.
Quizá parezca que todo esto no tiene nada que ver con la crisis de la ciencia ficción, pero yo pienso que todo está relacionado. Hemos matado al lector emborrachándole de fantasía, reduciendo su edad mental, ofreciéndole libros caros y privándole de una sana variedad dentro del género. Puede que, por todo ello, se estén pagando las consecuencias.
Juan Carlos, partes de una realidad incuestionable: el número de libros que aparecen en los estantes dedicados a la ciencia ficción se reduce día a día. Hay crisis, concluyes.
Es cierto, hay crisis en la manera tradicional de vender género, con etiqueta y autores que escriben por y para el género. Yo creo que hoy día la ciencia ficción está perfectamente integrada dentro de la sociedad (obviamente como propuesta minoritaria), hay autores no genéricos que se acercan a ella sin problema, como lo hace un cierto sector de público lector no necesariamente aficionado.
Yo a esto no lo llamo crisis, sino normalización. Y propongo, desde la barrera de observador interesado, una posible vía para que el género vuelva a interesar a un público más amplio, incluso mayoritario: la vuelta al espíritu de la Nueva Ola, la preocupación por el mundo que nos rodea y los problemas cercanos, por supuesto desde una escritura literaria y un enfoque moderno.
Desde mi óptica, hay casos de éxito que prueban lo que digo, que las propuestas de una ciencia ficción especulativa preocupada por nuestro presente y futuro cercano interesan, pero es necesario que vengan en el formato adecuado. En España también tenemos ejemplos recientes de ello, por lo que no creo que el problema sean las editoriales «generalistas», sino que los escritores con vauténtica valía empiecen a creérselo y escribir (si les apetece) en consecuencia.
He leçido numerosos artículos que afirman una crisis de la CF, cada una argumentada en diversos puntos. Como se menciona en el artículo, no creo que sea cuestión de asencia de títulos nuevos, sino de ventas.
Si las tiradas cada vez son más pequeñas, y se calcula que el fandom decrece, quizás la posible solución parta, en mi humilde opinión, de promocionar y ampliar el fandom. Esta página siempre es un buen inicio, pero, personalmente, como interesado en el género, me costó mi esfuerzo introducirme en el mundo de fans del género en este país cuando empecé a investigar sobre el asunto.
También he acudido alguna vez a la Tertulia de Bilbao y no es un gran aliciente hacia el futuro descubrir que era el asistente junior, con una diferencia de edad de dos o tres lustros con respecto al siguiente asistente más joven.
Verdaderamente los tiempos que corren no favorecen la tarea: descenso de lectores, globalización editorial, etc. Pero que quede mi propuesta al aire para quien desee asirla.